Capítulo 3

El humo blanco del radiador del coche no dejaba ver nada. Una rueda desencajada giraba rozando las latas deformadas del vehículo y del estanque de combustible, brotaba abundante gasolina.

Agustín salió del coche con dificultad, tratando de mantener el equilibrio. Miró el vehículo destrozado y se colocó las manos sobre la cabeza unos instantes hasta que se acordó de su esposa y los niños.

—¡Emilia! —gritó Agustín.

Agustín dio media vuelta alrededor del coche y encontró a Emilia tumbada en el piso. La volteó y la remeció desesperado. Emilia abrió los ojos y gritó:

—¡Los niños! ¡Cómo están los niños!

—Yo estoy bien —dijo Ignacio, atontado dentro del coche.

—Matías, ¿estás bien? ¡Matías, contéstame!

—Matías no está aquí —dijo Ignacio.

—Matías, ¿dónde está Matías?

Emilia desesperada trató de levantarse pero cayó al suelo. Emilia fuera de sí, empujó a Agustín tratando que gatear por la maleza.

—¡Matías! ¿Dónde estás? —lloriqueó Emilia.

—Emilia, cálmate, puedes estar herida.

—No me calmo, no me interesa si estoy herida o si tengo la cabeza rota, quiero encontrar a mi hijo.

—Mamá, aquí estoy —gritó Matías a lo lejos.

—¿Estás bien? —preguntó Emilia.

—Sí mamá, estoy bien.

Matías aún asustado por el choque, salió de entre los matorrales y corrió hasta su madre, abrazándola con fuerza.

—Hijo mío, ¿estás bien?, ¿no te pasó nada? —dijo Emilia, tocando a Matías con desesperación buscándole alguna herida.

—No, mamá no me pasó nada, estoy bien, suéltame.

—No se acerquen al coche, puede explotar —advirtió Agustín.

La familia se sentó bajo la sombra de un árbol a unos metros del coche estrellado.

—Tuvimos suerte, esta no la contamos dos veces —dijo Agustín.

—Fue un milagro —indicó Emilia.

—El coche quedó convertido en chatarra y aún lo estoy pagando —comentó Agustín.

—Cómo se te ocurre hablar del coche, preocúpate de como estamos nosotros —reclamó Emilia.

—Sí, no, eh… era solo un comentario.

—Ve a buscar ayuda será mejor —protestó Emilia.

—Pediré un camión grúa para que remolquen el coche… y eh, uhm… una ambulancia para que nos lleve al hospital.

Agustín se registró los bolsillos, pero no pudo encontrar su celular. Se dirigió con cautela al coche y vio que aún salía humo del radiador mezclado con un penetrante olor a gasolina. Agustín prefirió no arriesgarse.

—¡Iré a la carretera a buscar ayuda! —gritó Agustín.