Mi pajarita, mi faja, y el pañuelo rojo de mi bolsillo son totalmente Dino-bulosos. La madre de Aimee abre la puerta luciendo un fabuloso corte de pelo que brilla bajo la luz de la televisión.
—Vaya, sí que pareces un caballero sofisticado —me dice y se gira para gritar—, ¡Aimee, ha llegado tu acompañante!
Aimee no sale inmediatamente, así que me quedo atrapado en el salón, intercambiando miradas incómodas con su madre y Randy la morsa.
Entonces Aimee aparece en el pasillo y tengo la impresión de que ha pospuesto su gran entrada a propósito para darle un efecto dramático. Deberíais saber que se ha pasado un mes entero delante del espejo para que todo salga perfecto, pero Aimee es Aimee y la elegancia no es su fuerte.
Por supuesto, se ha vuelto a echar pintalabios e incluso algo de sombra en los ojos esta vez. Encima de todo, y quiero decir, literalmente encima, se ha hecho un peinado alto que le ha quedado un poco torcido, como la torre inclinada de Pisa. Su vestido es de un tono amarillento desvaído que no le sienta muy bien a su tono de piel. La falsa sedosidad le da a sus caderas un aspecto sexy y elegante, pero el escote es prácticamente inexistente.
El efecto que surte el conjunto en mí es que me dan ganas de cogerla entre mis brazos, acariciarla y decirle que es la cosa más bonita que he visto en toda la galaxia. Que no haga caso de los comentarios de tíos como Jason Doyle, le quiero decir. Pero ni siquiera entendería por qué podría provocar comentarios, para empezar.
Hacemos el ritual de intercambio de la flor en el ojal y el ramillete, su madre nos hace un par de fotos con una de esas camaritas amarillas desechables y salimos. Ahora bien, sé que todo el mundo va a ir a restaurantes elegantes como The Mantel o Nikz at the Top, pero Aimee y yo no somos los demás.
—Entonces —me pregunta—, ¿cuál es la sorpresa? ¿Dónde vamos a cenar?
—Espera, ya lo verás.
Unos diez minutos después, las antenas de radiofrecuencia aparecen en nuestro campo visual y me dice:
—Espera, ¿vamos a cenar en Marvin’s?
—¡Correcto! —le digo como si fuera un presentador de un concurso de la tele—. ¡Entréguenle a la señorita un frigorífico nuevo y un galgo de cerámica!
—¿No venimos demasiado elegantes?
—Da igual. Es el simbolismo sentimental del lugar: aquí tuvimos nuestra primera cita.
—Pensaba que nuestra primera cita había sido en la fiesta del lago.
—Bueno, nuestra primera cita de sentarnos a comer.
—Solo comimos patatas con chili.
—¿Qué pasa? ¿No te gusta la idea?
—No, no es eso.
—A ver, este sitio es especial, es nuestro sitio.
—¿En serio? ¿Nuestro sitio?
—Por supuesto.
—Entonces es perfecto —contesta sonriendo.
Yo esperaba que al personal le hiciera gracia que nos presentáramos con la ropa de la fiesta de graduación cuando llegáramos a Marvin’s, pero el tío del mostrador, que puede o no ser Marvin, nos mira como si estuviéramos locos.
—Vamos a la fiesta de graduación —le digo—, y no se nos ha ocurrido un local más espléndido que Marvin’s para nuestra ocasión especial.
—¿En serio? —dice el tipo sin emoción. Mira a Aimee—. ¿Y tú estás de acuerdo con eso?
—Claro —responde—, es nuestro sitio.
El tipo inclina la cabeza de lado.
—Muy bien. Trata de no mancharte el vestido de chili.
Nos sentamos en nuestro reservado favorito y cuando la camarera se acerca, está más animada:
—Qué guapos estáis los dos —dice—. Tendremos que traeros algo especial. ¿Qué tal un filete empanado?
