Aimee todavía no se ha cansado de mí y no puedo decir que eso sea malo. De verdad disfruto de estar con ella. Siempre está dispuesta a todo lo que se me ocurre. La cosa es que, ahora que ya se ha hecho público el secreto sobre mis tardes con Cassidy, tengo que explicárselo a Aimee antes de que se entere por otra persona. A Krystal Krittenbrink le encantaría transmitirle el cotilleo.
La comida me parece un buen momento para darle la noticia. Es más difícil que una discusión se salga de control dentro del McDonald’s que si estamos los dos solos en casa. Por supuesto, Aimee nunca me ha dado motivos para pensar que sea de las que montan numeritos, pero nunca se sabe lo que puede suceder.
Pero resulta que soy un genio. Empiezo contándole cómo le aclaré a Marcus lo mucho que le gusta a Cassidy. Luego menciono, como si no fuera importante, todas las cosas buenas que Cassidy dice sobre ella cada vez que quedamos para tomar algo los jueves por la tarde. Y es cierto, Cassidy me ha dicho que piensa que Aimee es una verdadera dulzura. De todas formas, lo de los jueves por la tarde no le pasa desapercibido a Aimee.
—Pensaba que tenías que trabajar los jueves por la tarde —me dice.
—Sí, pero entro más tarde. A nadie le hace mal activarse un poco antes de trabajar, sabes.
Se queda mirando su hamburguesa.
—¿Dónde vais a beber?
—A ninguna parte. Nos quedamos casi siempre en su patio.
—¿En su casa?
—Sí. De hecho, a veces hablamos sobre salir los cuatro juntos: Cassidy, Marcus, tú y yo.
Tal vez no esté diciendo exactamente la verdad, pero podríamos organizar algo así en algún momento en el futuro y eso hace que el asunto tenga un tono positivo.
—¿Qué te parece? ¿Te apetecería que lo hiciéramos en algún momento?
—Eh, claro, está bien, supongo.
—Qué bien. ¿Quieres coger de mis patatas?
—Gracias.
Y eso es todo. Nada de acusaciones, nada de lágrimas, ningún numerito. Todo está bien. Por el momento.
Claro, la situación podría haberse tornado más emocional si ya nos hubiéramos acostado, pero he evitado sabiamente que eso suceda para que las cosas no se compliquen demasiado cuando llegue el final. Hasta el momento, lo único que hemos hecho es el ya acostumbrado beso y toqueteo en el coche fuera de su casa. Me imagino que no llegaremos muy lejos siempre que exista la amenaza de que aparezcan la madre de Aimee o Randy la morsa.
Veréis, estoy de acuerdo con lo que dice Cassidy: una vez que te acuestas con alguien, siempre estarás unido a esa persona por un hilo astral. Yo no soy ningún experto en temas astrales, pero en definitiva ahí hay algo de verdad, y la verdad es que no quiero que Aimee se quede enredada en un hilo pegajoso cuando llegue el momento de decirle adiós a Sutterman.
Pero no es tan sencillo. He contado hasta un millón, he hecho una lista con la mayoría de los presidentes y me he imaginado escenas de mi película antigua favorita, Dos tontos muy tontos, solamente para mantener el calentón bajo control cuando la beso. Sé que le dije a Ricky que no había manera de que se convirtiera en una tía buena, pero el cuerpo no miente. La cabeza sí, pero el cuerpo no. Mis huevos hinchados demuestran mi teoría cada vez que vuelvo de su casa.
Pero el mayor reto todavía está por llegar. Un par de días después de nuestra charla sobre Cassidy en el McDonald’s, Aimee me plantea la gran pregunta de si quiero pasar la noche en su casa y ayudarla a repartir periódicos al día siguiente. Shane va a dormir en casa de un amigo y su madre y Randy se van de fiesta toda la noche a los casinos indios.
Tal vez la elección del momento sea una simple coincidencia, pero no puedo evitar preguntarme si Aimee planea que nuestra relación avance hasta el dormitorio para poder competir con Cassidy. Por supuesto, pasar la noche juntos no implica que debamos acostarnos, pero ciertamente será mucho más difícil evitarlo. Pero ya me conocéis, yo siempre estoy dispuesto a aceptar un reto.
Cuando llega la gran noche, hago lo que siempre hago, le digo a mi madre que voy a pasar la noche con Ricky. Entonces, consigo películas, pizzas, patatas, salsas, Twinkies, whisky, 7UP, vodka y zumo de arándano y manzana. Claro que, cuando llego a casa de Aimee, tiene puesta música suave de los sesenta y velas colocadas por todo el salón, así que mi súper reto ya empieza con diez grados adicionales de dificultad.
Tenemos tres películas para escoger, dos comedias y una película tristona de ciencia ficción. Nada demasiado romántico. Definitivamente, nada con desnudos. Empezamos con la película de ciencia ficción, lo cual funciona muy bien porque Aimee me la está explicando y no queda mucho lugar en la conversación para pensar en asuntos de pasionales. Ese es mi gran temor, quedar atrapado en una de esas conversaciones de: «¿Hacia dónde se dirige nuestra relación?».
