Matías lloraba desconsolado en el rincón de una jaula hecha de huesos. En su interior había mantas sucias y un grillete con una bola de hierro sujetaba el tobillo de Matías.
Fuera de la jaula apareció una sombra que se acercó a Matías. La sombra tenía la estatura de Matías y estaba cubierta por una vieja túnica que le cubría todo el cuerpo.
Era la Pequeña Muerte, que había encontrado a Matías en el Primer Infierno y lo llevó a su habitación. La Pequeña Muerte sacó un hueso de sus costillas y lo movió de un lugar a otro haciendo sonar la jaula. Esperó a que el espíritu se moviera o hiciera alguna gracia.
Matías siguió llorando. La Pequeña Muerte se colocó el hueso de la costilla. Abrió la jaula y se introdujo en ella. Matías asustado trató de escapar, pero no pudo atravesar los barrotes. La Pequeña Muerte se sentó al lado de Matías y esperó a que se calmara.
—No te preocupes, no te pasará nada, yo te cuidaré —dijo la Pequeña Muerte, palmoteándole la cabeza, como si fuera una mascota.
—No quiero estar encerrado, quiero a mi mamá —lloriqueaba Matías.
—Mi nueva mascota habla —dijo la Pequeña Muerte.
—Juguemos. Yo te tiro un hueso y tú lo vas a buscar.
—No quiero jugar. Quiero salir de aquí —dijo Matías afligido.
La Pequeña Muerte se levantó, fue al rincón de la jaula y sacó de una bolsa de cuero, una hoja dorada.
—Cómete esta hoja, te hará bien.
—No como hojas.
—A los espíritus les hace bien comer esta hoja. Se les pasa la tristeza.
Matías tomó la hoja, pero la arrojó y trató de escapar nuevamente. La Pequeña Muerte con gran rapidez agarró a Matías, lo sentó y le metió a la fuerza la hoja en la boca. Matías se tragó la hoja, pero tosió e hizo arcadas. Luego de un rato se tranquilizó.
—Ya no me siento triste —dijo Matías más repuesto.
La Pequeña Muerte no le prestó atención. Examinaba la pañoleta roja con franjas doradas que Matías tenía en el cuello.
—¿Te gusta mi pañoleta?
—Me gustan los colores.
—Si me dejas libre, te la regalo.
—No puedo dejarte libre, los demonios te devorarán.
—Juguemos afuera —dijo Matías, pensando en escapar en cuanto la Pequeña Muerte se descuidara.
El pie de Matías estaba engrillado a una cadena que terminaba en una pesada bola de hierro que impedía que Matías escapara.
—A mi padre no le gusta que las mascotas anden sueltas por la habitación.
—No soy una mascota, soy un niño —dijo Matías.
—Te encontré en el Infierno de los espíritus humanos y ahora eres mío —dijo la Pequeña Muerte.
—Yo caí por el agujero gigante y no soy de aquí.
—Aquí no te va a pasar nada, yo te cuidaré.
—Yo quiero volver donde está mi mamá.
—¿Y dónde vive tu mamá?
—Vive en la tierra —dijo Matías.
—Mi padre siempre va a buscar espíritus a la Tierra —dijo la Pequeña Muerte.
—¿Puedes ir a la Tierra?
—No, porque mi padre no me deja salir de la habitación. Dice que afuera es peligroso.
—El Infierno es el lugar más peligroso que existe, porque viven los demonios y los espíritus más malos de la Tierra —sentenció Matías.
—Yo vivo aquí y no soy malo —dijo la Pequeña Muerte.