—¿Podemos pedirlo con patatas con chili?
—Puedes pedirlo como quieras, corazón.
Después de pedir y de que la camarera desaparezca por la parte de atrás, saco un paquete pequeño del bolsillo. Está envuelto en papel rojo y verde y el lazo es de color rojo brillante. Vale, es papel de regalo que sobró de Navidad, pero de todas maneras queda bien.
—Toma —le digo y le doy el paquete—. He estado buscándote algo para hoy por la noche.
Sus ojos se iluminan y acaricia la caja.
—No tenías que comprarme nada.
—Ya lo sé. Pero quería hacerlo.
Intenta quitarle el papel con mucho cuidado, como si no quisiera romperlo para conservarlo como recuerdo. Finalmente, le quita el envoltorio, abre la caja y mira dentro.
—Es una petaca —me dice.
—Sí, eso es. Es justo igual que la mía.
Deja la caja sobre la mesa.
—Me encanta.
—Y te habrás fijado que viene llena, también.
Todo es perfecto. Le echamos un chorrito de alcohol a nuestras bebidas, Dean Martin canta desde la máquina de discos y la carne y las patatas no podrían estar mejor. La camarera incluso nos pone una vela en la mesa para darle un efecto romántico. Si Aimee tenía antes cualquier duda sobre Marvin’s, no veo cómo podría quedarle alguna cuando salimos hacia la fiesta de graduación.
La siguiente parada es el Parque Remington, donde se celebrará la fiesta. Sí, es un hipódromo, pero también tiene unas instalaciones realmente elegantes y una sala de banquetes increíble. El edificio en sí parece un palacio, iluminado con un fulgor dorado y con banderas ondeando en el techo. Además, la entrada tiene una marquesina enorme que te hace sentir como si estuvieras entrando a los Oscar o algo parecido. Muy elegante.
Dentro, la sala de banquetes está llena de sillas acolchadas y mesas con manteles blancos: fila tras fila de ellas en cinco plataformas distintas. En uno de los lados hay grandes ventanas, de hecho, una pared es de vidrio, con vistas a la pista de carreras, iluminada para nuestro deleite. Por supuesto, no hay carreras esta noche, pero las vistas son magníficas, con las luces brillando sobre la pista color marrón y los dos estanques en el lado interior.
Tengo que reconocerle el mérito al comité de organización, este sitio es genial, pero la decoración es exactamente lo que me esperaba del tema de la fiesta, el lujo y la opulencia de los que habla la canción Puttin’ On the Ritz: recortables baratos con forma de sombreros de copa y bastones y tiaras, junto con estrellas y lunas con purpurina. Son horrendos de la manera más gloriosa. Vaya si nos vamos a dar aires de grandeza. Así que aquí estamos, los reyes y reinas de lo patético. ¡Es nuestra noche!
Aimee y yo llegamos un poco tarde, porque me he perdido un par de veces por el camino, pero por suerte Cassidy nos ha reservado un sitio en su mesa. Es lo menos que puede hacer después de rechazar la idea de la limusina. La mesa de Ricky está en la otra punta del salón y lo veo rodeado de los amigos de Bethany y Tara. No puedo imaginar de qué estará hablando con esas personas. Por la sonrisa incómoda, que da la sensación de que llevara ropa dos tallas más pequeña que la suya, diría que él tampoco tiene mucha idea.
El ponche combina perfectamente con el Grey Goose de Aimee, pero no mucho con mi whisky, así que tengo que beber directamente de la petaca cuando tengo oportunidad, lo que no me molesta, salvo porque se supone que esta es nuestra noche especial. ¿No podría haber un poco de 7UP por algún lado?
