CAPÍTULO 63

Ricky está metiendo camisetas en su mochila, preparándose para irse de vacaciones a Galveston con Bethany y su familia. El plan es ir a surfear y, por supuesto, el obligado recorrido en lancha con la novia por el Golfo de México.

—Entonces —me dice, doblando otra camiseta—, parece que tu padre se ha buscado una tía bastante loca.

—Más que bastante, creo.

—Bueno, supongo que es de esperar cuando sigues buscando novia a los cuarenta y tantos años.

Me imagino que el comentario va dirigido a mí y mi historial con las tías, pero no pasa nada, me lo merezco.

Sigue metiendo camisetas en la mochila.

—Pero lo que no me puedo creer es que me hicieras tragar todo ese cuento del padre-alto-ejecutivo-del-edificio-Chase. Vamos, llevas años contándome esa historia.

—No es mi culpa que seas tan ingenuo. A ver, ¿nunca te has preguntado por qué no lo veía nunca?

—Oye, que yo no conozco a ningún alto ejecutivo. Simplemente me imaginaba que estaría siempre trabajando.

—Sí. Era una historia estúpida. Pero una vez que te metes en una mentira así, es difícil salir.

—Supongo.

Puedo ver que está bastante decepcionado conmigo y no le culpo. Pero los tíos no vamos por ahí disculpándonos. Piensan en otra forma de compensar lo que hicieron, así que le digo:

—Sabes, toda esta situación con mi padre, y lo que pasó con Aimee y eso, me ha hecho pensar que tal vez tengas razón.

—Tío, yo siempre tengo razón. Ya lo sabes.

—A ver, lo de beber menos. Será más divertido si lo hago solamente los fines de semana.

—Eso si puedes.

—¿Qué se supone que quieres decir con eso?

—Nada. Solamente me pregunto quién tiene más control sobre la situación, si tú o el whisky.

—Tío, yo siempre tengo el control. Ya me conoces, soy un músico virtuoso. El whisky solamente es mi violín de un millón de dólares.

—Claro —cierra la mochila—. Mira, tengo que ir a casa de Bethany. Si no te veo antes de que nos vayamos, espera una postal de mi parte. O tal vez te envíe una fotografía por correo electrónico para que me veas surfeando en olas gigantes.

Y eso es todo: él se va por su camino y yo por el mío. Antes hubiéramos discutido todo este asunto sobre la historia de mi padre hasta que encontráramos la verdad más profunda del asunto, pero ahora nos limitamos a un: «Hasta luego, ya nos vemos».

Pero no pasa nada. Tengo que ir a casa de Aimee pronto, de todas maneras. Esta noche vamos a ir a cenar a Marvin’s. Lo he estado posponiendo, pero ya no queda más tiempo. Es hora de La Conversación.

Tal como están las cosas, he pasado de ser un semi villano a un verdadero héroe en la casa de los Finecky. Parece ser que Aimee le ha contado a su madre que se nos pinchó una rueda en la carretera, bajo la lluvia, y que mientras me ayudaba a cambiarla un coche se salió de la carretera y la hubiera matado de no haber sido porque yo arriesgué mi vida para quitarla de en medio. Lo único que la golpeó fue el espejo retrovisor, explicó, y ni siquiera se dio cuenta de que se había roto el brazo hasta que despertó con dolores terribles al día siguiente.

Así que es raro ir a su casa y que todos, incluyendo a Randy la morsa, me sonrían como si fuera James Bond o algo así. En realidad, me siento como un doble agente infiltrándome fraudulentamente en sus filas. No solo por el rollo del héroe, sino por lo que tengo que decirle a Aimee.

En Marvin’s nada ha cambiado: la iluminación sigue siendo tenue, la clientela escasa y Dean Martin sigue disponible en la maquina de discos. Supongo que lo único que es distinto es que no hay whisky en mi 7UP. Tal vez Ricky no tenga mucha confianza en mí, pero no he bebido desde el viaje a Fort Worth, es decir, en cinco días enteros.

Aimee se está divirtiendo de lo lindo, incluso con el brazo cubierto por una aparatosa escayola que me hace preguntarme cómo logra ponerse una blusa. Por suerte, es diestra, así que no le cuesta tanto trabajo usar el tenedor. Solo tiene que asegurarse de no pedir nada que requiera usar un cuchillo.

La primera vez que vi la escayola, me pregunté si podría mudarse a Saint Louis, pero me dijo que nada se interpondría en su camino a estas alturas. Le pregunté si podría empezar a trabajar en la librería y dijo que por supuesto que podría. Lo único que tendrá que hacer es operar la caja registradora y ayudar a los clientes a encontrar lo que buscan.

—Piénsalo —me dijo—, será mucho más fácil que doblar periódicos.

—Supongo que tienes razón —le respondí.

—Claro que la tengo —sonrió—. Estoy espectacularmente acertada.

De cualquier forma, para Aimee, nuestra visita a Marvin’s es una bonita ceremonia, una buena manera de despedirnos de nuestras vidas en Oklahoma. Y sí es una ceremonia, pero para un tipo distinto de despedida.

Pero esto no es un tema al que te lances de lleno desde el principio. Hay que ir lentamente, así que empiezo con la respuesta a la pregunta que Aimee es demasiado prudente para hacer: «¿Me ha llamado mi padre para explicar qué le pasó?».

—Hasta dónde yo sé, no ha llamado. Pero si lo ha hecho y le ha contestado mi madre, entonces estoy seguro de que no me lo va a decir.

—Tal vez se sienta avergonzado o culpable o algo. Deberías llamarle tú.

—No creo.

—¿Le dijiste a tu madre o a tu hermana que fuiste para allá?

—No. Mi madre probablemente cagaría un Cadillac si se enterara de que he ido a verle. Holly me llamó para preguntar, pero le dije que tuve que posponer el viaje. No quiero tener que escucharlas diciendo «Te lo dije». Ya es suficientemente malo que el viejo resultara ser como es. No necesito que además ellas se regodeen. Estoy seguro de que piensan que tengo el gen masculino defectuoso de los Keely. Pero no quiero que ellas sepan que yo también lo sé. Pero en fin, ya basta de hablar de esa gente a la que llamo familia. Son demasiado deprimentes.

—No te preocupes —me coge de los dedos con la mano buena—. Yo seré tu familia.