CAPÍTULO 55

Así que, en resumen, diría que a pesar de la resaca de dos días, la fiesta de graduación fue un éxito rotundo. Varios días después, la gente todavía se acerca para felicitarme por mi popurrí de Dean Martin y mi salto mortal casi perfecto y totalmente vestido a la piscina de Kendra.

Por otro lado, unos cuantos idiotas han empezado a llamar a Aimee Vomitona. Algunos tipos, como Chad Lammel, pasan a mi lado por el pasillo y me dicen: «Oye, Sutter, ¿dónde has dejado a Vomitona?» o «¿Ha roto Vomitona más muebles de jardín últimamente?». Aimee dice que en clase de Inglés, cuando se iba a sentar, alguien le ha dicho: «Oye, Vomitona, no vayas a romper el pupitre».

—No te preocupes —le digo—. Que se vaya a la mierda ese tío. Ya veremos lo que dice cuando un día tú seas una estrella de la NASA y él tenga que trabajar en una granja de pollos, cortándoles la cabeza para sobrevivir.

Aimee no está tan interesada en la NASA últimamente. Ahora insiste, todo el tiempo, en cómo vamos a localizar a mi padre y a irnos a vivir a Saint Louis, como si todo fuera parte del mismo paquete. Yo tenía la esperanza de que todo esto hubiera sido solamente el efecto del vodka, pero la suerte no lo ha querido así. Ya le ha dicho a su hermana que vamos para allá.

Un día, nos sentamos a comer en McDonald’s y lo primero que me dice es:

—¿Ya has hablado con tu madre para averiguar dónde encontrar a tu padre? —es el segundo día seguido que me pregunta eso.

—No. He pensado que mejor se lo voy a preguntar a mi hermana. Pero tengo que encontrar la mejor manera de hacerlo. Mi hermana y yo no nos llevamos muy bien.

—Me muero de ganas de conocerlo —me comenta—. Creo que esto será muy, muy bueno para ti. Pero no tenemos mucho tiempo. Ambith espera que lleguemos prácticamente cuando salgamos de la graduación.

—No te preocupes. Te dije que lo haría y ya me conoces, si digo que haré algo, lo haré.

Por supuesto, la verdad es que, independientemente de los sentimientos que tengo por ella, sigo esperando que Aimee corte conmigo. Las señales empiezan a acumularse. Al igual que el resto de mis novias, empieza a buscar cierta cosa más que parezco no tener, aunque no sé bien qué serán.

Imagen

Pero el tiempo se está agotando si pretende cortar conmigo antes del día de la supuesta mudanza a Saint Louis. De hecho, ahora que ya ha pasado la fiesta de graduación, parece como si el curso prácticamente hubiera terminado. Vamos a clase solamente por ir, haciendo tiempo hasta que llegue el día de graduarnos.

Desgraciadamente, para algunos de nosotros, la graduación tal vez se posponga un poco. No se lo he dicho a Aimee, pero el señor Asnoter ahora la tiene tomada conmigo. Aparentemente, según él, parece que tengo que sacar al menos un Bien en su último examen para aprobar su asignatura.

—Y, si no lo logras —me dice muy estricto y dándose importancia—, me parece que tendré que verte en los cursos de verano, jovencito.

Ahí va de nuevo con el asunto del «jovencito».

Supongo que podría pedirle a Aimee que me hiciera los deberes, pero no quiero correr el riesgo de que piense que esa es la única razón por la que estoy con ella.

De cualquier forma, realmente me prometo a mí mismo que voy a llamar a mi hermana, Holly, y preguntarle por mi padre. Tal vez lo de irme a vivir a Saint Louis no sea tan realista, pero la idea de localizar a mi padre empieza a gustarme. Seguro que realmente podría hablar de cosas con él. Seríamos los hombres Keely, por fin unidos. Incluso nos imagino yendo a un partido de béisbol juntos de nuevo. Esta vez podré tener mi propia cerveza helada.

