CAPÍTULO 38

Tengo un golpe de mala suerte. Ya he tenido la última clase del día y estoy en medio del aparcamiento, a dos filas de alcanzar la seguridad de mi coche, cuando de pronto llega Krystal Krittenbrink, caminando directamente hacia mí. ¿Qué puedo hacer, correr? Eso sería demasiado raro, incluso tratándose mí.

—Sutter Keely, quiero hablar contigo —sus pequeños ojos negros se entrecierran y su boca de moneda de diez céntimos se retuerce hasta adoptar el tamaño de la cabeza de un tornillo. Su blusa tiene un extraño cuello de pelo, aparentemente de alce—. Solo quiero saber quién te crees que eres.

—Eh… ¿el rey de México?

Se para como a dos centímetros de mí.

—Aimee me ha contado lo de vuestra fiestecita junto al lago.

—Sí, fue divertida.

—Y ahora la estás evitando.

—Yo no estoy evitando a nadie. He estado en la cama con un caso de elefantiasis de setenta y dos horas.

—No creas que te vas a librar de esta con bromas.

—Oye, no intento librarme de nada con bromas. No la estoy evitando. Y, además, a ti no te incumbe, así que déjame en paz.

—Ja, lo sabía.

—¿El qué sabías?

—Le estaba diciendo a Aimee lo que debería hacer contigo y me ha dicho lo mismo, que la dejara en paz. Sabía que eso lo había sacado de ti.

—¿Eso te ha dicho? Bien por ella —debo admitir que me hace sentir un poco orgulloso escuchar que Aimee ha seguido mi consejo de hacerse respetar por la gente.

Pero Krystal empieza a ponerse en el plan de:

—No, eso no ha estado bien. Aimee no es así de mala. Es una chica dulce y no te necesita a ti olisqueando a su alrededor como una hiena para que luego desaparezcas cuando no te da lo que tú quieres.

—¿Cómo que hiena? Creo que has visto Animal Planet demasiadas veces.

—No sé de qué otra forma expresarlo. Han pasado casi dos semanas desde esa estúpida fiesta, y ¿la has llamado o la has invitado a comer? No. Ni siquiera has hablado con ella ni una sola vez.

—¿Y? ¿Tengo cara de ser el Señor del Tiempo o algo así? No soy responsable de cuánto tiempo ha pasado. El único problema que tiene Aimee es que tú la vayas mangoneando por la vida como si fuera tu robot de compañía. Claramente, yo no soy el problema.

Con eso, me doy media vuelta y me doy prisa por llegar al coche. Estoy seguro que sigue ahí, comparándome con la vida salvaje de África, pero ya no la escucho.

Lo curioso, sin embargo, es que esa noche en el trabajo, mientras estoy fregando el suelo, la voz de Krystal me llega de nuevo, fuerte y clara. Probablemente esté celosa de que Aimee haya recibido un poco de atención masculina, pero aunque me fastidie admitirlo, también tiene razón. He descuidado el proyecto Aimee. Bueno, la idea era aumentar su confianza y darle una oportunidad de ser independiente, pero ahora probablemente tenga que sentarse durante horas a escuchar a Krystal decirle lo estúpida que ha sido por ir a esa fiesta conmigo en primer lugar.

Y la verdad es que echo de menos a Aimee. Tiene algo que se te queda dentro. No es nada grande o audaz. Es pequeño y fresco, como el primer trago de cerveza en una tarde calurosa. Si siguiera el consejo de Shawnie y buscara a alguien completamente distinto de Cassidy, no tendría que buscar más allá de Aimee Finecky. Definitivamente es distinta. Pero no puedo evitar reírme de la idea de salir con ella. Si Shawnie piensa que es ridículo que salga con Whitney Stowe, ¿qué pensaría si saliera con Aimee Finecky?

Pero, me digo, no estaría mal darme una vuelta por su casa después del trabajo y visitarla en plan amistoso, pillarla por sorpresa antes de que tenga oportunidad de echarse pintalabios. Pasaremos juntos un rato. Nada que sugiera que le estoy dando falsas esperanzas. Solamente será otra de mis amigas. Salir con ella, de hecho, es más de lo que estoy obligado a hacer.

Eso es lo que me digo.

