El ángel encargado de la sala de control, continuaba concentrado en su labor. Controlaba seis grandes espejos convexos que giraban con unas manivelas de ajuste, permitiéndole ver la actividad espiritual en puntos clave del Abismo. Por un intercomunicador les informaba a los ángeles cualquier situación extraña.
Ignacio se acercó a mirar que había en los espejos, pero el ángel se volteó y frunció el ceño. San Pedro tomó del hombro a Ignacio y lo llevó al mirador de la Torre de Vigilancia Angélica. A través de los gruesos y sucios vidrios que protegían la torre, Ignacio pudo ver el Abismo. Era una caverna gigantesca, pero una espesa neblina no dejaba ver mucho. Ignacio vio que del techo de la caverna, giraba un gran agujero negro, donde caían los espíritus condenados dentro de una enorme cúpula abierta en su cúspide.
—¿El Abismo y el Infierno son lo mismo? —preguntó Ignacio.
—No. El Abismo es el agujero negro que viste en el Purgatorio. En él, arrojan a los espíritus condenados que llegan acá. La misión de los ángeles celadores, es guiarlos hasta las puertas del Infierno sin que les pase nada.
—Los espíritus condenados, ¿no caen directamente al Infierno?
—No hijo. Incluso en el Abismo, los espíritus condenados pueden elegir cumplir su condena en el Infierno o quedarse vagando por toda la eternidad en el Abismo.
—Entonces mi hermano puede estar en el Abismo.
—Eso espero.
Malik se reunió con seis ángeles celadores que portaban largos tridentes. Luego de unos momentos, los ángeles volvieron a sus labores y el Arcángel Malik miró hacia el mirador y le hizo una seña negativa con la mano a San Pedro, quien lo observaba.