Llegamos un poco tarde de vuelta al canal, pero Ricky no está ni un poco enfadado. Él y Bethany están sentados hombro con hombro en una banca que da hacia el agua, sonriendo como un par de niños de Primaria en un espectáculo de títeres y a ninguno de ellos le importa que ya hayamos regresado.
En el camino de vuelta a casa, Bethany habla más que nunca. Está realmente animada. Habla y habla sobre cómo Ricky hizo una narración hilarante del recorrido, como si fuera una atracción de Disneylandia, y cómo inventaba historias sobre la gente que pasaba. La hizo reír tanto que pensó que iba a vomitar. Por supuesto, inventar historias de la gente es una rutina común para Ricky y para mí, y algunas de las cosas que le dijo a Bethany me las ha robado, pero no pasa nada. Mi plan está funcionando a la perfección. Sutterman lo ha logrado de nuevo. Estoy tan orgulloso de mí mismo que al principio no me molesto en prestarle mucha atención al par de intermitentes que nos van siguiendo por la calle 12.
Para cuando llegamos al automóvil de Tara, ya empieza a parecer que Ricky y Bethany son una pareja. Ricky no la va a atraer hacia sí ni va plantarle un beso húmedo ahí en el aparcamiento. Pero tampoco la caga.
—Ha sido divertido —le dice—. Repitamos otro día.
—Eso me encantaría —responde, resplandeciente.
—El próximo viernes sería un momento fantástico para que quedéis —añado. El chico todavía necesita un poquito de ayuda para cerrar el trato.
—El viernes sería perfecto —dice ella—. Supongo que nos veremos en el instituto.
—¡Oh!, te llamará antes —le digo, y esta vez Ricky entiende rápido.
—Sí, te llamaré.
Ella sonríe tímidamente y le dice:
—Muy bien —y se mete al Camry de Tara.
Hay un coche con el motor encendido a unos quince metros de distancia, el mismo que venía detrás de nosotros por la calle 12, pero sigo sin prestarle demasiada atención. En vez de eso, le paso el brazo amistosamente a Tara por el hombro y le digo que espero que todo salga bien con el asunto de su madre. Y acto seguido, ella me envuelve en sus brazos y me aprieta como si fuera un tubo de pasta de dientes, presionando su mejilla contra mi pecho.
—Me alegro de que nos hayamos encontrado esta noche —me dice—. Gracias por las cervezas y por escucharme hablar de mis estúpidos problemas y, ya sabes, por darme consejos y eso.
Le doy unas palmaditas en el pelo y le digo:
—No pasa nada.
Entonces se escucha cómo se cierra una puerta detrás de mí. Doy media vuelta y, ¿con quién me encuentro?: Cassidy. El coche de su amiga Kendra era el que había estado detrás de nosotros todo este tiempo.
—Hola, Sutter —dice Cassidy, en un tono nada amistoso.
—Hola —le digo desenredándome de los brazos de Tara—. Cassidy. ¿Lo habéis pasado bien en el cine?
Se queda de pie con los brazos cruzados.
—Obviamente, no tan bien como tú.
—Eh, sí. Hemos invitado a unas cervezas a estas chicas.
No había manera de explicar mi plan de liar a Ricky y Bethany en este momento, no con Bethany sentada en el coche justo detrás de mí.
Cassidy tiene LA MIRADA en su rostro.
—Ajá, claro. Os he visto magreándoos.
—No, en serio. La madre de Tara ha echado a su padrastro de la casa y estaban celebrando y…
Cassidy levanta la mano para detenerme.
—No quiero escucharlo. Lo único que te pedí fue algo muy simple: que consideraras mis sentimientos cuando hicieras algo. Por una vez, que pusieras los sentimientos de otra persona por encima de los tuyos. Eso fue todo lo que te pedí, una única cosa. Pero no pudiste siquiera intentarlo.
Ajá. Conque eso era lo que quería que hiciera.
—Claro que puedo —le respondo—. Puedo hacerlo.
En realidad no estoy tan seguro de poder, pero ahora que sé qué es lo que quiere, estoy listo para intentarlo en serio.
Pero ella no me cree.
—Es demasiado tarde, Sutter —abre la portezuela del coche de un golpe—. Eres una causa perdida.
—No lo soy —respondo—. De verdad que no lo soy.
Pero ella se sube al coche, azota la puerta y sube la ventanilla.
—¿Qué le pasa? —pregunta Tara atrás de mí.
—Expectativas demasiado altas —le respondo—. Expectativas demasiado altas con alguien equivocado.