La cúpula del transportador se abrió y los niños salieron al exterior asustados.
Las nubes eran del blanco más puro que alguien pudiera imaginarse. Ignacio y Matías caminaron hasta llegar a una fila de espíritus, que esperaba detrás de un cercado de barrotes dorados que se hundían en el horizonte.
En la puerta de entrada un gran letrero indicaba que estaban en el Cielo. Aunque no reconocían las palabras, entendían su significado.
De un altavoz ubicado en la parte superior de la puerta de entrada, sonó una música celestial y una agradable voz de mujer les habló:
«El Cielo les da la bienvenida a los nuevos espíritus. Para facilitar su ingreso, por favor, tengan a la vista sus discos de identificación, ya que serán examinados en el detector áureo. No toquen las rejas doradas que están a la entrada del Cielo, ya que se encuentran cargadas con energía espiritual. Esto es para evitar ingresos no autorizados. Esperamos que su permanencia sea de vuestro agrado. Les saluda el Cielo, gracias».
—Estamos en el Cielo —gritaron entusiasmados Ignacio y Matías.
—Sí, pero tendrán que esperar, porque perdieron las llaves y no pueden abrir las puertas del Cielo —dijo el espíritu que estaba último en la fila.
—Hace rato que esperamos. Pensé que en el Cielo eran más eficientes —interrumpió otro espíritu en la fila.
La cúpula del transportador se abrió y apareció un ángel con varias carpetas que agarraba con las dos manos.
—Matías, mira, es el ángel que vimos en el Purgatorio —le susurró Ignacio a Matías.
El ángel apretó el botón del intercomunicador que había en la puerta del Cielo. Sonó un bello y suave ding dong.
—Ángelo, ¿encontraste las llaves? —dijo la voz por el intercomunicador.
—No San Pedro, fui al Purgatorio a preguntar y no las tienen.
—¿Dónde estarán esas benditas llaves?
—¿Revisó en su oficina?
—La di vuelta, pero no encontré nada.
—¿Revisó bien?
—Crees que no me fijo donde dejo las llaves.
—¿Acaso dudáis de mí?
—No, lo que quise decir es que…
—Ángelo, ¡ven de inmediato!
—Voy San Pedro —contestó Ángelo, quien dio media vuelta con la cabeza gacha y sin mirar a nadie, se dirigió con las carpetas de vida hasta el transportador donde desapareció.