CAPÍTULO 37

No soy muy fan de las maquinitas de recreativos, pero cualquier cosa es mejor que esa fiesta. En el restaurante de abajo me compro un 7UP para llevar y, mientras me dirijo al patio interior, escucho a una chica gritar:

—¡Oye, Carmine!

Mi ex novia Shawnie Brown, de la época en la que me volvían loco las chicas de pelo negro y ojos marrones, está cruzando el vestíbulo con tres amigas. Carmine es el nombre que me puso para cuando hablamos como mafiosos italianos cada vez que nos encontramos. De hecho, ambos somos Carmine, así que le devuelvo el grito:

—¡Eh, Carmine! Come stai?

Les dice algo a sus amigas y se dirigen a los ascensores mientras ella se acerca a mí. Tiene una manera de caminar muy sexy.

—Estoy bravissimo, Carmine. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Nada. Solamente intento poner algo de distantzia con esos estirados de ahí arriba y su estúpida fiesta aburrida. Capisci?

—Ah, yo iba a esa fiesta, es malíssima?

—¡Bah! Olvídalo.

—No, olvídalo tú.

—Eh, no me pretziones.

—No, tú no me pretziones.

Podríamos seguir así, pero nos da demasiada risa.

—Entonces, en serio —dice cuando termina de reír—, ¿la fiesta es muy muermo?

—¿Te acuerdas de esa fiesta a la que fuimos en segundo en casa de Heather Simons y resultó que sus padres estaban ahí?

—¿Así de mala?

—Tal vez no tanto, pero casi.

—Qué desperdicio. Y yo que estaba empezando a ponerme en ambiente. ¿Qué traes en ese vaso, whisky con 7UP?

—Por supuesto, ¿quieres un trago?

—Claro —bebe un trago y me devuelve el vaso.

Le explico la situación de la cerveza aguada de arriba y sugiero que vayamos a comprar otro 7UP y que luego lo alegremos con un poco de mi whisky.

—Hay una mesa de ping-pong en el patio interior. ¿Te animas a echar una partida?

Me lanza una mirada socarrona.

—Sabes que te voy a dar una paliza, como en los viejos tiempos.

—Ni hablar —le respondo—. Ahora estoy tomando esteroides. Me ha crecido la cabeza seis tallas de sombrero.

Ella ríe.

—De todas formas, te daré una paliza.

Resulta que el único motivo por el que Shawnie accedió a ir a la fiesta de Courtney fue que sus amigas pensaron que allí podrían encontrar tíos buenos. Esto es nuevo para mí, porque Shawnie ha estado saliendo con un tipo que se llama Dan Odette durante seis meses. Le pregunto qué ha pasado con él y me dice:

—Me desesperaba. Es demasiado posesivo.

—Así suelen resultar siempre las cosas con el chico malo y peligroso.

—¿Por qué no me lo dijiste antes de que empezara a salir con él?

—¿Me habrías escuchado?

—No, probablemente no.

—Supongo que somos un par de solteros de fiesta por la ciudad. Fabuloso, ¿no?

—¿No echas de menos a Cassidy?

—Ya lo he superado.

—Claro, sigue intentando convencerte de eso.

Después de comprar el 7UP y mezclarlo a conciencia con el whisky, nos dirigimos al patio interior. Lo del ping pong no era broma. De las tres partidas, no gano ni una. Esta tía siempre juega al ping pong en serio, da igual cuánto beba. No me molesta, sin embargo. No soy de esos machotes que piensan que es una especie de desgracia perder con una chica. Sugiero en broma que vayamos al gimnasio para poder vengarme y ganarla levantando pesas, pero ella está dispuesta a intentarlo. Y me dice:

—¿Me vigilas mientras levanto cinco kilos?

—¿Estás de coña? Te vigilaré solo si levantas veinte kilos y, de todas maneras, te ganaré —lo cual, por supuesto, es una exageración. Shawnie no es ninguna debilucha.

El gimnasio es bastante agradable. Como es sábado por la noche, somos los únicos bichos raros que están por ahí, pero no hay pesas, solamente cintas de correr y bicicletas estáticas. No pasa nada. Nunca me quedo sin ideas.

Me subo a una de las bicicletas y le digo:

—¿Qué tal una carrera?

