CAPÍTULO 36

El viernes me emborracho con Jeremy Holtz y Jay Pratt y rompemos algunas cosas. Nada importante. Adornos de jardín, fuentes para pájaros, macetas. Básicamente, ellos destrozan y yo le doy patadas con fuerza a un par de arbustos. Me sienta bastante bien.

El sábado por la noche hay una fiesta en un motel. Más o menos una vez al mes alguien alquila un par de habitaciones conectadas en algún motel de la zona para celebrar una fiesta de cumpleaños. Este sábado es la de la amiga de Bethany, Courtney Lane. Juegan juntas al softball. No la conozco bien, pero Ricky me ha invitado a salir con Bethany y él. Por fin. Empezaba a preguntarme si en realidad no quería que me acercara a su novia. Aunque también puede ser que sienta un poco de pena por mí después de que le contara lo que pasó con Cassidy el jueves.

Personalmente, siempre he pensado que Courtney es un poco aburrida, pero la fiesta es en uno de los mejores moteles cerca del aeropuerto, así que existe la remota posibilidad de que sea divertida. Por lo menos será interesante tener por fin la oportunidad de estudiar a Ricky y Bethany como pareja.

De camino al motel, al principio intentan incluirme en la conversación, pero eso dura unos cinco minutos. Después, Bethany empieza a contarnos que sus padres van a construir una habitación adicional en su casa y que planean decorarla con un estilo francés temprano o algo así. Ya sabéis, el tipo de tema aburrido que a las tías les encanta pero que hace que a los tíos se les nuble la vista.

Lo gracioso, sin embargo, es que Ricky se mete de lleno en la conversación. Está completamente involucrado y le cuenta cómo diseñaría su propia casa y qué tipo de muebles pondría y Bethany le responde con sus propias ideas. No me lo puedo creer. Es como si estuvieran practicando para el día que se compren una casa.

En mi opinión, esto me parece un error garrafal de principiante por parte de Ricky. Cuando una tía empieza a hablar sobre el FUTURO yo intento cambiar el tema inmediatamente. He aprendido a no meterme en conversaciones sobre casas, bodas, carreras o hijos. Esos temas son como arenas movedizas. Te arrastran al fondo antes de que te enteres de qué está pasando.

Una vez, cuando salía con Kimberly Kerns, ella sacó el tema de qué tipo de casa te gustaría tener, y yo le respondí que me gustaría tener una casa en un árbol. Por alguna razón, eso la hizo enfadar, como si estuviera faltándole al respeto o algo así. Fue absurdo. A ver, ¿habéis visto esas casas apartamento en los árboles que están construyendo en Costa Rica?

En fin, es como si Ricky y Bethany se hubieran olvidado que voy en el asiento de atrás. Están paseando por cada una de las habitaciones de su casa imaginaria, describiéndolo todo, desde los cuadros hasta los posavasos. En calidad de mejor amigo de Ricky, me siento en la obligación de desviar la conversación antes de que lleguen al cuarto de los niños.

—¿Qué es este paquete que tenéis aquí atrás? —interrumpo para averiguar qué es la caja envuelta en papel brillante que hay en el asiento de al lado.

Ricky me dice que es el regalo que le han comprado a Courtney. Así que pregunto:

—¿Se suponía que teníamos que traer un regalo?

Bethany responde:

—Es una fiesta de cumpleaños, ¿sabes?

—Sí —contesto—, pero por lo general una fiesta en un motel es solamente para emborracharse.

—Bueno —dice Bethany—. Esta será para divertirse.

—¿Cuál es la diferencia?

—No te preocupes —añade Ricky—, estoy seguro de que no todo el mundo va a llevar regalo. Puedes considerar el precio de la entrada como tu regalo.

—¿Qué? ¿Hay que pagar entrada? ¿Regalos? ¿Quiénes son estos, un montón de capitalistas?

Ricky se ríe, pero Bethany no. Es raro, sin embargo. ¿Por qué debería pagar entrada? Traigo mi propio whisky.

He de admitir que el motel está por encima del nivel acostumbrado para este tipo de fiestas. Hay una discoteca en la parte de abajo, una piscina cubierta, un gimnasio y un patio interior con mesas de billar, ping pong y máquinas de recreativos. Las suites conectadas son bastante lujosas. Más grandes de lo normal.

Desgraciadamente al ambiente en esta fiesta le falta chispa. Cuando llegamos, solo hay seis personas sentadas por ahí hablando. Han puesto un equipo microscópico que está tocando alguna cancioncilla insípida a un volumen tan bajo que casi no alcanza a escucharse. Los regalos están amontonados en un rincón y un gran pastel blanco de Wal-Mart descansa en el escritorio. Tienen dos neveritas, una con cervezas y la otra con Coca-Colas.

