Ahora bien, solamente porque esté saliendo con Aimee, eso no significa que no pueda relacionarme con otras tías. Siempre podéis encontrarme en el pasillo en los intercambios entre clases hablando con Ángela Díaz o Mandy Stansberry u otra. Y, por supuesto, continúo con mi voz de mafioso y mis bromas con Shawnie. No tiene nada de malo. Somos amigos.
Aimee no tiene problemas con eso, pero no estoy tan seguro de que le parezca bien que quede con Cassidy para beber unas copas los jueves por la tarde como hemos estado haciendo. No pasa nada, pero debo admitir que tengo una relación más complicada con ella que con las otras tías. Los sentimientos que tuvimos el uno por el otro siguen ahí a flor de piel.
Como lo único que hacemos es sentarnos a hablar, podríais pensar que debería decírselo a Aimee, pero me imagino que su confianza todavía no está preparada para soportar algo así. No tiene sentido provocar problemas innecesarios. Supongo que Cassidy tampoco se lo ha contado a Marcus, pero con las tías no se puede confiar mucho en las suposiciones.
Un viernes por la tarde, después de mi última clase, apenas acabo de salir por la puerta cuando me llama Derrick Ransom.
—Sutter. Oye, Sutter, Marcus te está buscando.
—¿Marcus? ¿Para qué?
—Mejor que te lo cuente él.
No me gusta la expresión en el rostro de Derrick. Parece demasiado contento, de una manera un tanto malvada.
—Bueno —le digo, alejándome hacia el aparcamiento—, probablemente le va a costar trabajo encontrarme.
—¿Por qué?
—Porque me fui a Liechtenstein ayer.
Ahora bien, yo no soy de esos que se quedan pensando en que algo potencialmente maligno va a descender volando de los cielos con unas garras oscuras y encorvadas, pero esa noche, en el trabajo, no puedo evitar pensar qué será lo que Marcus tiene en mente. ¿Se habrá enterado de alguna manera de que me paso las tardes de los jueves bebiendo con Cassidy? O, peor aún, ¿habrá tenido Cassidy un cortocircuito cerebral y le habrá contado lo del día ese que salimos y casi nos acostamos? Ninguna de las opciones suena bien para Sutterman.
He visto lo que pasa cuando los celos envenenan el torrente sanguíneo. Me viene Denver Quigley a la mente. Le basta ver a un tipo hablando con Alisa Norman y ya está dispuestísimo a ir a darle una paliza. Antes de salir con Alisa, el año pasado, estuvo a punto de asesinar a Curtis Fields por conducir con Dawn Wamsley por la calle 12. Quigley había cortado con Dawn hacía una semana. Vamos a ver, esa chica cambiaba de tío como si fueran tampones usados. De todas maneras, Quigley se puso hecho un gorila de espalda plateada con alguien que solía ser su amigo.
Voy doblando camisas al tiempo que me imagino una película donde yo soy el protagonista: Sutter «El Salvaje» Keely, campeón mundial de kickboxing. Y ahí estoy bailando y esquivando, moviéndome con la rapidez de un guepardo, tumbando a Marcus con una brutal patada voladora a la barbilla: ¡Craaaaac!
Pero no me sirve de mucho. No he dado ni una sola clase de kickboxing en mi vida y, además, Marcus es tan alto que probablemente me desgarraría la ingle entera tratando de darle una patada en cualquier sitio por encima de la hebilla del cinturón.
Es suficiente para deprimirme incluso a mí, que no suelo hacerlo. Eso era algo que siempre me enorgullecía. Lo lucía como si fuera una Medalla de Honor del Congreso. Pero últimamente, no sé, es raro, a veces siento que una grieta negra desciende por mi estómago, la misma que apareció cuando Cassidy me dijo lo que quería que hiciera por ella y no le presté atención. Solamente que en esta ocasión es más bien como si hubiera estado soñando despierto cuando el Ser Supremo me reveló lo que debía hacer con mi vida y ahora ya fuera demasiado tarde para preguntar qué era.
De vez en cuando, la campana sobre la puerta se mueve y no puedo evitar dar media vuelta bruscamente para ver si la muerte se acerca caminando. Después de la tercera vez, Bob me pregunta si espero a alguien, así que me sincero y le explico la situación.
—Entonces, ¿soy el malo por querer quedar con mi ex novia? —le pregunto—. ¿Por algo así me merezco un puñetazo en el ojo?
Bob se queda un segundo pensando. Solo se le puede querer. Siempre te trata como si tu vida significara algo, como si valiera la pena poner a trabajar la vena de su frente por esta situación.
—No —me responde—. No eres el malo, Sutter. Eres un buen chico. Solamente que no tienes una noción realista sobre las consecuencias.
Debo admitir que tiene razón. Pero eso también lo suelo portar como una Medalla de Honor del Congreso.
Después de las siete y media, la campana que hay encima de la puerta ya ha dejado de sonar por hoy, es otra noche poco movida, pero un poco antes de que llegue la hora de cerrar, un coche aparca frente a la tienda. Las luces se apagan, pero no se baja nadie. No alcanzo a distinguir si es el Taurus de Marcus.
A las ocho, cerramos las puertas y apagamos la mayoría de las luces. El coche sigue ahí. Por lo general, yo me voy y dejo que Bob termine con el papeleo, pero hoy no tengo ninguna prisa. Así que Bob me dice:
—Te acompaño al coche, si quieres —pero eso me parece demasiado de niño de Primaria. No es tan mala idea, sin embargo, que se quede mirando por la ventana para que pueda separarnos antes de que Marcus empiece a darme puñetazos con esos brazos suyos.
—De acuerdo —me dice—. Hazme una seña baja con la mano si quieres que salga. Hazme una seña alta, por encima de la cabeza, si todo está bien.