Además, pensaba que íbamos a tener música en vivo, pero han contratado a un DJ. Para colmo, el idiota se piensa que es un genio. Lleva la gorra de lado y gafas de sol que le dan la vuelta a la cabeza. A ver, tío, estamos en un interior y es de noche. ¿Para qué necesitas las gafas de sol? Sus canciones son una versión blanca, nacida y criada en Oklahoma, con algo de influencia del rap de la costa oeste; su selección de canciones es la misma que vomita la radio todo el día. Pero no pasa nada. Yo he traído mi arma secreta: The Essential Dean Martin. Estoy esperando el momento adecuado para introducirlo en la mezcla.
A pesar de la música horrenda, la pista de baile está llena y después de un rato de entretener a nuestra mesa con algunas de mis historias divertidas, Cassidy y Marcus se pierden en la multitud. Os voy a decir una cosa, puede que Marcus tenga un aspecto impoluto, con su esmoquin blanco inmaculado y su camisa y corbata negras, pero en la pista de baile parece una grulla, las piernas largas y tiesas y un movimiento torpe de la cabeza hacia delante y hacia atrás. Quizá podríais pensar que el cuerpo de Cassidy, por otro lado, temblaría demasiado, pero no es así. Se mueve como elegancia líquida.
Ya sé que he venido aquí con Aimee, y estoy contento de estar con ella, pero ¿cómo podría no mirar a Cassidy? Lleva un vestido deslumbrante color turquesa que abraza cada una de sus opulentas curvas. El turquesa ilumina sus ojos, que relucen como diamantes azules, y su piel perfecta brilla como leche pulida. Mientras que Aimee tiene que estar ajustándose los tirantes del vestido para mantenerlo sobre sus hombros, el vestido de Cassidy no tiene tirantes. Su maravilloso busto lo sostiene todo por sí solo, como un increíble milagro de ingeniería anatómica.
—Baila bien —dice Aimee.
—¿Qué?
—Cassidy. Baila bien.
—Ah, sí. Supongo que sí. No me había fijado.
Cuando termina la canción, Cassidy regresa a la mesa arrastrando a Marcus de la mano.
—¿Por qué no estáis bailando vosotros? —me pregunta.
—Ya sabes que odio este tipo de música.
—¿Y qué? Yo también la odio. Pero ¿no eres tú el que siempre está diciendo que hay que aceptar lo raro? Simplemente salid a la pista y divertíos.
Tiene razón. No soy de esas personas que se preocupan por los niveles de popularidad de su música. Solamente me gusta lo que me gusta. Además, se me da bien bailar.
—Vamos —cojo a Aimee de la mano cuando empieza otra de esas terribles canciones—. Realmente odio esta canción. ¡Nos divertiremos!
Pero mi mano se topa con una resistencia inesperada.
—No sé —me dice—. No se me da muy bien bailar.
—Oye, con mis movimientos, puedo hacer que parezca que cualquiera lo hace bien.
—Tal vez luego —levanta su vaso como para decirme van a hacer falta unas copas más para que me anime a salir.
Del otro lado, Cassidy me coge del brazo.
—¿No te importa entonces si te lo cojo prestado para bailar una canción?
—Eh, claro —dice Aimee—. No me importa, me parece muy bien.
En la pista de baile, al principio es un poco incómodo. Cassidy y yo nunca hemos bailado como amigos.
—Bueno —levanta la voz para competir con la música—, Aimee está guapa.
—Sí.
—Tú también estás bastante bien.
—Tú estás maravillosa.
Sonríe y desvía la mirada.
Ahora ya me siento cómodo. No tiene sentido intentar ocultar el hecho de que todavía hay una chispa entre nosotros.
Le doy una vuelta y luego nos acercamos, luego volvemos a separarnos y nos volvemos a acercar moviéndonos juntos tan bien como siempre. Solamente una vez me pongo demasiado efusivo y, accidentalmente, me choco con Derrick Ransom. Así que me dice:
—Fíjate por dónde vas, Sutter.
—Eh, estamos en la pista de baile. Es demasiado pequeña para contener mis fabulosos pasos.
—Sí, claro.