Ella sonríe.

—Tú mismo.

Es bastante gracioso. Ahí estamos, hombro con hombro, pedaleando como un par de Lance Armstrongs. Ambos vamos narrando el recorrido y, por supuesto, en mi narración yo voy ganando y en la suya va ganando ella. La cosa es, sin embargo, que montar en bicicleta, incluso si es estática, puede ser difícil después de unos cuantos whiskies. Al menos para mí. Justo cuando me estoy imaginando que la rebaso a toda velocidad en la recta final de la carrera, se me resbala el pie del pedal, me caigo al suelo y me doy un golpe en la cabeza con el manillar izquierdo. No es una caída de nada. Vamos, que me duele.

Por supuesto, Shawnie no puede parar de reír. Yo estoy inspeccionándome la frente para ver si me he hecho sangre y a ella le ruedan las lágrimas por la cara de tanta risa.

Y le digo:

—Oye, que estoy herido.

—Perdona, pero deberías haberte visto —sigue riendo cuando se acerca a ayudarme a levantarme—. Sabes —me dice—, eso es algo que siempre me ha gustado de ti. Nada te da vergüenza.

—La vergüenza es una pérdida de tiempo. Pero ¿dónde está ese jacuzzi? Necesito un jacuzzi. Soy un hombre herido.

Y, por supuesto, el gimnasio tiene un jacuzzi nuevo y reluciente. Parece perfecto para curar cualquier mal. Es justo lo que necesito.

Shawnie me dice:

—¿No te irás a meter, verdad?

—Claro que sí.

—Vas de farol.

—Vamos —la invito—, si yo me meto, tú también.

—Ni de coña —me dice—. No me vas a convencer de que me quite la ropa.

Le hago mi viejo movimiento de ceja.

—¿Quién ha dicho que nos vayamos a quitar la ropa?

Y me meto, completamente vestido, con mucho cuidado, en las aguas tibias y curativas que se arremolinan alrededor de mi pecho.

—Estás loco —dice Shawnie.

—Sí, pero por eso te gusto.

—Es verdad.

—Así que, señorita Reina del Ping Pong, ¿elige usted probar estas aguas o elige usted ser una perdedora?

—Nunca podrás superarme, Sutter. Lo sabes —y, con esas palabras, se mete a mi lado—. ¿Cómo tienes la frente?

—No tan mal para tener una brecha escandalosa en la cabeza.

Me inspecciona la cabeza un segundo.

—Solamente lo tienes enrojecido. Déjame que te ponga un poco de estas aguas mágicas —mete la mano en el agua y me toca la piel con los dedos mojados. Es agradable, mucho mejor que lo que sentí cuando pateé los arbustos con Jeremy Holtz.

—¿Mejor así?

—Así perfecto.

Apoya su hombro contra el mío.

—¿Sabes qué, Sutter? Eres mi ex novio favorito de todos los tiempos.

Miro sus grandes ojos marrones y mi estómago empieza a derretirse. Shawnie es de esas tías que no parecen muy guapas al principio, tiene la nariz grande y eso, pero cuando empiezas a hablar con ella, es como si brotara un gigantesco espíritu brillante y divertido de sus ojos, y te quedas ¡Guau, esta tía es preciosa! Además, tiene un cuerpo estelar.

—La verdad es que nos divertimos mucho juntos —le digo—. ¿Te acuerdas del concierto de los Flaming Lips?

—¿Estás de coña? Es lo más increíble que he vivido nunca.

Intercambiamos recuerdos del espectáculo, la gente que iba vestida con modelitos muy locos, disfrazados de Papá Noel y de Conejitos de Pascua y esqueletos de Halloween. El gigantesco platillo volante que aterrizó en el escenario, el espectáculo de luces, los globos llenos de confeti, la banda loca de Wayne Coyne, que caminó sobre las manos alzadas de la multitud dentro de una enorme bola de hámster. Y principalmente, la sensación de estar ahí, la gran belleza salvaje de todo ello. Fue casi como si nos hubiéramos convertido en la música, volando a través de la galaxia.

—Fue tan gracioso cuando te pusiste a surfear sobre la gente —me dice Shawnie—. Pero no te volví a ver en media hora.

