En el centro comercial, compramos un par de lattes y aparcamos cerca de la escalera mecánica en la posición perfecta para ver pasar a la gente. Lo malo es que no logro librarme de la sensación de que todo el mundo me mira y no al revés. No es cierto, pero tengo una especie de paranoia extraña que me hace sentir como si no perteneciera a este lugar, eso que pasa a veces si no bebes suficiente antes de fumar una maría potente. Como si todos los demás fueran normales, beagles o perros salchicha, y yo fuera un extraño cruce peludo entre un Terranova y un poni shetland. Prácticamente los escucho pensar: «¿Qué diablos hace este poni shetranova tomando un café aquí?».
Ricky me dice:
—Lo de mirar gente es un poco aburrido hoy —a lo que le contesto:
—Eso es porque no estás fumado. A mí me vendría bien una copa.
—Pensaba que ibas a beber menos.
—¿De dónde te has sacado eso?
—De ti. Lo estuvimos hablando. Te dije que yo iba a ir de fiesta solo los fines de semana.
—Es domingo, tío. Oficialmente, sigue siendo fin de semana.
—Sabes a qué me refiero. Deja de pasarte. Todo con moderación.
—¿Todo con moderación? ¿Qué te pasa? Nada de maría, a la iglesia los domingos. Escucha, tío, estamos hechos para ser criaturas salvajes. Estamos hechos para recorrer el mundo silvestre con nuestros taparrabos y cerbatanas y cuchillos. Ahora mírate. Dentro de nada me vas a salir con que te tengo que llamar padre Ricky. Me darás sermones sobre las llamas y el azufre. Y yo te diré: «Conocía a un tipo que pensaba que la religión pretendía convertirnos a todos en zombis».
Sacude la cabeza.
—Tío, ¿para qué necesito una cerbatana? ¿Qué voy a hacer, cazar una hamburguesa del McDonald? De todas maneras, solamente he ido a la iglesia porque va ella.
—¿Sabéis decir hipócrita, niños y niñas?
—Vete a la mierda, Sutter. No soy un hipócrita.
No le permitiré salirse con la suya tan fácilmente.
—Sí, es como ver otra vez El amanecer de los muertos vivientes, pero con Ricky el Zombi en el papel principal, tambaleándose por el centro comercial. ¿Ves a ese tío que está bajando por la escalera mecánica? Así vas a ser tú, con sandalias, calcetines y una riñonera, llevando a tu hijo con correa.
Ricky se ríe a pesar de que el comentario va dirigido a él.
—Tío —me dice—, no sabes de lo que hablas. Para empezar, no tengo nada en contra de la religión. No es que no crea en una especie de Dios. Lo que me jode es esa actitud de superioridad moral. Además, no pretendo salvarme. Solamente la acompaño porque eso es lo que se hace cuando tienes novia. ¿Entiendes? Te sientas en la tercera hilera de bancos y te pones a pensar en lo desesperadas que deben de estar estas personas por sentir que algo los ama. Creerían en cualquier santería. Pero a tu novia le gusta y a ti te gusta ella, así que lo haces igual. Se llama compromiso. La única manera de lograr que algo dure en este mundo es esforzarse en eso.
—Ajá. Y entonces durará para toda la eternidad —lo digo en tono completamente sarcástico—. ¿Pero tú no eras el tipo de la teoría de la obsolescencia programada?
—Eso no significa que deba darme por vencido. Las relaciones no funcionan así.
—Solo hay que oírte. Tienes novia desde hace dos semanas y de repente ya eres el Gurú del Amor.
—Por lo menos tengo novia.
Me hundo un poco en mi asiento.
—Eso ha sido un golpe bajo.
—Perdona, pero, ya sabes que si quieres volver con Cassidy vas a tener que cambiar algunas cosas.
—No te he lo he contado —le cuento lo del correo de Cassidy y nuestra pequeña conversación en la fiesta de anoche—. ¿Es obvio, no? Está buscando otra vez a Sutterman.
—¿Tú crees? Entonces ¿por qué acabamos de encontrarnos a Shannon Williams en la iglesia y nos ha contado que Cassidy se fue con Marcus y te vio yéndote al bosque con una chica con una enorme chaqueta morada, que asumo que era Aimee Finecky?
—Oye, con quién se fuera Cassidy anoche da igual. Lo que importa es con quién terminará y para finales de la próxima semana, puedes apostar que seré yo.
—¿Y estás usando a Aimee Finecky para darle celos, es eso?
—No, no es eso. Ya te he contado lo que pasa con Aimee.
—¡Ah, claro!, la vas a rescatar del abismo. Pero, tío, permíteme que te pregunte algo: ¿qué va a pasar cuando se enamore de ti?
—¿Enamorarse? —le doy un trago a mi latte. Está un poco amargo—. Créeme, tío, no hay manera de que esa chica se enamore de alguien como yo.