Habéis oído bien: ¡Coca-Colas!

Menos mal que traigo mi leal petaca.

Desde el primer momento, me queda claro que no voy a poder hablar mucho con Ricky. Él y Bethany están embobados el uno con la otra. Se quedan ahí hablando, mirándose a los ojos, dejando menos de cinco centímetros de espacio entre ellos. Tienen las manos enlazadas por partida doble. En poco tiempo se estarán llamando el uno al otro corazón y bombón.

He aquí mi problema con las carantoñas en público: son antidemocráticas. Es como si hubiera una pareja que reinara sobre su propio universo en miniatura y no invitara a nadie más. Mi universo es demasiado vasto para eso. Cuando estoy a solas con una tía, es distinto, pero mientras tanto, soy de los que dicen: ¡Venid todos! ¡Traed a vuestros primos, a vuestros perros! Nadie está excluido. Pero aquí tenéis a mi mejor amigo, que prácticamente esta construyendo un muro fronterizo para mantenernos fuera a los demás.

Llega más gente, en su mayoría parejas. Muchas son chicas del equipo de softball con sus novios. Entonces llega Tara Thompson, sola, y me queda claro que aquí hay algo sospechoso. Es muy probable que la razón principal por la que Ricky me haya invitado a que los acompañara haya sido liarme con ella. Aunque me gusta Tara. Tara es maravillosa. Saldría con ella ahora mismo si no fuera por el fiasco de Cassidy. Pero eso es precisamente lo que me jode. Ricky lo sabe. Le he dicho que no saldré con ella nunca. Y de todas formas está conspirando en mi contra.

Ahora la fiesta ya no solo es aburrida, sino que empieza a resultar incómoda. Ahí me tenéis charlando con un grupo de tíos que hablan de tenis, para colmo, mientras Tara habla al otro lado de la habitación con Courtney y me lanza miradas como cada quince segundos. No me queda más remedio que darle un buen, buen viaje a mi petaca.

Bueno, también podría ir a hablar con ella. Después de todo, probablemente sea la persona más divertida del lugar. Pero entonces estaría dándole esperanzas. Cuando estuvimos juntos en el Jardín Botánico aquella noche, todo iba bien. Yo tenía novia. Era como tener un campo de fuerza a mi alrededor que mantenía las expectativas amorosas bajo control. Tara y yo podíamos hablar de lo que fuera. Incluso podíamos abrazarnos. Porque era solo como amigos.

Lo intento con la suite de al lado. Es menos incómodo, pero el nivel de aburrimiento está por los cielos. Todo el mundo está sentado alrededor de una chica que se llama Taylor no sé qué que está tocando la guitarra y cantando canciones cristianas contemporáneas. No parece que nadie piense que la selección de opciones de entretenimiento sea extraña para una fiesta cervecera. Y por mí está bien, en serio. Incluso Cristo necesita salir de fiesta a veces. Simplemente es aburrido.

Por supuesto, siento la obligación de inyectarle un poco de sabor a esta situación. Así que cuando termina la canción, me pongo de pie, me subo a una silla y digo:

—Eso ha estado genial, Taylor —le dedico una ronda de aplausos—. Ahora permíteme intentar una a mí. Taylor, a ver si puedes tocar conmigo.

Empiezo con una canción original de Sutter Keely que voy inventando sobre la marcha, un ritmo con influencia caribeña.

Escuchad a Sutter Keely.

Escuchad al tío Sutterman.

Soy el rey del chiqui chiqui.

El maestro del amor.

—¡Vamos todos, bailad conmigo! —hago un movimiento sugerente de cadera.

A bailar la obscena rumba.

A bailar el meneaillo.

Dadme un bumba-bumba

Aquí en mis calzoncillos.

Sí, sí, sí.

Aquí en mis calzoncillos.

Ahora bien, podríais pensar que todos se meten en el ambiente y quieren cantar mi canción, pero no. Se ponen en el plan «Ya vale, Sutter. Queremos escuchar a Taylor tocar música de verdad» y «¿No se suponía que te habías ido a una clínica de rehabilitación?».

Ricky y Bethany me observan desde el marco de la puerta entre las dos habitaciones. Ricky sonríe, pero Bethany me mira como si fuera un caniche que acabara de cagarse en la alfombra.

—Eh —digo—. Solo estaba tratando de ayudar. No era mi intención distraeros del funeral ni nada de eso.

Me bajo de la silla, me acerco a Ricky y le digo:

—Cuando estés listo para irte del mausoleo, estaré abajo en la sala de recreativos.