—Sí, pero después te lo compensé cuando aparcamos junto al lago. ¿Te acuerdas de eso?

—Claro, eso también fue bastante increíble.

—Y aquí estamos, solteros de nuevo.

—Sí. Aquí estamos.

Y ahí nos tenéis, efectivamente, mirándonos a los ojos, con el agua tibia y los recuerdos tibios abrazándonos, y me doy cuenta de que estamos pensando lo mismo. Me acerco y ella cierra los ojos y abre la boca un poco, como invitando a un beso. Es agradable. Sus labios saben a cacao de fresa. Le paso los dedos por el cuello y, entonces, empieza a reírse en mi boca.

Me echo hacia atrás y su risa se convierte en una carcajada y entonces me doy cuenta y también me empiezo a reír. Tiene razón. Es ridículo. No se puede besar a alguien con quien sueles hablar siempre como si fueras un mafioso italiano.

Shawnie me abraza un brazo con fuerza.

—Carmine, eres el mejor.

Yo le beso la cabeza.

—No, Carmine, tú eres la mejor.

Nos quedamos un rato disfrutando de estar en compañía. Luego le digo:

—Entonces ¿tú crees que lo de Cassidy y Marcus va a durar?

—Pensaba que ya lo habías superado.

—Ya. Solo me pregunto cuánto tiempo durarán, nada más.

—¿Sabes qué? —me dice—. Yo no perdería el tiempo pensando en eso. Y ambos necesitamos encontrar a alguien nuevo.

—Bueno, tú no vas a tener problema. Aunque no hay ningún tío que te merezca.

—Sí, claro.

—Lo digo en serio. Eres divertida, tienes un cuerpazo, tienes la fortaleza de alma profunda. ¿Quién sería suficientemente bueno para ti?

—Tienes razón —ríe—. Pero casi mejor le doy una oportunidad a alguien de todas maneras.

—¿Qué pasó entre nosotros? Vamos, que nos llevábamos muy bien. ¿Por qué no pudimos ser pareja?

—Oh, no quieres recordar eso, ¿o sí?

—Solamente me lo estaba preguntando. O sea, aquí me tienes, más solo que la una, otra vez sin novia. Podría ser pedagógico saber qué nos pasó. ¿Qué cambió?

Se lo piensa un momento.

—No creo que sea que algo cambiara, sino más bien que nada cambió. Seguíamos estando igual que cuando empezamos, ¿me entiendes?

—En realidad, no.

—Es como si siempre fuéramos amigos en lugar de novios. Incluso cuando nos acostábamos, era como si fuéramos dos amigos haciendo cosas malas.

—¿Y eso no es bueno?

—Era bueno. Era divertido. Y conozco tías que dicen que quieren un novio que sea como su mejor amigo, pero en algún momento nos damos cuenta de que en realidad queremos algo más.

—¿Más? Ves, ese es el problema. Esa parte de más es donde me hago un lío.

—Ya aprenderás algún día. Simplemente necesitas una chica que sepa sacártelo. Alguien completamente diferente a Cassidy.

—Ya lo he intentado. Le he pedido salir a Whitney Stowe.

—Ni de coña —se echa hacia atrás y me mira a la cara—. ¿Tú le has pedido salir a Whitney Stowe?

—Me pareció buena idea en ese momento. Tiene buenas piernas.

—Pero es una de esas chicas que tiene planificado cada segundo del día. ¿Cómo podrías entrar en eso? Serías como un perrito faldero.

—Sí, supongo que fue bastante estúpido.

—Tú limítate a esperar. Ya llegará alguien, alguien que no esperabas, alguien que te necesite porque eres como eres.

—¿Tú crees?

—Claro. Y además, necesitas a alguien a quien puedas ganar al ping pong de vez en cuando.

—Carmine, insultas a la famiglia.

—No, tú insultas a la famiglia.

—Olvídalo.

—No, olvídalo tú.

Estoy seguro que la gente se cansa un poco de nuestra voz de mafiosos italianos, pero nosotros no.

—Entonces —le digo—, ¿Carmine, volvemos a esa celebrazzione a sorprender a esos cadaveri con nuestra ropa de fiesta empapada?

Me aprieta la rodilla bajo el agua.

—Vamos, Carmine.

—Bada bin, bada bum.