Cuando llego a su casa, la camioneta de la familia Finecky está aparcada en la entrada y casi todas las luces de la casa están encendidas. De todas maneras, pasa un rato antes de que alguien abra la puerta. Es su hermano pequeño y, en cuanto me ve, inclina la cabeza hacia atrás, le grita a Aimee y luego desaparece dejándome de pie en la entrada.

Desde alguna parte se escucha que Aimee le devuelve el grito, preguntándole qué quiere y él le contesta:

—¡Tu novio está en la puerta!

Y entonces ella dice:

—¿Quién?

—No sé cómo se llama. El tío que vino hace un par de semanas.

—¡Oh, Dios!, eh, dile que espere un segundo, voy para allá.

—Díselo tú —contesta Shane y otra persona, supongo que su madre, agrega:

—Bueno, pero no le hagas esperar en la puerta. Dile que pase.

—Pasa —grita Shane.

¿Quién hubiera pensado que Aimee pudiera ser pariente de estas personas que gritan así? Es un verdadero espectáculo. Y la escena en el interior es fabulosa. La madre y Randy, el novio empresario de eBay, están despatarrados en el sofá con los pies apoyados sobre la mesa de centro. La madre tiene un cuerpo ovalado con brazos y piernas huesudas y lleva un corte de pelo corto por delante y largo por detrás. Randy el novio es básicamente una morsa con un pantalón de chándal demasiado ajustado. Tiene un tazón de cereales de chocolate balanceándose en su barriga.

—¿Ves CSI? —me pregunta la madre, estudiándome como si estuviera defectuoso por venir a ver a su hija—. Tenemos trece episodios grabados. Este es bueno. Bastante morboso.

—Ha salido una cabeza cortada —agrega Shane.

—Bueno, veo que eres un hombre que disfruta con una buena decapitación. Tal vez alguien haga una vivisección después. Eso sí que sería interesante.

Randy no dice nada, pero deja patente con su mirada herida que toda esta charleta lo obliga a concentrarse en la serie más de lo que le gustaría.

Empiezo una conversación macabra sobre desmembramientos, pero ya nadie me está prestando nada de atención.

Finalmente, Aimee emerge de una habitación trasera. Lleva un jersey blanco de Wal-Mart que la gente no suele usar para andar por casa y tiene el pelo electrificado con la energía estática que provoca un cepillado rápido de sesenta segundos. Afortunadamente, no lleva pintalabios.

—Sutter —me dice—, no sabía que fueras a venir.

—Bueno, he estado muy ocupado preparándome para el gran rodeo de cocodrilos.

—¿En serio? ¿Hay un rodeo de cocodrilos?

—No —esta chica de verdad necesita ayuda en el ámbito humorístico—. La verdad es que he estado muy ocupado estos últimos días. Pero acabo de salir de trabajar hace un rato y pensé: «¿Sabes qué? Me da igual lo ocupado que esté. Voy a ir a ver a Aimee».

—Oye —dice Randy—, aquí estamos intentando ver la tele.

—Queremos hablar con tu amigo —dice la madre—, pero vamos a esperar a que termine la serie. Faltan unos cuantos minutos.

La mirada de Aimee se llena de angustia. Creo que piensa que la perspectiva de un interrogatorio con su madre será suficiente para hacerme salir huyendo a mi coche y no volver jamás. Pero ya estoy metido en esto, me voy a quedar.

Así que aquí estamos, bajo la sombra de una planta de plástico colgante, sin que nadie diga nada salvo el equipo de CSI. Pasan cinco minutos. Todos, salvo Aimee, parecen haberme olvidado. Le sonrío. Ella se encoje de hombros. Finalmente, le sugiero:

—¿Por qué no vamos a tomar una Coca-Cola y unas patatas o algo?

—Eh… está bien, déjame ir a por mi chaqueta.

Visualizo la resurrección de la morada monstruosidad acolchada y le comento que fuera no hace tanto frío como para necesitar chaqueta. Aimee le dice a su madre a dónde vamos y la madre solo asiente. Apuesto que podría haberle dicho que íbamos a salir a cometer una ola de asesinatos por todo el país y el resultado hubiera sido el mismo.

No importa. Yo soy un buen torero y he toreado la entrevista de la madre, y aún mejor, la posibilidad de tener que pensar algo que decirle a Randy la morsa deportista. La libertad nos aguarda en el Mitsubishi junto con un 7UP grande.