Sin embargo, es fácil encontrar excusas para no llamar a Holly, sobre todo porque en realidad nunca me perdonó por lo del traje quemado. Pero hoy tengo una razón legítima. Bob, el gerente de la tienda de ropa, me ha pedido que llegara al trabajo un par de horas antes. A ver, no puedo iniciar una conversación importante y densa sobre el padre perdido y luego interrumpirla:

—Mira, Holly, te llamo más tarde. Tengo que ir a trabajar.

En Mr. Leon’s, saco a relucir el tema de nuevo con Bob, pero lo noto distraído y no me ayuda con su sabiduría como en otras ocasiones. Más tarde, cuando va a terminar el turno, averiguo por qué. Me llama a su despacho y me pide que me siente.

—Sutter —me dice, juntando las manos—, ¿sabes por qué te he pedido que vinieras temprano hoy? —no me da oportunidad de responderle antes de continuar—. Obviamente, no ha sido porque tengamos mucho trabajo. De hecho, ya nunca tenemos mucho trabajo. Ese es el problema. La oficina central lo sabe y me han pedido que reduzca las horas después de la semana que viene. Así que quería que trabajaras unas cuantas horas más antes de que tengamos que hacer eso.

—¿Cuántas horas tienes que cortar? —pregunto—. Ya estoy trabajando solo tres días a la semana, y ni siquiera son turnos de ocho horas. Esperaba que me volvieras a dar cinco días en verano.

Supongo que eso demuestra dónde tengo la cabeza. Sigo pensando en términos de vivir aquí y no en Saint Louis.

Bob baja la mirada y recorre el borde de su escritorio con el pulgar.

—Y a mí me gustaría darte esos cinco días, Sutter. De verdad. Pero la cosa es…, lo que quiere la oficina central es que me quede con un solo ayudante. Ambos sabemos que me gustas y le gustas a los clientes, a la mayoría al menos, así que si fuera mi decisión te conservaría a ti.

—Eso es perfecto, Bob. No te arrepentirás.

—Espera un segundo, Sutter. Eso no es todo. Lo he pensado mucho y la única manera en la que puedo permitirte que te quedes es que me prometas, al cien por cien, que no volverás a presentarte ni siquiera con una copa encima. Ni una sola vez. De otra manera, no tendré más alternativa que despedirte.

Bob me mira directamente a los ojos ahora. Una pesada tristeza ensombrece su actitud, como si supiera que no importa si miento o digo la verdad, de todas maneras terminaré decepcionándole. Y, claro está, no puedo mentirle. Es Bob Lewis. Es un muy buen tío.

—Bueno, Bob —le respondo—, ahí sí me has pillado. Sabes que no te puedo prometer eso. Me gustaría poder, pero no puedo.

Continúa mirándome a los ojos durante un largo rato y luego asiente.

—Agradezco tu honestidad, Sutter. Supongo que si fuera tu padre intentaría sermonearte o algo parecido sobre lo que te estás haciendo, pero realmente no me corresponde.

Extiendo la mano y le doy un apretón a la suya.

—Bob, si tú fueras mi padre, probablemente no tendrías que sermonearme así. Ha sido maravilloso trabajar contigo.

—Todavía tenemos dos semanas más para trabajar juntos —juro que parece como si estuviera a punto de llorar—. Y después de eso, si decides poner tu vida en orden, puedes volver conmigo y veremos si tengo un puesto para ti.

—Cuenta con eso.

Después de esa conversación, las cosas son bastante incómodas, así que salgo temprano en vez de quedarme a charlar con Bob mientras él hace caja. Claro, me siento mal de que me despidan, pero me hubiera sentido peor si hubiera mentido. De hecho, me siento bastante orgulloso de mí mismo al salir de la tienda, y el aire tiene un toque de dulzura. Hasta que veo el coche de Marcus aparcado junto al mío.