De nuevo, un claxon se escucha detrás de mi hombro, solo que esta vez es el sonido furioso de un tráiler largo. Enderezo el volante hacia la derecha, pero la carretera está resbaladiza de tanta lluvia y patinamos. El Mitsubishi va derrapando como loco por la carretera, primero en una dirección y luego en la otra. El camión, que transporta una bomba de gasolina, pasa muy cerca de nosotros, tan cerca que parece que terminaremos deslizándonos bajo él. Aimee no lleva puesto el cinturón, por lo que está protegiéndose en el suelo del coche y se me viene a la mente un titular de periódico: IDIOTA SE CALCINA EN ACCIDENTE DE COCHE; LE ARREBATA A SU NOVIA UN FUTURO BRILLANTE.
La bomba parece estar a cinco centímetros de nosotros. Estamos a punto de chocar contra su armazón cuando el coche derrapa hacia el otro lado. Ahora lo que nos debería de preocupar son los bordes de cemento de la carretera. Hay uno justo delante, a la derecha, pero solo lo rozamos y, finalmente, retomo el control y logro parar el coche entre los pastizales encharcados que hay junto a la carretera.
Aimee levanta la vista del suelo con los ojos como platos y el labio inferior temblando.
Lo único que logro decir es:
—¡Dios mío!
—No ha pasado nada —me dice—. ¿Estás bien?
No me lo puedo creer. Esta chica debería de estar abofeteándome.
—No, no estoy bien —le respondo—. ¿No lo ves? No estoy nada bien. ¡Soy un puto jodido desastre al cien por cien!
Sale de la parte de abajo del coche y me abraza.
—Me alegra que nadie haya salido herido.
—¿Estás de coña? —me desprendo de sus brazos—. Casi te mato y ¿me quieres abrazar? Necesitas alejarte cuanto antes de mí.
—No, no necesito eso —me dice llorando—. Solo quiero abrazarte y asegurarme de que estás bien.
—Bueno, maldita sea, entonces me alejaré yo de ti —abro la puerta y salgo a la carretera, con la lluvia golpeándome como si fueran clavos—. Conduce tú de vuelta a casa —le grito mientras me alejo—. ¡Así irás más segura!
Pero, por supuesto, no hace eso. En vez de continuar en el coche, sale a la carretera y me grita que vuelva. Yo sigo caminando lo más rápido que puedo. Es como si pensara que, si me muevo lo suficientemente rápido, lograré alejarme incluso de mí mismo.
—¡Sutter! —me grita—. ¡Espera! ¡Perdóname!
Increíble. ¿Ella me pide perdón? ¿De qué? Me giro para decirle que se meta al coche y me deje en paz, pero no tengo oportunidad. Un par de luces se acercan a toda velocidad justo detrás de ella. Lo único que alcanzo a decir es:
—¡Aimee! —antes de que ella se mueva hacia la izquierda. Por un segundo, las luces me ciegan y luego escucho un horrible golpe y la veo rodando por la cuneta hacia las hierbas.
Siento como si mi piel estuviera en llamas cuando corro hacia ella. La lluvia prácticamente me ciega. Noto el estómago como un animal enloquecido que pujara por salir a través de mi pecho y mi boca. Solo pienso: «¿Qué he hecho? ¿Qué he hecho?». Ni siquiera sé si lo estoy diciendo en voz alta o no. Ella está tumbada en la hierba, con el pelo empapado y barro en la mejilla. ¿O es sangre? Me arrodillo a su lado.
—Aimee, Dios mío, Aimee, soy un verdadero idiota, Aimee.
—Sutter —dice sin abrir los ojos—. Creo que me ha atropellado un coche.
—Ya lo sé, corazón, ya lo sé —en alguna parte he oído que se supone que no se debe mover a una persona que ha sufrido un accidente automovilístico, para no hacerles daño en la columna o algo así, así que me arrodillo junto a ella, temeroso siquiera de tocarle la cara.
—No te preocupes, buscaré ayuda —le digo, pero soy tan idiota que he perdido el móvil y no tengo manera de llamar a una ambulancia.
Ella abre los ojos e intenta sentarse.
—Espera —le digo—. Creo que es mejor que no te muevas.
—Estoy bien —se apoya en mi pecho—. Creo que estoy bien. Solo me ha dado en el brazo.
La miro más de cerca y veo que solo tiene barro en la mejilla y se lo limpio con cuidado.
—¿Puedes ayudarme a volver al coche? —me pregunta—. Nos estamos empapando aquí.
—Claro, claro que puedo, cielo, claro que puedo —coloco mi mano bajo su brazo para ayudarla a ponerse de pie pero hace una mueca de dolor y me pide que me detenga.
—¿Qué pasa?
—Es mi brazo. Creo que me lo he roto.
—¿Te duele mucho?
Escuchamos una voz detrás de nosotros.
—Dios mío, ¿está bien?
Es una pareja, un par de años mayor que nosotros, universitarios por lo que parece.
El tipo dice:
—Se nos ha cruzado de repente. No he podido hacer nada.
—Solo la ha golpeado el espejo retrovisor —dice la chica. Lleva una revista abierta sobre la cabeza para mantener su pelo seco, pero no está sirviendo de mucho—. El espejo ha quedado destrozado. Es que iba andando por la carretera.
—Lo siento —dice Aimee.
El tipo le dice:
—No, no te preocupes. Solo espero que estés bien.
—Estoy bien —responde.
Pero yo les digo:
—Creo que se ha roto el brazo.
—Tiene suerte de que no haya sido peor —dice la chica—. ¿Qué estabais haciendo?
Empiezo a responderle que eso no es de su incumbencia, pero Aimee interviene.
—Estábamos buscando algo. Se nos había caído una cosa del coche.
El tío quiere saber si necesitamos que nos lleve al hospital, pero le digo que estamos bien, que podemos resolverlo por nuestra cuenta. Eso parece tranquilizarlo y su novia nos dice:
—Chicos, tenéis que tener más cuidado.
Ayudo a Aimee a levantarse y todo parece estar bien salvo su brazo izquierdo, pero no tiene el hueso salido ni nada. El tío nos sigue al coche y abre la puerta del copiloto para Aimee. Su novia ya está de vuelta en el coche.
—¿Estás seguro de que estás bien para conducir? —dice cuando ya tenemos a Aimee dentro del coche.
—Estaremos bien —le digo—. Me da igual si tengo que conducir a quince kilómetros por hora. No permitiré que le pase nada más.
Cuando me pongo tras el volante, le digo a Aimee que la voy a llevar a urgencias, pero se niega. Tiene miedo de que llamen a la policía y me acusen, y también de que llamen a sus padres.
—Puedo esperar a mañana y entonces iré al médico. Me inventaré algo que decirle a mi madre.
—¿Pero no te duele?
—Un poco.
—Por eso, vamos a urgencias.
—No, Sutter, no vamos a urgencias —está sentada sosteniéndose el brazo, pero noto determinación en su mirada en vez de dolor—. Ya te lo he dicho. Iré mañana. No quiero que nada se interponga entre nosotros y Saint Louis.
—¿Estás segura?
—Estoy segura.
Está empapada y dolorida, pero nunca había querido a alguien tanto como la quiero a ella en este momento.
Y así es como entiendo que debo dejarla ir.