CAPÍTULO 35

Los siguientes días no trato de evitar a Aimee, en realidad. Simplemente no me esfuerzo por encontrármela. Después de todo, no tenemos ninguna clase juntos. A Cassidy, sin embargo, me la encuentro por todas partes: en el aparcamiento, en las escaleras, en la salida del baño de chicas. Solo me la encuentro un par de veces con Marcus, así que podemos conversar a gusto, reírnos, y ponernos cariñosos y tocarnos el brazo, la espalda, ese tipo de cosas.

El jueves volvemos a sentirnos completamente cómodos en el espacio del otro. Prácticamente somos íntimos.

—Entonces —me dice—, ¿tienes que trabajar por la tarde?

—No, Bob me ha recortado el turno a tres días a la semana.

—¿Sigues castigado?

—Supongo que no. Mi madre y Geech no están realmente interesados en llevar el control de algo así por mucho tiempo.

—Bien, porque necesito ir de compras y me gustaría ir acompañada. ¿Quieres venir conmigo?

—Tal vez, si me retuerces el brazo.

Me coge de la muñeca con fuerza, y yo grito:

—¡Me rindo, me rindo, está bien!

—Ven a buscarme a las dos —me dice—. No llegues tarde.

Muy bien, voy a seguir el consejo de Ricky, al menos un poco. Según él, tengo que hacer algunos cambios para ganarme de nuevo a Cassidy, así que eso haré. Me prometo a mí mismo que llegaré a tiempo a recogerla y, ¿qué os creíais?, lo consigo.

Imagen

Está muy sexy. Lleva un jersey blanco de punto trenzado, vaqueros azules, botas, aros de oro. Esta tía sabe cómo arreglarse sin que parezca que se ha esforzado en ello. Vamos a varias tiendas, Old Navy, Gap, una tienda local que se llama Lola Wong’s, pero no tienen el tipo de pantalones que quiere comprar para el regalo de cumpleaños de su amiga Kendra.

Debo admitir que, antes, cuando iba de compras con Cassidy, me pasaba la mitad del tiempo esperándola en el coche. Vamos, que no comprendo la fascinación femenina con las compras. En mi caso, yo lo que hago es entrar, comprar lo que necesito e irme. Las tías no funcionan así. Para ellas es como una investigación policial. No dejarán ni una sola pista sin inspeccionarla a fondo. Bien podrían ir de compras con maletines de equipo forense.

Pero ahora soy un Sutter nuevo y paciente. Entro en todas las tiendas, miro todos los artículos, asiento y le respondo con expresiones de estar escuchando: mmm, oh, ajá. Incluso le permito que sostenga los pantalones frente a mi cintura para comprobar cómo van a quedar. Como si Kendra y yo tuviéramos el cuerpo remotamente parecido. A mí todos los pantalones me parecen iguales, pero ninguno se acerca a lo que Cassidy está buscando. Menos mal que no me he olvidado la petaca.

En realidad está bien que entremos en tantas tiendas. Quiero que esta tarde sea larga. A ambos nos da suficiente tiempo a beber unos tragos de whisky y nos ayuda a pasar por ese incómodo equilibrismo del ex novio y la ex novia que intentan fingir que ahora son solo amigos. Cuando salimos de Lola Wong’s, nos lo estamos pasando en grande, caminamos juntos, jugamos a empujarnos con los hombros, nos reímos de lo que sea, todo menos cogernos de la mano.

Imagen

Me dice que a la mierda con las compras, que ya le buscará unos pantalones a Kendra después, así que lleno el depósito del coche para ir a dar una vuelta. No importa a dónde vayamos. No tenemos que estar en ningún lado. La tarde es nuestra.

Desvío la conversación a los buenos tiempos de antes: las fiestas, los conciertos, la casa embrujada en Halloween. Hay historias graciosas de cada recuerdo. Uno de ellos realmente la emociona; uno del agosto pasado, cuando estábamos sentados en el techo de mi casa bajo la lluvia y vimos una tormenta eléctrica enloquecida hacia el oeste. Se movía en dirección a nosotros, pero no nos importó.

