¿Sabéis una cosa? Ahí estoy al día siguiente. Justo a la hora. Y también llego a puntual a mi cita del viernes por la noche. Y a la película del domingo por la tarde. Por supuesto, Ricky está anonadado con esta novedad. Me dice:
—Tío, ¿qué haces? Te dije que esa chica se iba a enamorar de ti. ¿No tienes fuerza de voluntad? ¿No pudiste plantarle cara y decirle que solo eres su amigo o su benefactor o lo que sea que seas?
—Oye, ¿alguna vez se te ha cruzado por la mente que tal vez sí me guste?
—No.
—Bueno, pues no te has fijado bien en ella. Tienes que hablar con ella un rato para poder ver cómo es en realidad. Emana pureza de corazón, tío. Además, lo único que hago es proporcionarle un poco de experiencia en materia amorosa. Vamos, le doy un mes para que se canse de mí y se dé cuenta de que puede irle mucho mejor con un tío que toque el primer trombón en la banda de música o algo así.
—¿Y qué pasará si no se cansa de ti?
—Oye, que soy yo. ¿Has conocido a alguna tía que no se haya cansado de salir conmigo?
Asiente.
—Debo admitir que tienes un punto a tu favor. Y, quién sabe, a lo mejor es buena influencia para ti.
—Sí, claro.
No sé de qué se queja Ricky. La verdad, no es que nos hayamos visto mucho desde que empezó a salir con a Bethany. A excepción de la patética fiesta del motel, no ha salido conmigo ni una sola vez desde entonces. Claro, tengo otros amigos, y en estas semanas he ido alternando: los viernes con Aimee y los sábados de fiesta con tíos como Cody Dennis y Brody Moore. Incluso salí otra vez con Jeremy Holtz y sus amigos los vándalos, pero tuve que salir por patas cuando se les ocurrió entrar a robar en una iglesia episcopal.
Después de eso, me pregunto si no será mejor pasar el tiempo con Aimee. Podría quedar con ella las dos noches del fin de semana de vez en cuando. Es divertido verla aprender a ser espontánea. Lo cierto es que esta tía es mucho más que sus novelas de ciencia ficción, la NASA y los ranchos de caballos. De hecho tenemos varias cosas en común.
Para empezar, a los dos nos gusta más la música antigua que las mierdas que intentan hacer pasar por música hoy en día en la radio. Yo soy un gran fan de Dean Martin y a Aimee le encanta la música hippy de los sesenta. Tiene la banda sonora de la película Woodstock y todo. Me ha cantado una canción de esa época que se llama Where Have All the Flowers Gone. Bueno, tiene una voz un poco débil, pero de todas maneras, cierra los ojos y la escupe directamente desde el ventrículo izquierdo. Hay que tener valor para hacer eso. Durante unos dos minutos y medio, de hecho, me siento como un verdadero hippy.
Es distinta a las otras chicas con las que he salido. No se cansa de mis historias ni de mis chistes ni espera que le lea la mente. No quiere que me vista mejor, ni que me ponga mechas en el pelo ni que sea más serio. No soy un accesorio en su estilo de vida. Soy una necesidad. Soy el tío que va a abrir su capullo de larva. No necesita cambiarme, necesita que yo la cambie a ella. Al menos hasta que sus pequeñas alas de mariposa sean suficientemente fuertes para salir volando.
Y nadie pensaría que una chiquilla de 1,57 de altura, con gafas, pudiera beber como lo hace ella. Resulta que el whisky no es su bebida favorita, pero vaya si se bebe bien el vino con sabor a frutas. Así que un día tomo la iniciativa y le compro una botella de vodka de cítricos Grey Goose y la mezclo con zumo de arándano y manzana y me dice:
—¡Guau! ¡Esta es la mejor bebida de todos los tiempos!
Es tan gracioso… Un día estábamos en el supermercado por la tarde después de haber bebido bastante alcohol y, ¿con quién nos fuimos a encontrar?, pues con la mismísima Krystal Krittenbrink. Estábamos en el pasillo de la comida basura: un pasillo de twinkies y bolas de coco, y Krystal le dice:
—Oye, Aimee, ¿no has visto el letrero de la puerta? Se supone que no se pueden meter mascotas en la tienda.
Por supuesto, se refiere a mí. Es un chiste muy viejo y no es algo en lo que yo hubiera pensado dos veces, pero Aimee interviene y le contesta:
—Oye Krystal, ¿nadie te ha dicho que si te comes otra caja de pastelillos te va a explotar ese culo gordo que tienes?
De acuerdo, tampoco es lo más original del mundo, pero es bastante sorprendente considerando la historia de Aimee con Krystal.
—¿Estás borracha? —pregunta Krystal después de que se le pase la sorpresa de ver defenderse a la pequeña y tímida Aimee.
—Sí lo estoy —le dice Aimee, orgullosa—. Estoy espectacularmente borracha.
Krystal me mira a los ojos.
—Muy bonito. Espero que estés orgulloso. Si sigues así, tal vez logres transformarla en alguien tan idiota como tú.
Se da media vuelta y sale de la tienda dando grandes zancadas. Aimee empieza a reírse.
—Mira cómo le tiembla ese culo gordo. Apuesto a que llegaría a un 7.8 en la escala de Richter. Tal vez un nueve en la escala modificada de Mercalli.
Me coge del brazo y casi se dobla en dos de la risa. Yo me río con ella, pero la verdad es que no puedo evitar sentir un poco de pena por Krystal. A nadie le gusta ver a alguien perder a un amigo. Y está equivocada sobre mi intención de cambiar a Aimee. Si intentara cambiarla, la convencería de que se quitara las gafas y se pusiera unas lentillas. O la convencería de que dejara de usar esas camisetas con estampados de cabezas de caballo en la parte delantera.
Pero, una cosa es segura, yo nunca la he obligado a emborracharse. ¿Puedo evitar que le guste? Vamos a ver, ¿a quién no le gusta?