Capítulo 22

—Omael les dará a cada uno de ustedes, un anillo nube que podrán usar como medio de transporte y además les servirá de habitación hasta su próxima reencarnación.

Omael les entregó un anillo plateado a cada uno de los espíritus. Ignacio y Matías también recibieron un anillo nube, que al colocárselos en sus pequeños dedos, estos se ajustaron a la perfección.

—La nube que hay al interior de los anillos está hecha a base de vibración muy elevada, por eso las nubes son muy resistentes. A continuación, les mostraremos cómo funciona el anillo nube. Por favor sepárense un poco y besen el anillo una sola vez.

Los espíritus besaron el anillo nube y de su interior apareció una nube del mismo tamaño que el espíritu al que pertenecía el anillo. Las nubes se tambaleaban produciendo un suave sonido como si fueran decenas de burbujas de jabón explotando. Ignacio y Matías eran los más entusiasmados al ver las nubes.

—Besen el anillo nube dos veces —dijo Mebahel.

Los espíritus besaron los anillos dos veces y las nubes desaparecieron absorbidas por los anillos.

—Aprendimos a sacar y a guardar una nube. Por favor, besen de nuevo el anillo. Aprenderán a subirse a la nube sin caerse.

El ángel Mebahel esperó a que todos los espíritus estuvieran listos.

—Súbanse a la nube y traten de mantener el equilibrio.

Los espíritus se subieron a las nubes, pero algunos perdieron el equilibrio cayendo al suelo. Ignacio y Matías acostumbrados a usar patinetas, no tuvieron ninguna dificultad en mantener el equilibrio. Incluso algo tan sencillo les parecía que no era como para hacer una clase sobre ello.

—No se preocupen si se caen, lo más difícil al principio es superar el miedo —dijo Omael—. No teman caerse, pues ahora son espíritus y no se le pasará nada.

Ignacio y Matías estaban desesperados por aprender a usar la nube, pero la charla avanzaba al paso de una tortuga en cámara lenta.

—Como ya subieron todos a las nubes y aprendieron a mantener el equilibrio, vamos a usar nuestra mente para dirigir la nube. Imagínense que la nube se mueve hacia arriba.

Los espíritus trataron de imaginar la nube subiendo, pero era muy difícil.

Para Ignacio y Matías era muy fácil hacer que la nube subiera. Ignacio tenía mayor dominio de la nube, pero Matías era más arriesgado. Al principio hacían fuerza con la vista, pero luego de un rato ya no era necesario.

—¡Veamos dónde termina el Cielo! —gritó Matías quien salió disparado perdiéndose entre las nubes.

Ignacio lo siguió detrás, desapareciendo juntos. Los niños subían y subían y los barrotes dorados del Cielo parecían no tener fin, hasta que el ángel Omael agarró a los niños del brazo y los detuvo.

—Niños, esperen a que les enseñemos el resto de la clase.

Omael bajó de entre las nubes y dejó a los niños junto a los demás espíritus en entrenamiento.

—Ahora aprenderemos a movernos hacia adelante y hacia atrás.

Otra vez el nerviosismo de los espíritus adultos les jugó una mala pasada y algunos cayeron al suelo de nubes.

Ignacio y Matías controlaron la nube en un santiamén. Matías de nuevo salió disparado a toda velocidad, seguido por su hermano mayor.

—¡Mira lo rápido que voy! —gritó Matías.

—¡Guau, esto es fantástico! —dijo Ignacio.

—¡Puedo ir más rápido que tú!

—¡Eso lo veremos!

Ignacio se concentró y alcanzó a Matías. Los niños pasaron a gran velocidad despertando a un grupo de espíritus que dormían sobre sus nubes. Ignacio y Matías volaron a toda velocidad, sobre un coro celestial que practicaban con sus liras, dispersando las hojas con las partituras, que dirigía el espíritu encargado del coro.

Un grupo de espíritus arquitectos, se entretenían construyendo edificios de materia nube. Moldeaban bloques de nubes con las manos y los apilaban unos sobre otros, hasta crear un gran edificio. Los niños pasaron volando y atravesaron el edificio hecho de nubes, desarmando los bloques que cayeron sobre los espíritus, quienes les gritaron insultos celestiales.

Ignacio y Matías se acercaron demasiado a los barrotes del Cielo. Ignacio ladeó la nube con sus pies y alcanzó a virar justo a tiempo.

—¡Ignacio! ¡No puedo doblar! —gritó Matías.

—¡Inclina la nube con los pies como una patineta!

Matías no alcanzó a girar la nube y se estrelló contra los barrotes dorados del Cielo. Ignacio asustado, se acercó a Matías para ver como se encontraba.

—Estoy bien. Es divertido —dijo Matías tratando de sacar la cabeza de entre medio de los barrotes.

Una gran mano agarró la cabeza de Matías y de un tirón, le sacó la cabeza de entre los barrotes.

—Eso no se hace —dijo Omael—. Las nubes se usan para trasladarse, no para jugar ni hacer competencias de velocidad.

Omael tomó a los niños de los brazos y salió volando hasta llegar al grupo de espíritus.

—San Pedro, los niños están causando problemas —dijo Omael, quien aterrizó al lado de la oficina de San Pedro.

—Niños no cumplieron su palabra. En el Cielo la palabra lo es todo, tendré que llamar a los ángeles guardianes para que los detengan hasta saber su situación —dijo San Pedro enfadado.

—San Pedro, por favor, no haremos nada malo de ahora en adelante —dijo Matías.

—Le doy mi palabra —dijo Ignacio.

—Yo también le doy mi palabra —dijo Matías.

—Niños, en el Cielo dar la palabra es muy serio. No se puede prometer y después no cumplir. Me dieron su palabra, confiaré en ustedes y no los llevaré con los ángeles guardianes.

—Gracias —dijeron los niños.