Capítulo 34

El funcionario gris, no lo podía creer. Escaparon en sus narices.

—¡Alarma!, ¡alarma!, dos espíritus escaparon.

Un funcionario gris apretó una palanca y una sirena comenzó a sonar.

«Atención ángeles guardianes. Dos espíritus escaparon de las Unidades de Reencarnación. Se dirigen al norte. Van arriba de una nube celestial y se consideran peligrosos. Repito, peligrosos» —dijo un funcionario gris, desde un altavoz.

Los niños pasaron a toda velocidad por los distintos sectores del Purgatorio. Matías estaba sorprendido por lo que hizo su hermano.

—¡Sujétate bien! —gritó Ignacio.

—¿Dónde vamos?

—Vamos a volver con nuestros padres a la Tierra.

—¿Cómo?

—Vamos a los transportadores, uno de ellos nos llevará a la Tierra.

—Yo también tengo un anillo de nube, lo puedo hacer funcionar —dijo Matías.

—No, porque no sabes usarlo bien.

—¿Y tú sí?

—Es como andar en patineta y yo soy experto.

—Yo te gano en los videojuegos.

—Pero con trampa y esto no es un juego.

Aparecieron cuatro ángeles persiguiendo a los espíritus de los niños. Con un par de aleteos, los ángeles alcanzaron a los niños sin dificultad.

—Concéntrate Matías, debemos ir más rápido, para que no nos alcancen.

Los niños se concentraron y la nube celestial aceleró a una velocidad fantástica, dejando una estela blanca.

Uno de los ángeles se detuvo en el aire y sacó de su espalda un arcabuz. Sacó de la cintura una polvorera hecha del cacho de un animal y echó la pólvora al interior del cañón. Introdujo una bola gris dentro del cañón y finalmente comprimió la carga con una baqueta de madera.

Los niños reconocieron a los lejos la Antesala de Selección Espiritual y los transportadores. Desde las alturas vieron que los transportadores formaban un círculo, y al centro había un gran agujero negro que giraba lentamente como un tornado. El agujero era protegido por un enorme muro traslúcido abierto en su centro.

Ignacio y Matías sobrevolaron el agujero negro a toda velocidad. Sus espíritus se estremecieron. Sintieron una sensación muy desagradable.

El ángel Arcabucero prendió la mecha del arcabuz. Encuadró la mira. Calculó la trayectoria por donde iban a pasar los espíritus de los niños y disparó. Se escuchó un estruendo.

Los niños escucharon una explosión y al instante la nube celestial se deshizo. Los niños empezaron a caer en tirabuzón al vacío.

Ignacio alcanzó a agarrar a Matías por la pañoleta que tenía al cuello.

—Ignacio, suéltame, usaré el anillo de nube.

Ignacio dudó un instante, pero confió en su hermano y lo soltó. Matías alcanzó a besar su anillo de nube. La nube celestial salió instantes antes de que Matías se estrellara con el suelo. Matías logró elevarse hasta que estuvo a suficiente altura para ubicar a su hermano.

Ignacio no alcanzó a sujetarse de la nube y cayó directo sobre el suelo del Purgatorio. Ignacio dio varias vueltas hasta detenerse y quedar enterrado entre las nubes.

—Qué extraño, no me pasó nada, debe ser porque soy un espíritu —dijo Ignacio, quien se levantó medio atontado y salió corriendo hacia los transportadores.

Ignacio miró hacia arriba y vio a Matías que volaba a toda velocidad sobre la nube celestial.

—Parece que no era tan malo como creía.

Ignacio siguió corriendo. Dos ángeles le arrojaron una red que le cayó encima, atrapándolo.

Ignacio trató de zafarse de la red, pero se enredó cada vez más.

Se sintió otro estruendo y Matías, que escapaba en la nube celestial fue alcanzado por otro proyectil que lanzó el ángel desde su arcabuz. El cuerpo de Matías perdió movilidad, hasta quedar totalmente paralizado. Su cuerpo se tornó gris, la nube perdió fuerza y comenzó a caer. Matías estaba consciente, pero no pudo hacer nada. El agujero negro absorbió a Matías. Con horror vio a otros espíritus engrillados que daban vueltas y pedían ayuda. Sus gritos eran ahogados por el estruendoso sonido del agujero negro. Matías caía, dando vueltas cada vez más rápido hasta alcanzar el centro del agujero negro, donde desapareció.