El funcionario gris, apareció, escoltado por dos ángeles guardianes armados con lanzas.
—Haremos pasar a los espíritus de los niños por los módulos de atención, pero solo si se callan y dejan de cantar —dijo el funcionario gris al jefe de la tropa.
—Este buen hombre me dijo que si todos guardamos silencio, podremos pasar primero.
—¿Iremos a casa? —preguntó el espíritu de un niño explorador.
—No lo sé, pero será mejor que esperar aquí.
Los niños se alegraron mientras el guía de la patrulla formaba a los niños más pequeños. Matías acompañó a su nuevo amigo y se formó junto a los demás, para continuar conversando. Ignacio no tuvo más remedio que seguir a su hermano.
—¡Mamá!, ¡ya venimos! —le dijo Ignacio a Emilia, mientras alcanzaba a Matías.
El funcionario gris avanzaba sobre su nube, seguido por el jefe de patrulla y los niños, mientras los ángeles guardianes los escoltaban.
Algunos espíritus que esperaban en las filas comenzaron a reclamar y a chiflar.
En la fila de los enfermos, uno de los espíritus levantó la voz reclamando, porque era injusto que no hicieran la fila como los demás espíritus. Uno de los ángeles guardianes se detuvo y se acercó a la fila de los enfermos. El silencio fue instantáneo.
El ángel guardián se acercó al incitador, lo agarró de un brazo y lo arrastró al final de la fila de los enfermos.
—Yo no fui, yo no dije nada, se lo juro por Dios —dijo el enfermo, pero el ángel guardián no le hizo caso.
El ángel guardián se volvió por donde vino. A su paso, los espíritus se quedaron mudos.