—Fue increíble —recuerda con un brillo en la mirada—. El tacto de la lluvia era tan agradable en la piel. Y los relámpagos retumbaban por todo el cielo, fue mejor que cualquier espectáculo de fuegos artificiales. Bueno, seguramente fue muy peligroso, pero no sé, podía sentir la electricidad fluyendo por mis venas y eso.

—No fue peligroso —le contesto—. Éramos inmunes a los rayos esa noche. Estábamos hechizados.

—Es cierto. Sí, estábamos hechizados —hace una pausa durante un segundo—. No sé cuántas veces me he sentido así, tan solo un puñado. Y todas han sido contigo.

Le dedico la vieja sonrisa de Sutter.

—Bueno, ya me conoces, el Sorprendente Sutter, maestro de la prestidigitación.

—Lo eres —sonríe y mira por el parabrisas—. Atraes la magia. Lo siento ahora mismo. Es como si nada pudiera alcanzarnos, como si todo lo demás que hay en el mundo, los problemas, las responsabilidades, simplemente hubieran desaparecido. Estamos en nuestro propio universo. Echaría mucho de menos eso si lo perdiéramos.

Le doy un apretón en el cuello.

—No tienes por qué echarlo de menos. Está aquí mismo. No hay preocupaciones ni miedos, solo una grandiosa tarde de jueves envolviéndonos en sus brazos.

Se acerca a mí y apoya la cabeza contra mi hombro.

—Así es —me dice—. No hay nada más que el ahora. No quiero pensar en nada más que eso. ¿Te parece bien? ¿Podemos?

Froto mi mejilla contra su pelo y le digo:

—Oye, estás hablando con Sutter. Por supuesto que podemos.

Imagen

Cuando volvemos a mi casa, ya nos hemos terminado la petaca y empezamos a darle a la cerveza, pero apenas estamos empezando. No sé cuántas veces nos hemos besado en el sillón del salón, pero besar a Cassidy nunca ha sido tan dulce. Sus manos se mueven bajo mi camisa como hurones inquietos y las mías hacen lo mismo bajo su jersey. Cada vez que empiezo a decir algo, su boca se pega a la mía.

Es un reto seguir besándola mientras vamos subiendo las escaleras, eso sin mencionar quitarnos la ropa al mismo tiempo, pero ya sabéis lo que dice el refrán, uno tiene que hacer lo que tiene que hacer. Cuando nos tumbamos en mi cama, tengo la sensación de que me va a explotar el pecho y me van a brotar de ahí un montón de colores inéditos. Su cuerpo nunca me ha parecido tan bonito, excepto quizá la primera vez que lo vi.

—Ya sabes lo que siento por ti —le digo, y ella me dice:

—No hables.

Entonces pasa algo extraño. Sus manos dejan de juguetear y su cuerpo se tensa. Yo la sigo besando profundamente y con fuerza, pero ya no me devuelve el beso. Es como dar un grito hacia un desfiladero precioso y esperar un eco que nunca vuelve.

Así que le pregunto:

—¿Qué pasa?

—Nada, tú sigue.

—¿Qué quieres decir con «tú sigue»?

—Tú sigue y házmelo —ahora está tumbada, absolutamente quieta. Tiene los ojos cerrados y toda la electricidad ha desaparecido de su cuerpo.

Me apoyo sobre un codo y la miro.

—No puedo hacértelo si vas a estar así.

Por supuesto, parte de mí está pensando que físicamente podría hacerlo, pero no va a estar nada bien. El magnetismo del sexo es que quieres que la otra persona te desee a ti. Vamos, eso es lo que nos diferencia de los animales. Eso y los cortes de pelo.

—¿Estás pensando en Marcus o algo así? —odio mencionar el nombre de otro tío cuando estoy en la cama con una tía desnuda, pero es una pregunta que hay que hacer.

