Capítulo 18

Los espíritus que esperaban en la fila conversaban temas intrascendentes. Los niños aburridos se sentaron en el suelo de nubes.

El intercomunicador quedó encendido y se escuchaban sonidos de cajones abriéndose y cerrándose.

«Sí, revisé ahí. No es necesario hacerlo de nuevo».

«Mire San Pedro, aquí están las llaves».

«¿Dónde?».

«Mire, aquí, debajo de la silla de su escritorio».

«Que bueno, pásamelas».

«Carraspera».

Se escucha por el intercomunicador:

«Debido a un pequeño percance, tuvimos un ligero retraso, pero ya está solucionado. Gracias por vuestra paciencia».

—Sí. El pequeño percance es que perdió las llaves del Cielo —dijo un espíritu.

Los demás espíritus rieron.

«Oí eso» —dijo San Pedro.

«Dejó el intercomunicador encendido por eso…» —se sintió un clic y ya no se escuchó nada más.

Unos instantes después, apareció un hombre de mediana estatura, regordete de barba blanca y rizada, con una gran sonrisa. Era San Pedro junto a su ayudante Ángelo, quien lo seguía detrás.

—De inmediato les abro la puerta de Cielo.

San Pedro sacó de su cintura una argolla llena de llaves antiguas. Seleccionó una y la introdujo dentro de la cerradura. Un golpe de energía espiritual produjo un espasmo en su mano. San Pedro miró para todos lados por si alguien pudo darse cuenta.

—¡Ángelo!, ¡no te olvides de desconectar la energía! —gritó San Pedro, mientras miraba a los espíritus con una sonrisa por entre medio de los barrotes.

Ángelo bajó una gran palanca y la energía dejó de funcionar.

San Pedro abrió la puerta hasta atrás y extendió los brazos.

—¡Bienvenidos al Cielo! Espero que vuestra estadía sea de lo mejor.