Ángelo encontró el manojo con la llave puesta en la cerradura de la entrada al Segundo Cielo. Ángelo echó llave a la puerta y miró para todos lados esperando que nadie se diera cuenta.
Ángelo se devolvió a la oficina de San Pedro.
—¿Grabaste eso? —preguntó el ángel Ksiel a Érico, quien grabó toda la escena con Ángelo, sacando la llave.
—¿Cree que con eso es suficiente? —preguntó Érico.
—No, todavía no. Quiero que las pruebas sean contundentes. Vamos —dijo Ksiel, quien se fue volando. Érico se acomodó la pesada cámara de grabación al hombro y lo siguió en su nube.
—Gracias a Dios, que estaban puestas. Las llaves no se pierden. Siempre se quedan en algún lugar —dijo San Pedro, quien conversaba en voz baja con Ángelo, para que los espíritus de los niños no se dieran cuenta.
—Ángelo, puedes retirarte. Mañana necesito que estés aquí a primera hora para que entreguemos a los niños a su madre y los lleven a las Unidades de Reencarnación.
—Sí San Pedro.
—Ah, y no comentes nada sobre los niños, ni el incidente de las llaves, mira que Ksiel anda rondando por aquí tratando de incriminarme por cualquier error por insignificante que sea. Los ángeles todavía se burlan de mí por los demonios que entraron al Segundo Cielo. Pero eso fue antes que llegara el detector áureo ¿Cómo podría saber que dos demonios disfrazados de espíritus podrían entrar al Segundo Cielo? Mi puesto como administrador del Segundo Cielo es codiciado por muchos.
—Vete en paz Ángelo y gracias —dijo San Pedro.
—Que la paz sea con usted San Pedro —contestó Ángelo, quien abrió las alas y de un salto salió volando hasta perderse.