La canción termina y empieza una lenta.
—¿Quieres bailar una más? —pregunta Cassidy.
—Claro, una más suena bien.
Hace tiempo que no la abrazaba así. Hay tanto de donde agarrar. Su calidez es casi abrumadora. Su perfume huele como su aspecto: azul y blanco y dorado. Este no es buen momento para que se me ponga dura, pero la canción apenas va por la mitad y mis defensas se están debilitando.
—Espero que a Aimee no le moleste que bailemos una canción lenta —me dice.
—¿Por qué iba a molestarle?
—No sé, a mí tal vez me molestaría si fuera ella.
—¿Y qué me dices de Marcus? ¿Crees que él tiene algún problema?
—Más le vale que no.
—Para ti es fácil decirlo.
—¿Cómo te van las cosas con Aimee? —sus labios están justo junto a mi oreja ahora.
—Estamos bien.
—¿La estás tratando bien, verdad?
—Sir Galahad no podría competir conmigo en el ámbito de la caballerosidad.
Se ríe y siento su aliento cálido en mi cuello.
—La he visto sacar una petaca para echarle algo al ponche. ¿No la estás convirtiendo en una borrachilla, o sí?
Me alejo para mirarla a la cara.
—¿Qué es esto? ¿Querías bailar conmigo o querías sermonearme sobre Aimee?
Apoya su mejilla en la mía.
—Bailar —me dice.
Cuando la canción termina, me da unas palmaditas en la mejilla y nos dirigimos de vuelta a la mesa. Parece que Marcus no nos ha prestado atención. Está muy interesado en una conversación con Darius Carter y Jimmy McManus. Aimee está sentada a un lado con ese tipo de expresión tensa que se le pone a la gente cuando intenta fingir que no le importa estar sola en medio de la multitud.
Le beso la mejilla y le pregunto cómo va su petaca.
—Todavía me queda un poco.
—¿Un poco? —le doy un trago a su ponche—. ¡Guau! Esa es una bebida de alta graduación —le doy otro trago—. Pero no está mal. No está nada mal.
La fiesta gira a nuestro alrededor. Es una etapa espectacular de la borrachera, esa etapa en la que te sientes conectado a todos y a todo. Los recuerdos que tengo de estas personas son demasiados para contarlos. Tantos amigos y tantas historias graciosas sobre ellos. A veces me imagino sus caras y me da la risa.
Y luego están las ex novias. Están increíbles, todas y cada una de ellas. Después de Cassidy, Shawnie es tal vez la más guapa, por cómo su vestido rojo combina con su pelo negro y su bronceado intenso y sus ojos brillantes. Me gusta verla tan contenta. Me preocupé un poco cuando supe que estaba saliendo con Jeremy Holtz, pero en realidad parece que están bien juntos. Nunca pensé que Jeremy quisiera ir a la fiesta de graduación, pero aquí está, y nunca lo había visto sonreír tanto.
Esta es mi gente. Vamos vestidos muy elegantes para celebrar nuestro vínculo común, la juventud. Esto es la fiesta de graduación, el día de San Patricio para los jóvenes. Solo que no estamos brindando por los tréboles ni echando a las serpientes de Irlanda. Estamos brindando por la clorofila que se eleva en nuestros cuerpos, atrapando la energía del universo. Nadie ha sido tan joven como nosotros en este momento. Somos la Generación Más-Rápida-Que-La-Velocidad-De-La-Luz.
Por fin empieza otra canción lenta y esta vez Aimee no se resiste. Prácticamente se derrite en mi pecho mientras nos mecemos al ritmo de la música. Es muy diferente tenerla a ella en mis brazos en comparación con Cassidy. Cassidy me muestra lo hermoso del exterior. Aimee extrae algo hermoso de las profundidades de mi interior.
—No puedo bailar como Cassidy —me dice.
—Sí, pero bailas como Aimee. Y eso es perfecto.