—Mamá, estoy aburrido —dijo Matías.
—Hijo, tenemos que esperar hasta que llegue nuestro turno.
—Mamá falta mucho ¿Puedo ir a ver cuánto falta?
—No, porque te puedes perder.
—Y si Ignacio me cuida, ¿puedo ir?
—Sí, pero van y se devuelven de inmediato.
—Bueno —dijo Matías feliz.
—Mamá, no quiero cuidar a Matías —gimió Ignacio.
—Sí, me tienes que cuidar porque soy pequeñito y me puedo hacer daño —se burló Matías, quien salió huyendo.
Ignacio corrió hasta alcanzarlo.
—No te separes de mí, o verás lo que es bueno —gruñó Ignacio.
—Si me golpeas, te acuso para que te castiguen.
—Oye, soy tu hermano mayor. Cuando no está el papá o la mamá, yo mando, ¿entendiste? —dijo Ignacio, sujetando a Matías del brazo.
—Sí, entendí —contestó Matías triste, acordándose de su papá.
Ignacio trató de cambiarle el tema.
—Matías mira hacia el frente —le susurró Ignacio.
—¿Dónde?
—Ahí tonto, al ahorcado del frente.
—¿Ese qué está ahí? —apuntó Matías.
—No apuntes con el dedo.
Al frente de la fila, se hallaba el espíritu de un hombre ahorcado con una cuerda atada a su garganta. Su cuello era más largo de lo normal y su cabeza colgaba fláccida sobre su pecho. El espíritu del ahorcado se agarró de los cabellos y levantó su cabeza fijando la mirada en los niños. Ignacio y Matías nerviosos, continuaron caminando a lo largo de la fila de los accidentados.
Los niños miraban fascinados la fila de los espíritus que murieron accidentados. Una cañería de cobre atravesaba el pecho de uno de los espíritus. Un surfista tenía un tiburón mordiéndole la cintura. Otro espíritu se hallaba aplastado y avanzaba balanceándose. Otro espíritu se encontraba con todo el cuerpo chamuscado. Al parecer murió electrocutado. Unas bolsas negras se movían cada vez que avanzaba la fila.
Los niños se pasaron a la fila de enfrente, que avanzaba más rápido. Era la fila de los suicidas. A un espíritu le salían gusanos por todo el cuerpo. Otro tenía una gran piedra atada al cuello, con una soga. Conversaba con otro espíritu que tenía un gran agujero atravesándole la cabeza. Al final de las filas, había varios cubículos, donde funcionarios grises estaban sentados haciendo preguntas. Luego le entregaban discos transparentes de identificación, que los espíritus se colgaban al cuello. Un funcionario gris le colocó a un espíritu suicida, grilletes en las manos y pies. Dos ángeles guardianes escoltaron al espíritu suicida por uno de los pasillos del Purgatorio. Los ángeles guardianes picaban al espíritu con sus lanzas, apurándolo.
Ignacio y Matías cruzaron a la siguiente fila, donde se encontraron con espíritus ancianos y otros con batas de hospital. Era la fila que menos avanzaba. Los Espíritus más ancianos se movían con muletas, andadores o silla de ruedas. Otros espíritus les salían tubos por la boca o el cuerpo. Todos se veían muy enfermos.
Los niños se pasaron a la siguiente fila. Un espíritu tenía un hacha incrustada en la cabeza. Conversaba con otro partido por la mitad. Otro espíritu con un bloque de cemento en sus pies, avanzaba a saltos. El espíritu de un carnicero se sacó el cuchillo enterrado en su pecho y lamió su sangre, mirando a los niños. Los espíritus de la fila de los asesinados dejaron de hablar y todas las miradas se fijaron en los niños.
Ignacio y Matías nerviosos, se cambiaron a la fila de los accidentados y corrieron hasta llegar donde Emilia.