Aprieta más los ojos.

—¿Es que estás enamorada de él?

—No quiero hablar de él en este momento —su labio inferior está temblando.

—Es una respuesta de sí o no. No te estoy pidiendo que me hagas una redacción.

—No sé —las lágrimas empiezan a fluir—. Tal vez. Estoy muy confundida ahora mismo.

—¿Y yo qué? ¿Qué ha pasado esta tarde?

—Por eso estoy tan confundida —hace una pausa y se sorbe un poco la nariz. Parece que esto se va a convertir en uno de esos llantos de cara roja y llenos de mocos—. Esta tarde ha sido maravillosa, de verdad.

—¿Pero?

—Pero, bueno, solo ha sido una tarde.

—Habrá otras.

—Lo sé. Y créeme, no me divierto con nadie como me divierto contigo, pero no puedo ir por ahí divirtiéndome todo el rato. También tengo un lado serio.

—Oye, que yo soy serio. Me tomo cien por cien en serio lo de no ser serio. Ese es un verdadero compromiso.

—Sé que lo eres —las comisuras de sus labios se mueven hacia arriba muy ligeramente—. Pero ya sabes cómo son las cosas con Marcus: tiene un plan. No se limita a hablar sobre cambiar el mundo, sino que sale y lo cambia. Pero a veces me sobrepasa. Bueno, ya tiene un plan sobre a dónde va nuestra relación y cómo puedo ir a la universidad a Nuevo México con él y pasado un año empezaremos a vivir juntos y luego nos casaremos en cuanto terminemos la carrera.

—¿Casarse? ¿Ya está hablando de casarse? Después de cuánto, ¿dos semanas? ¿Ese tío no conoce la definición de tétrico?

—Y a veces me hace sentir como si tuviéramos que resolver los problemas de todas las personas sin techo, pobres, hambrientas o con mala suerte en esta ciudad. Y créeme, a mí también me importan esas cosas. De verdad. Me has escuchado hablar de eso un millón de veces. Pero no puedo pensar en el tema todo el tiempo. A veces también necesito relajarme, olvidarme de todo y simplemente vivir en el aquí y ahora.

—Por supuesto. A todos nos hace falta. Vas por ahí preocupándote de tantas cosas constantemente que cuando te das cuenta te has provocado un aneurisma. Y te empieza a salir sangre por las orejas. Y los médicos te llevan a la sala de urgencias gritando «inmediatamente» y «código azul» y esas cosas. ¿No quieres eso, verdad?

—No, no quiero eso. Pero tampoco quiero solamente tardes de jueves. No quiero solo momentos. Quiero una vida completa.

—Cassidy, no te das cuenta, pero la vida la forman las tardes de jueves. Simplemente tienes que seguir viviéndolas, una detrás de otra, y todo lo demás se irá solucionando.

Abre los ojos y me sonríe con calidez. Hay amor en esa sonrisa, pero no el tipo de amor que perdura.

—Me gustaría que pudiera ser así —me dice—. No sabes cuánto me gustaría que pudiera ser así.

—Puede ser. Simplemente tienes que creerlo.

—Supongo que ese es mi problema —responde—. Soy demasiado realista.

Ya veo a dónde se dirige esta conversación, y no va a terminar con un y-vivieron-felices-para-siempre. Lo mejor que puedo hacer es adelantarme y llegar a la conclusión antes que ella.

—No pasa nada —le beso la frente y le doy una palmadita en el hombro—. Tú y yo podemos ser solo amigos, entonces. Queda conmigo cuando necesites reír. Puedes tener tu vida real con Marcus.

Se acerca y me acaricia la mejilla. Las lágrimas corren en arroyos hacia las comisuras de su sonrisa.

—De verdad eres mágico, Sutter. Y me gustaría que eso bastara. De verdad que me gustaría.

Quiero decirle que es suficiente. Quiero jurarle al rey del rey de reyes que es suficiente. Pero la magia de esta tarde ya se ha esfumado.