Dos ángeles guardianes escoltaron a Ángelo y a los espíritus de los niños por los pasillos de la Antesala de Selección Espiritual. Ángelo se acercó al Supervisor Gris.
—Los espíritus de estos niños escaparon ayer del Purgatorio y por error llegaron al Cielo.
—Es imposible que hayan escapado. Nuestro sistema de seguridad es infalible. Debe tratarse de un error —contestó el Supervisor Gris.
—No fue un error. Los espíritus de estos niños escaparon y se fueron al Cielo, pero nosotros nos encargamos de cuidarlos —dijo Ángelo un poco molesto.
—Entonces son fugitivos que escaparon ¡Guardias! ¡Detengan a estos espíritus! —gritó el Supervisor Gris.
Los ángeles guardianes agarraron por el cuello a los niños, forzándolos a quedar de rodillas.
Matías se puso a llorar a todo pulmón.
—¡Quiero a mi mamá! ¡Quiero a mi mamá! —gritaba Matías.
—Esto no es necesario, solo son los espíritus de unos niños ¿Qué pueden hacer? —dijo Ángelo.
—Si es cierto que escaparon, entonces son fugitivos y pueden incentivar a que otros espíritus hagan lo mismo. Llévenlos a las Unidades de Reencarnación —dijo el Supervisor Gris.
—Por favor, por lo menos permítanles reunirse con su madre para despedirse.
—Los fugitivos pierden cualquier derecho a pedir algo —sentenció el Supervisor Gris.
—Son los espíritus de unos niños, ¿qué pueden hacer? —dijo Ángelo.
—Pueden escapar de nuevo.
—Los ángeles guardianes los están vigilando, ¿cómo pueden escapar? —respondió Ángelo tratando de calmar la situación.
—Eso es cierto. Bien, necesito el nombre de la madre.
—Emilia Cruz del Rosario —dijo Ignacio afligido.
—Iré a averiguar.
El Supervisor Gris consultó con otros funcionarios grises. Luego de algunos minutos, volvió hasta donde se encontraba Ángelo.
—Me informaron que el espíritu de una mujer trató de saltarse la fila, diciendo que buscaba a sus hijos. Pensamos que se trataba de un truco para adelantarse y pasar antes. Como el espíritu de la mujer insistió, un ángel guardián la redujo y la llevó a una de las cúpulas de detención. Al parecer el espíritu de la mujer decía la verdad.
—¿Podemos verla? —preguntó Ángelo.
—Sí, pero un ángel guardián los custodiará.
—No hay problema —contestó Ángelo.
Ángelo y los niños llegaron hasta la cúpula de detención. El Supervisor Gris abrió la cúpula, pero en su interior no había nadie.
—¿No se habrá equivocado de cúpula? —preguntó Ángelo.
—¡Nosotros no nos equivocamos jamás! —contestó el Supervisor Gris molesto—. ¡Quiero la carpeta de vida del espíritu que estaba en la cúpula de inmediato!
Los funcionarios grises dejaron lo que estaban haciendo y se revisaron nerviosos las carpetas de vida que tenían apiladas en sus escritorios.
—¿En qué fila estaba? —preguntó un funcionario gris.
—En la fila de los accidentes —contestó otro.
—Busquen todos en la fila de los accidentes. Mujer, nombre, Emilia Cruz del Rosario, dos hijos.
Los funcionarios grises se trasladaron hasta el cubículo del funcionario gris a cargo de la fila de los accidentes y revisaron cientos de carpetas. Un funcionario gris encontró dos carpetas de vida y se la llevó al Supervisor Gris, quien abrió la primera carpeta de vida y les mostró a los niños la fotografía de Emilia. Los niños afirmaron con la cabeza.
—Lo siento, pero su madre no estará con ustedes, volvió a la Tierra. Se está recuperando en el Hospital de Pueblo Bello. Su estado es grave, pero vivirá.
El Supervisor Gris abrió la otra carpeta y les mostró la fotografía a los niños.
—Este hombre, ¿lo conocen?
Los niños reconocieron a su padre Agustín.
—Es nuestro padre —dijo Ignacio.
—Agustín Santos Torres, esposo de Emilia Cruz del Rosario. Está fuera de peligro. Se recupera en el hospital de Pueblo Bello.
—Bien, llévenselos a las Unidades de Reencarnación.
Los ángeles guardianes picanearon a los niños con sus lanzas, tratándolos como si fueran delincuentes peligrosos.
—¡No!, ¡yo quiero a mi mamá!, ¡no me lleven! ¡Ignacio, haz algo para que salgamos de aquí! —gritaba Matías.
A Ignacio le corrían las lágrimas. No podía hacer nada.