—Sutter, tienes que entrar.
Miro hacia arriba y descubro a Cassidy, de pie a mi lado, y su pelo brilla bajo las luces del patio. Es preciosa.
—No puedo entrar. Estoy completamente mojado.
—Te traeré una toalla.
—¿Cuál es la emergencia? —me pongo de pie y empiezo a acompañarla hacia la puerta del patio.
—Es Aimee. Se encuentra mal. Kelsey se la ha encontrado tirada en el suelo del baño. Ha vomitado en la bañera.
—Dios. Tal vez no debimos comer tantas patatas en Marvin’s.
—¿O tal vez tanto alcohol?
—Mira, te propongo algo. ¿Por qué no vas a por ella y la traes aquí fuera? Tal vez si se pone a nadar un rato se sentirá mejor.
—¿Nadar? Sutter, no puede nadar. Se hundiría como una piedra.
—Oye, que yo me metería con ella. No dejaría que se hundiera.
—Sí, seguro, igual que has estado con ella toda la fiesta. No has pasado ni un minuto con ella desde que llegasteis.
—¿Y eso qué tiene que ver contigo? ¿No tuviste suficiente con darme instrucciones sobre cómo debía comportarse un novio cuando estábamos juntos? ¿Ahora pretendes decirme cómo ser novio de otra persona?
—Esto no tiene que ver con nosotros —se detiene frente a mí y me coge del brazo, como si quisiera sacudirme para hacerme entender—. Sabes que te quiero y que siempre te querré, pero esto es sobre…
No tiene oportunidad de terminar. Aimee la interrumpe. Estamos junto a los muebles del jardín, como a diez metros de la puerta, y ahí viene Aimee, con paso un poco tambaleante, pero con la mirada decidida.
—A él le importa una mierda si tú le quieres o no —dice como a cincuenta decibelios de volumen—. No eres su novio. Digo, que él no es tu novia. Digo… Ya sabes qué quiero decir.
Cassidy dice:
—Aimee, solamente estaba intentando que él entrara a ayudarte.
Pero Aimee responde:
—Ya sé lo que intentabas hacer —su rostro está muy pálido, más de lo normal. Ha desaparecido incluso el pintalabios. Tiene un poco de vómito en la mejilla—. Lo llevas intentando toda la noche. Te lo estabas prácticamente follando en la pista de baile.
—No es cierto —le digo, completamente sorprendido. Es decir, es cierto, yo le he enseñado lo importante que es decir palabrotas en ciertas situaciones, pero ¿quién hubiera pensado que la palabra follando saldría de su boca con tal facilidad?—. Solo ha sido un baile amistoso —le digo e intento tocarla, pero se zafa de mi brazo y se dirige a Cassidy.
—No te quiero volver a ver cerca de él —le dice—. Puta perra gorda.
Entonces, en menos de lo que canta un gallo, levanta el brazo y le da una bofetada a Cassidy en la mejilla. La fuerza del golpe hace que Aimee pierda el equilibrio y caiga sobre la mesita de vidrio del patio, rompiéndola en mil esquirlas afiladas.
Así que ahora tengo a una tía con una marca roja gigante en la cara y otra tirada entre los restos de una mesa. ¿A quién ayudo? No sé si esto dice algo sobre mi persona, pero ayudo a Aimee.
Le coloco la mano detrás del cuello.
—¿Puedes sentarte? ¿Te has cortado?
—¿Estoy horrible? —me dice—. Seguro que estoy horrible.
—Vamos, siéntate en esta silla.
La coloco en la silla y la examino para buscar cortes. Tiene apenas un rasguño en la parte de atrás del brazo, nada grave.
—Parece que estás bien —le digo, y ella entierra la cara en mi camisa mojada y dice:
—No, no estoy bien. Soy una estúpida. He hecho algo en el baño. ¿Tengo vómito en el pelo?
—No, tu pelo huele dulce —le digo, pero la verdad es que el olor a eau du vomitée es bastante fuerte.
Tras nosotros escucho el alarido de Kendra:
—¡Sutter Keely! Cuando me han contado lo que estaba pasando aquí debí imaginarme que tú estarías involucrado. Espero que sepas que vas a pagar por esta mesa, Sutter.
—Está bien —le respondo, totalmente tranquilo y digno—. Solo tienes que enviarme la factura.
Pero no ha terminado.
—Y quiero que tú y la borracha de tu novia os vayáis de aquí. ¡Ahora! —está que hierve, rebosante de una ira mojigata digna de una madre.
—¿Por qué debería irme? Ya te he dicho que te voy a pagar esa estúpida mesa.
—¿Por qué deberías irte? —evalúa el patio y la piscina como si fuera un perito de seguros tras el huracán Katrina—. Hay un par de razones. Primero, has conseguido que todos se metan a la piscina a pesar de que dije claramente que no debían hacerlo y segundo, la señorita alcohólica ha montado un estúpido numerito, ha abofeteado a mi mejor amiga sin razón y ha roto una mesa de doscientos dólares.
—Tranquila, es una fiesta. Pasan cosas.
—No, Sutter. Una fiesta es para divertirse. Tú no sabes divertirte como una persona normal.
—¿Yo? ¿Estás de coña? Mira a todo el mundo en la piscina. ¿Crees que no se están divirtiendo? ¿Qué crees que van a recordar de esta fiesta: jugar en el comedor contigo o nadar con la ropa puesta?
Antes de que Kendra responda alguna tontería, Cassidy interviene y me coge del brazo.
—Sutter —me mira a los ojos con su expresión más seria. La conozco muy bien. Su mirada no es mala, reprobatoria ni nada similar. Simplemente me deja claro que no es hora de hacer chistes—. Es hora de que te lleves a Aimee a casa. No quiere estar aquí en este estado.
Y, por supuesto, tiene razón. Aimee está sentada, totalmente pálida, y parece que fuera a vomitar de nuevo en cualquier momento. Así no es como quiere que la gente la conozca y no es como yo quiero que la conozcan.
—Por lo general no es así —digo—. No está acostumbrada a tanta fiesta. Supongo que necesita un poco más de práctica, ¿no?
Cassidy me da unas palmaditas en la espalda.
—Llévala a su casa.
Aimee está muy inclinada hacia delante en la silla, como si fuera a caerse de boca, pero no. Vomita otra vez.
—Dios —dice alguien—, mirad a esa máquina de vomitar.
Me arrodillo a su lado y le retiro el pelo de la cara.
—Vamos, linda —digo con suavidad—. Es hora de irse. Vas a estar bien. Todo va a estar bien.