Capítulo 5

A los pocos minutos llegó una ambulancia, seguida de un camión de rescate. Los paramédicos sacaron de su interior una camilla y la maleta de primeros auxilios. Los rescatistas conectaron la tijera hidráulica y se dirigieron al accidente.

Agustín se acercó a los paramédicos, pidiendo ayuda para su esposa y los niños, pero estos no le prestaron atención.

—¿Qué pasa? —preguntó Emilia.

—No sé, no me hacen caso —contestó Agustín molesto.

Los rescatistas metieron la tijera hidráulica por el techo del coche y cortaron el metal hasta formar un gran agujero. El coche quedó como una lata de anchoas recién abierta.

—¡Cuidado con los parlantes! ¡Son caros! —gritó Agustín.

Dos paramédicos corrieron con la camilla desplegable hacia el coche y Agustín furioso trató de detenerlos, pero los paramédicos pasaron a través de Agustín.

Agustín quedó paralizado. Los paramédicos cortaron el cinturón de seguridad y sacaron del asiento del conductor, un cuerpo inconsciente. Agustín se acercó al cuerpo y horrorizado se vio a sí mismo.

Los paramédicos le colocaron al accidentado un cuello ortopédico y lo sacaron en la camilla portátil. Agustín vio su cuerpo lleno de sangre y vidrios incrustados en su rostro.

Emilia y los niños se acercaron a Agustín.

—Agustín qué pasa, ¿por qué aún no nos ayudan? —preguntó Emilia.

Agustín aturdido, se acercó a Emilia y a los niños y los abrazó.

—El accidente fue más grave de lo que pensamos.

—¿Cómo qué más grave? Explícate —dijo Emilia.

—Mejor no mires.

—Nosotros estamos bien, ¿de quién es ese cuerpo que llevan en la camilla?

—Es el tuyo Emilia.

—¡No! ¡No puede ser! ¡No!

Emilia trató de acercarse, pero Agustín se lo impidió.

—¿Y los niños? ¿Cómo están los niños?

Los paramédicos sacaron otro cuerpo de la parte de atrás del coche y lo cubrieron con una manta.

—Aquí hay otro cuerpo —gritó uno de los policías a lo lejos.

—Papá, ¿estamos muertos?

—No sé hijo, no sé —contestó Agustín con la mirada perdida.

Los paramédicos llevaron la camilla, hasta donde se hallaba el policía. Levantaron el cuerpo y lo llevaron a la ambulancia.

El chofer de la ambulancia hizo sonar la sirena, puso la tracción y subió por la empinada ladera.

Los rescatistas guardaron sus herramientas y se fueron en el camión de rescate. Los últimos en irse fueron los policías.

—Te apuesto a que el conductor se durmió al volante.

—No me gustaría quedar vivo y saber que murió toda mi familia por mi culpa.

Los policías se metieron dentro de la patrulla, prendieron la baliza y se fueron del lugar.

El bosque quedó en silencio.