Capítulo 57

El transportador se abrió. San Pedro e Ignacio caminaron por un túnel metálico. El final del túnel se dividía en dos pasillos más cortos. El pasillo de la derecha comunicaba a una escotilla y el pasillo de la izquierda daba a un montacargas que se encontraba abierto. San Pedro dobló por la derecha hasta llegar frente a una gran escotilla que se encontraba cerrada. San Pedro golpeó la escotilla y esperó.

«Quien vive» —preguntó por el intercomunicador una voz llena de estática.

—San Pedro y un amigo.

«Colóquense sobre la marca que hay en el suelo y no se muevan».

Del techo se abrió un agujero y apareció una esfera negra que produjo una explosión de luz blanca.

—No creo que sea necesario hacer eso. Me conoces bien —dijo San Pedro.

«Seguro que en el Cielo dejas entrar a todo el mundo» —dijo la voz por el intercomunicador.

«Están libres de contaminación». «Pueden entrar».

Una escotilla circular se abrió y San Pedro junto a Matías entraron. La escotilla giró y se cerró. Un vapor blanco salió a presión por los aspersores, cubriéndolos totalmente. Cuando el vapor se disipó, una luz verde se prendió arriba de la siguiente entrada.

«Ya pueden pasar» —les dijo la voz por el intercomunicador.

San Pedro se sacó el traje y lo dejó colgado en la antesala. Ignacio hizo lo mismo. San Pedro giro el volante de la escotilla y luego empujó la puerta. San Pedro e Ignacio entraron a una sala metálica oscura. Varias planchas de metal remachadas a las paredes, cubrían los agujeros de disputas pasadas.

Apareció un ángel de más de dos metros de altura, vestido con una túnica gastada y sucia que cubría su cuerpo. Sus manos eran largas y huesudas y sus alas no eran de plumas, más bien parecían escamas. Su piel era curtida y oscura.

—Qué te trae por estos lados —dijo el Arcángel Malik quien se agacho y abrazó a San Pedro.

—Vine a saludarte y a saber cómo has estado.

—Tú siempre tan amable. Estoy bien, teniendo en cuenta que cuando trabajas con fuego, a veces te puedes quemar —dijo Malik, quien se subió la manga de la túnica dejando ver quemaduras y cicatrices en todo su brazo izquierdo.

—¿Cómo anda el trabajo aquí abajo? —preguntó San Pedro.

—Los mismos problemas de siempre. Demonios que quieren escaparse, espíritus condenados que alegan inocencia. Pero el problema más serio es la plantilla de ángeles que tengo. Imagínate, somos ocho para controlar todo el Abismo. Para peor, cada día llegan más y más espíritus condenados.

—He pedido que me manden más ángeles pero nadie quiere venir a trabajar al Abismo. Parece que no les gusta ensuciarse.

—¿Pediste hablar con el Consejo? —preguntó San Pedro.

—Le propuse al Consejo sacar del Quinto Infierno a los ángeles caídos que estuvieran arrepentidos y formarlos como ángeles guardianes del Abismo, pero me dijeron que era demasiado peligroso confiar en ángeles traidores. Sé que es un riesgo, pero trabajar con tan pocos ángeles en el Abismo es peor. No sé qué hacer. Tengo las manos atadas. Al Consejo le molesta hablar del Abismo y menos hablar de los problemas que tenemos.

—Te encuentro la razón —dijo San Pedro—. A mí me resulta peor. Cuando tengo que venir al Infierno a buscar a los espíritus, tengo que lidiar con la burocracia del Purgatorio y las trampas de los demonios del Infierno. No sabes la de veces que los demonios han tratado de entregarme espíritus que no corresponden a sus discos de identificación.

—Cuando Azrael estaba en el Consejo de Arcángeles, no pasaba esto —dijo Malik.

—Cuando desapareció, el Consejo cambió, y me parece que no para bien —contestó San Pedro.

—¿Te has enterado cuando llegará Azrael?

—Desde que se fue del Segundo Cielo, nadie sabe nada —contestó San Pedro—. Yo he seguido haciendo su labor. Buscando a los espíritus que cumplieron su condena en el Infierno, pero te digo, cada vez es más difícil.

—Me imagino.

—Malik, deberías postular al puesto de concejero, así las cosas cambiarían —dijo San Pedro.

—Ja, ja, ja, ja, claro, cuando encuentre un reemplazo que le guste estar en el Abismo y hacer el trabajo sucio —contestó el Arcángel Malik irónico—. San Pedro, te estoy quitando parte de tu valioso tiempo. ¿A qué debo el honor de tu visita?

—El hermano menor de este espíritu, cayó por accidente al Abismo y queremos saber si está aquí.

—Ummm, ya veo.

—Necesito de tu ayuda para rescatarlo y llevarlo de vuelta a las Unidades de Reencarnación.

—Es extraño que del Purgatorio no me hayan informado nada.

—Tú sabes que en el Purgatorio, nunca hay problemas —ironizó San Pedro—. Por eso he venido personalmente.

—¿Tomaste las debidas precauciones para venir? En el Purgatorio hay muchos ojos, especialmente después de lo que te pasó con los demonios.

—Nikola me construyó un detector áureo como el que tienes afuera de la torre de control.

—Que haríamos sin Nikola —dijo Malik.

—Amigo leal como pocos.

—¿Has visto al espíritu de un niño llegar al Abismo? —les gritó Malik al ángel que estaba sentado en la sala de control monitoreando el Abismo.

Un par de gruñidos fue la respuesta del ángel.

—Que sociable —dijo San Pedro.

—Supieras como —ironizó Malik.

—Espérenme aquí, consultaré a los ángeles celadores.

Malik abrió la escotilla, se agachó y entró.

—¿No te pondrás el traje de protección? —preguntó San Pedro.

—Está roto —contestó Malik, cerrando la escotilla.

Ignacio y San Pedro se quedaron en silencio.