Lo extraño es que la película y sus comentarios en realidad me parecen interesantes, en especial después de que ella se tome un par de vodkas y empiece a coger carrerilla. Es una de esas películas ambientadas en una sociedad disfuncional en un futuro cercano. Reina el totalitarismo. La mitad de los personajes parecen refugiados de un club de punk rock de los setenta y la otra mitad parecen nazis espaciales. Una de las mujeres es bastante sexy para ser calva.
Aimee dice que los temas son simples: adiós a la individualidad, adiós a la originalidad. El futuro uniforme y desalmado se acerca y las semillas ya han sido plantadas. Ha escuchado o leído billones de historias similares. Eso es lo que teme la gente, dice, porque piensan que es como la muerte, y la muerte es la ladrona por excelencia de la identidad.
—¿Tú piensas que la muerte es así? —le pregunto.
—No —me dice—. Creo que cuando morimos no perdemos nuestra identidad, sino que adquirimos una mucho, mucho más grande. Tan grande como el universo.
—Esa es la mejor noticia que he escuchado en todo el día —le digo y chocamos los vasos para brindar por nuestros grandes seres universales.
Hay una chica punki en la película con un padre bastante anciano también punki. Creo que el actor que hace de padre solía ser una estrella. Es triste, de cierta forma, ver cómo envejecen las estrellas de cine bajo su fabuloso pelo. Pero esta es la única parte de la película que le parece novedosa a Aimee. Cuando termina, admite que el padre le recuerda a su propio padre porque ellos se entendían el uno al otro como nadie más los entendía.
Su padre fue de quien heredó el gusto por la música sesentera. Solía cantarle esas canciones. También le leía, incluso cuando ella ya sabía leer. Le encantaba un tipo llamado Kurt Vonnegut y otro que se llama Isaac Asimov. Estoy seguro de que escribían cosas de ciencia ficción. Por las noches, le leía capítulos enteros y le explicaba sobre la marcha la filosofía que había tras lo que leían.
—Solía poner un pequeño cenicero rojo en el marco de la ventana y echar el humo hacia fuera para que yo no tuviera que respirarlo. Y solía llevar una vieja gorra de los Cardenales de San Luis inclinada sobre la parte de atrás de la cabeza. A veces se reía tanto mientras leía que casi no podía continuar.
—Me cae bien —le dije.
—Era un soñador.
—Eso está bien. Me gusta escuchar los sueños de los demás. No creo que mi padre tuviera sueños. Era como yo, cada segundo es un sueño para los tíos como nosotros.
—Bueno, tuvo que tener ambiciones para terminar trabajando en el último piso del edificio Chase haciendo todos esos negocios.
—¿Qué?
—Ya sabes, ¿te acuerdas que me contaste que trabaja en el edificio Chase, en el centro?
—Ah, sí, claro, claro, claro. Supongo que me he distraído, pensando en cómo era antes. Era divertido. Pero ahora es un adicto al trabajo.
Se acerca y me pone la mano en la pierna.
—Tal vez deberíamos visitarlo algún día. Me encantaría conocerlo. Después de todo, tú ya has conocido a toda mi familia y yo no conozco a nadie de la tuya.
—Sí, hagámoslo algún día.
—¿Cuándo?
—No sé, algún día.
—¿Qué tal mañana? Bueno, si no es muy precipitado.
—No es buena idea —me quedo mirando hacia la tele, aunque la película ya ha terminado—. Además, probablemente trabaje hasta muy tarde.
—¿El domingo?
—Ya te lo he dicho, es adicto al trabajo.
—Entonces qué te parece si le damos una sorpresa en la oficina. Podemos llevarle un poco de la pizza que ha sobrado.
—No es buena idea.
—Siempre he querido saber cómo se ve todo desde lo alto de uno de esos edificios.
—Mierda —le quito la mano y la miro a la cara—. ¿Podrías dejar de hablar de una vez sobre visitar a mi padre? Eso no va a pasar, ¿vale?
Se sonroja intensamente y se encoge, retrocediendo. Parece como si la hubiera abofeteado o algo parecido. Pero, en serio, esta chica no sabe cuándo parar.
—Lo siento —me dice con la voz quebrada.
—Bueno es que no dejabas de insistir. No me gusta que me fastidien así, ¿sabes?
—Ya lo sé, ya lo sé, ha sido muy estúpido por mi parte. No sé qué me pasa.
Juro que se encoge tanto que parece que fuera a desaparecer entre los cojines del sofá.
—Oye —le digo, dándole una palmada en la pierna—. No pasa nada. Solo me ha molestado un poco.
—No, sí lo sé. Estoy actuando como mi madre y juré que nunca lo haría. Pero supongo que cuando tu familia está desequilibrada, tú también lo estás —ahora ya está llorando.
—No estás desequilibrada. Ven aquí —la abrazo—. Es solamente que lo de mi padre es un tema sensible para mí, ¿sabes?, pasa más tiempo trabajando que conmigo.
—Lo siento mucho —se seca las lágrimas en mi hombro—. Soy tan tonta, debería de haberlo sabido.
Esta chica no puede dejar de disculparse, así que hago lo que tengo que hacer. La beso. Y la beso y la beso hasta que las lágrimas se secan y para entonces ya estamos pegados en el sofá con las manos bajo la camisa del otro y ella me dice:
—Me alegro tanto de haberte conocido.
—Yo también me alegro de haberte conocido —y las palabras se pierden en más besos.