Cuando queremos darnos cuenta, Marvin’s ya está cerrando. Pedimos un par de 7UP para llevar y cuando llegamos al coche, ella me deja volver a echarle whisky al suyo. Ninguno de los dos estamos realmente preparados para ir a casa, pero no tenemos ningún otro lugar a donde ir de noche entre semana. Además, hay un toque de queda para los adolescentes en la ciudad, si eres el tipo de persona que le hace caso a esas cosas.
Así que terminamos aparcando frente a su casa, charlando y bebiendo. Ahora todas las luces de dentro están apagadas. Le cuento la historia del divorcio de mis padres, la llegada de Geech, cómo mi hermana se operó las tetas y cazó a Kevin que se pronuncia Kivin. Nunca había visto a alguien escuchar con tanta atención. Es como si le estuviera sirviendo un vino carísimo y exclusivo, y ella no quisiera que ni una sola gota cayera fuera de su copa.
Cassidy nunca fue así. Siempre me escuchaba con una media sonrisa en la cara y la ceja un poco alzada como si pensara que un chiste estuviera a punto de asomar en la siguiente esquina.
Finalmente, hay una pausa en la conversación, lo cual puede llegar a ser peligroso si estás hablando con una tía.
—Entonces —dice Aimee, con una mirada como si fuera a tirarse de cabeza desde el trampolín más alto por primera vez en su vida—. ¿Iba en serio lo que dijiste la semana pasada cuando veníamos en el coche después de la fiesta?
Oh, oh.
—No sé —le respondo—. Hablamos de muchas cosas y yo estaba un poco borracho. Para serte sincero, no recuerdo muy bien todo lo que dije.
—¿No te acuerdas?
—No de todo. Pero estoy seguro de que lo que dije, lo dije en serio. Soy muy sincero cuando estoy borracho.
Ella le da un trago al whisky.
—¿Recuerdas que me invitaste a la fiesta de graduación?
—Ah, eso. Claro que lo recuerdo. ¿Estás de coña? Eso no se me olvidaría.
Hace una pausa y agrega:
—Entonces, ¿todavía quieres que vayamos juntos? Bueno, sé que estábamos borrachos y demás, así que si no quieres ir, lo entenderé.
No es capaz de mirarme a los ojos. Su salvavidas se está alejando y está perdida y sola en el mar.
—No —le digo—. ¿Qué dices? Por supuesto que quiero ir. No te lo hubiera pedido si no quisiera.
—¿En serio? —cuando levanta la vista con esa sonrisita, no me arrepiento.
—Por supuesto. Ven aquí —le pongo la mano en la nuca y me acerco para besarla. Me imagino que será un beso pequeño, uno que le muestre que lo de la fiesta de graduación va en serio, pero ella está lista para más que eso.
No sé. La noto rara entre mis brazos. Muy confiada. Como si estuviera completamente convencida de que yo tengo algo importante que ella necesita.
Le quito las gafas y las pongo en el salpicadero y cuando quiero darme cuenta mis manos ya están bajo su jersey, subiendo por su espalda. Ella suspira cuando le beso el cuello y, cuando lamo el interior de su oreja, todo su cuerpo se estremece.
Ella se echa para atrás y me temo que voy a escuchar eso de que vamos demasiado rápido, pero no es así.
—Sutter… —no logra levantar la vista más allá de mi barbilla.
—¿Qué pasa?
—Nada. Solamente me pregunto, ¿esto significa que somos novios o algo así?
Eso me pilla por sorpresa.
—¿Tú qué piensas? —le pregunto para ganar algo de tiempo. Después de todo, esto es exactamente lo que me prometí que evitaría.
—No sé —responde—. Nunca he tenido novio.
—Bueno, pues ahora lo tienes —las palabras salen directamente de mi lengua, como si las hubiera planeado desde hace un mes, pero ¿qué puedo hacer? Esta chica necesitaba escuchar eso, y a decir verdad, ha sido bastante agradable decirlo.
—¿En serio? ¿Quieres que sea tu novia de verdad?
Podría bromear sobre las novias falsas, muñecas inflables con el pelo de plástico y bocas succionadoras, pero este no es el momento.
—Claro que sí. Mi novia cien por cien, auténtica y real. Si tú quieres.
—Sí —dice—. Sí quiero —y su boca se vuelve a engarzar con la mía.
No hay duda de que podría desabrocharle los vaqueros y llegar hasta el final con ella en ese preciso momento y lugar, pero no estaría bien, con Aimee no.
Además, cuando cambiamos de posición, toco el claxon accidentalmente y como cinco segundos después se enciende una luz en la casa. Diez segundos más tarde, su madre está de pie en la puerta con las manos en las caderas.
Aimee se arregla el pelo. Parece una chica que acabara de despertar de un hermoso sueño.
—¿Comemos juntos mañana? —pregunta.
—Ahí estaré.