Cuando volvemos a la sala de banquetes, el ambiente ha cambiado. O quizá lo que pasa es que yo estoy hundiéndome en la siguiente etapa de la borrachera: la zona tranquila, el valle entre las montañas. Es algo que me viene pasando últimamente. Antes casi todo eran montañas, pero supongo que, en una relación a largo plazo con la bebida, es de esperar que de vez en cuando aparezcan valles.
Miro hacia el otro lado de la habitación y me siento arrastrado por una sensación de pesadumbre; es casi agridulce, pero con un mayor predominio de lo agrio. La belleza de los tristes motivos decorativos ya se ha desgastado y ahora simplemente parecen patéticos. La purpurina se está desmoronando. La desesperanza inunda la habitación. Las sonrisas de la gente son tan falsas como las lunas de cartón.
Se me ocurre la idea de que todos somos briznas de césped del mismo jardín. Hemos crecido juntos, hombro con hombro, bajo el mismo sol, bebiendo de la misma lluvia. Pero ya sabéis lo que le ocurre al césped: la gente lo poda justo cuando alcanza su mejor momento.
Mucha gente ya se ha ido a otras fiestas. Cassidy y Marcus no están por ninguna parte. Ricky tampoco. Pero la pista de baile sigue medio llena y eso tal vez sea lo peor de todo. ¿Qué tiene esta música mediocre que hace que la gente al menos levante un pie? Suena como si la estuviera escupiendo la máquina desalmatizadora de los vampiros atómicos. Pero, ahí siguen, girando y sonriendo, e incluso, intentan ocasionalmente imitar ese gesto sexy que aprendieron de la televisión. Zach Waldrop opta por un baile cómico para compensar su falta de ritmo. Mandy Stansberry, mi salvaje ex novia de los años de la Secundaria, hace movimientos insinuantes, como si fuera la siguiente diva pop adolescente recién salida del horno. ¿O es la diva porno adolescente? ¿Cuál es la diferencia?
Ya no somos la Generación-Más-Rápida-Que-La-Velocidad-De-La-Luz. Ni siquiera somos la Generación de La-Próxima-Novedad. Somos los Jóvenes-A-Punto-De-Caducar y nos arremolinamos aquí para ocultarnos del pasado y del futuro. Sabemos lo que nos espera: el futuro nos aguarda justo allí enfrente, como una reja de hierro forjado, y el pasado nos ataca desde la retaguardia como un dóberman perverso, solo que nunca se da por vencido.
No pasa nada. No hay que tener miedo. Sutter Keely es un veterano en las fases del ciclo de la borrachera. Conozco sus etapas casi tan bien como los meses del verano. Y lo único que me queda por hacer ahora es continuar avanzando a través del valle hasta llegar a la siguiente etapa: la etapa de me da absolutamente lo mismo pero que empiece ya.
Cuando el DJ toma un descanso, le doy un codazo suave a Aimee y le digo:
—¿Sabes qué? Esta fiesta de graduación se está convirtiendo en polvo dentro de su propio ataúd. Lo que necesita es un buen cambio de personalidad y yo soy el indicado para ese trabajo —sin mayor explicación, me lanzo a la cabina del DJ, listo para inyectarle un poco de esencia de Dean al abismo.
Pero surge un problema; el equipo es un poco complicado y yo ya he bebido más de la cuenta, así que aborto la misión original y opto por una versión nueva y mejorada: Sutterman en persona cantando los éxitos de Dino directamente desde sus propias vísceras.
Golpeo suavemente el micrófono un par de veces.
—¿Me podríais conceder todos vuestra atención?
Desde alguna parte del centro de la sala, alguien grita:
—¡Eeeh! ¡Sutter!
—Solo quiero cambiar un poquito el ambiente —digo con mi mejor voz de micrófono, cortés y profunda—. Ponerle un poco de clase a la noche. Un poco de estilo.
Empiezo con You’re Nobody ‘Til Somebody Loves You canturreando con mi mejor imitación del estilo de Dino. Entrecierro los ojos igual que Dean, me balanceo y mezo mi vaso por todas partes como él.
—¡Ay! —alguien grita a unas cuantas mesas de distancia.
Desgraciadamente, no recuerdo la letra entera de la canción, así que me veo en la necesidad de fusionarla con Ain’t That Love a Kick in the Head después de unos cuantos versos. Incluso eso es una muestra de mi genialidad. Es el popurrí perfecto. Esas dos canciones resumen bastante bien el estado del mundo. De hecho, no son solo canciones. Son revelaciones. De pronto, la fiesta de graduación pierde su cualidad de ordinaria y una sorprendente dosis de profundidad arrasa el salón.
Pero siempre hay alguien que no entiende nada. Como el señor Asnoter.
Asnoter está presente como parte de la unidad Gestapo del baile, listo para saltar sobre cualquiera que se desvíe un poquito de la autopista del aburrimiento. Me dispongo a repetir la segunda parte del coro de You’re Nobody ‘Til Somebody Loves You cuando siento su garra aferrando mi brazo.
—Muy bien, ya es suficiente señor Keely. Es hora de volver a la mesa.
—Pero si estamos en lo mejor —le digo con total sinceridad—. Es el evangelio según Dino.
—¡Siéntate! —grita alguien del público, probablemente la misma persona que propuso Puttin’ On the Ritz como tema para la fiesta.
—Vete a la mierda —entono con mi profunda voz de micrófono.
—Eso ha sido suficiente —dice el señor Asnoter, agarrándome del brazo.
—Pero, señor Asnoter —le digo todavía con mi tono grave y sensual—, esta es nuestra última noche para ser jóvenes, ¿acaso ya se ha olvidado de lo que se siente?
Debo aclarar que toda esa parte de «señor Asnoter» y demás ha sonado por el micrófono. Se escuchan un par de «¡Uuuhhh!», además de unos «¡Siéntate!», y los ojos del señor Aster se abren como platos.
—Muy bien, se acabó —dice—. Tu fiesta de graduación se ha terminado.
Juro que la cabeza se le calienta tanto que parece que su pelo fuera a estallar en llamas en cualquier momento. Pero yo le digo:
—Muy bien. Este cadáver está listo para la morgue de todas maneras.
—Fuera, señor Keely. No pienso repetírselo.
Conservo mi dignidad intacta mientras camino de vuelta a la mesa para recoger a Aimee. Claro, no falta el par de personas que gritan: «¡Vete a tu casa, tarado!», pero ¿a quién le importa? Los que de verdad saben que es lo bueno están de mi lado. «¡Bien hecho, Sutter!», me dicen. «¡Nos vemos dentro de un rato en la otra fiesta, tío!».
Aimee no parece decepcionada por tener que irnos temprano. Cuando llego a la mesa, ya ha recogido todas sus cosas. En cuanto salimos al aire fresco del exterior, ambos le damos un gran trago a nuestras bebidas.
Sí, la siguiente etapa de la borrachera está a punto de empezar.