CAPÍTULO 45

Le beso la boca, los párpados, las cejas, la frente, las orejas, el cuello, incluso los pechos por encima de la tela de la camiseta. Rodamos hacia un lado y hacia el otro. Primero estoy yo arriba, y luego ella, y luego estamos de lado, y el sofá es tan pequeño que Aimee casi se cae al suelo. La abrazo con fuerza y le digo:

—No te preocupes, no voy a dejar que te caigas.

Y ella me dice suavemente:

—¿Podemos ir a mi habitación? Hay más espacio en la cama.

—Claro que podemos —le respondo, tratando de imaginarme la edición completa y extendida de Dos tontos muy tontos, contando hasta un billón e incluso visualizando la disección de una rana. Lo que sea con tal de no llegar demasiado lejos con esta chica. A ver, si se ha puesto a llorar porque le he dicho que se callara, ¿qué va a pasar cuando tenga que cortar con la persona con la que se acostó por primera vez?

Es extraño estar en su cama en medio de una habitación llena de novelas de ciencia ficción y dibujos de la Comandante Amanda Gallico a caballo. Pensaréis que es el sitio menos sexy del mundo, pero no es así. Al contrario, es super íntimo, como si estuviéramos solos en nuestra peculiar capsulita espacial, viajando por el universo.

—Me gustas tanto —me dice entre besos. Y me doy cuenta de que quiere decir te quiero en vez de me gustas, pero no porque me quiera, sino porque quiere decir eso. Pero claro, no puede. No si yo no lo digo antes.

—O sea, en serio, de verdad que me gustas.

—Eres espectacular —le digo—. De verdad lo eres.

—¿Podemos quitarnos la ropa? —me pregunta.

¿Qué le voy a responder? ¿Que no? A ver, no hay una película lo suficientemente graciosa ni un número tan grande ni una rana muerta tan horrenda como para detener las cosas ahora.

—Claro que podemos —mi boca está tan cerca de la suya que parece como si mis palabras cayeran dentro de ella como monedas en un pozo de los deseos.

Esta es siempre la parte incómoda. ¿Yo le voy a quitar la ropa a ella? ¿Ella a mí? ¿O cada cual se quita la suya? Es decir, ¿quién quiere pelearse con los calcetines de otra persona? Así que hacemos un poco de ambas cosas.

Tengo que retirar todo lo que he dicho de que esta chica no estaba buena. Sin sus camisetas ridículas con caras de caballo y sus vaqueros de culo ancho comprados en el supermercado, su cuerpo es absolutamente fabuloso. No es un cuerpo de curvas peligrosas. Más bien es la pureza de su piel. Alabastro bajo el brillo del reloj digital.

—La desnudez —le digo— te sienta de maravilla.

No se corta con dónde pone las manos, así que yo tampoco me corto. Vamos a toda pastilla cuando de pronto, se sienta y me dice:

—Espera un momento. Vuelvo en un segundo.

Y yo pienso: ¡Joder! ¿Se ha asustado después de haberme hecho llegar al punto en que ya no hay vuelta atrás? Pero entonces regresa a la habitación alegremente y se mete a la cama con un condón del escritorio de su madre.

—Tomemos precauciones —dice. Esta chica ha pensado en todo.

A Cassidy siempre le gustaba ponerse arriba, y así es espléndido, pero con Aimee me imagino que el método tradicional será mejor. Podemos ponernos creativos en otra ocasión. En este momento, solo necesito facilitarle el paso por este trance. Me imagino que probablemente ya será mejor que lo hagamos. Así puede adquirir un poco de experiencia con alguien que en realidad solo busca su bienestar. Ninguna preocupación. Solo cosas positivas.

A mitad de faena, me fijo en su rostro. Su expresión es sublime, tiene los ojos cerrados y su boca se abre ligeramente haciendo pequeños sonidos con cada uno de mis movimientos. Parece una santa rezando. De pronto, siento cómo todas las capas que han cubierto mi propia pureza empiezan a desaparecer. Cuanto más rápido vamos, más capas se van quemando, hasta que llega el momento mágico y no queda nada salvo el yo original, tan puro como el cuerpo de ella, brillante y glorioso.