Las resacas son complicadas. Se parecen a los bromistas. Nunca sabes con certeza por dónde te van a salir. Antes las disfrutaba. No me daban dolor de cabeza ni me dolía el estómago ni nada de eso. Más bien me sentía purificado. Redimido. Si la fiesta del día anterior había sido especialmente intensa, tenía la sensación de ser un superviviente, como Robinson Crusoe después del naufragio, llegando a la playa del nuevo día listo para la siguiente aventura.
Sin embargo, últimamente, mis resacas se han vuelto malvadas. Son lo contrario a esa excelente sensación de redención: un sentimiento de culpa impreciso. Tal vez sea solo cuestión de química, que el viejo cerebro empieza a hacer conexiones fallidas y cortocircuitos. O tal vez se deriven de no poder recordar exactamente todo lo que hice la noche anterior.
Por ejemplo, no recuerdo exactamente cómo volví a casa sin que mi madre y Geech se enteraran de que había salido. Normalmente, se lo achacaría a ser el borracho consentido de Dios, que me protege durante mi curda esplendorosa, pero luego me pregunto qué más he podido haber hecho la noche anterior, qué he dicho, qué he hecho y con quién lo he hecho. Y luego, acto seguido, termino pasando medio día sintiéndome como si fuera el Anticristo cuando en realidad no le he hecho mal a nadie.
Ese es el tipo de resaca que tengo la mañana después de la fiesta. Digo mañana, aunque en realidad me despierto después del mediodía. Por algún motivo, en cuanto abro los ojos, me preocupo por Aimee. Es ridículo. Lo único que hice fue intentar darle confianza a esa chica. Los besos le gustaron. De eso no cabe duda. Y, para ser sincero, a mí tampoco me molestaron. Le hubiera dado otro cuando la llevé a casa, pero tuve que apartarle el pelo de la cara mientras vomitaba en la entrada.
Pero tengo mis dudas sobre lo que sucedió entre el momento en que salimos del muelle y cuando por fin nos dimos las buenas noches. Intento recordar todo de lo que hablamos en el coche de camino a su casa, pero mi memoria es como un reloj destrozado al que le faltaran piezas. Sé que hablamos sobre hacer alguna otra cosa juntos, pero no estoy seguro de qué. Tengo la inquietante sensación de haberle dicho que la llevaría al baile de graduación, pero eso quizá solo sea una mala pasada que me está jugando la resaca. Vamos a ver, ¿por qué iba a hacer eso? Todavía falta bastante para la graduación y es probable que ya esté otra vez con Cassidy para entonces.
Luego, otro recuerdo se infiltra en mi cabeza, y esta vez estoy bastante seguro de que es algo que sí he hecho. Le prometí que la ayudaría a repartir periódicos esta mañana. Y sí tenía intención de hacerlo. De verdad pretendía levantarme a las tres de la mañana y conducir hasta su casa con un gran termo de café instantáneo. Pero, aparentemente, no he puesto el despertador. Ha sido un error; no ha sido aposta. Le podía haber pasado a cualquiera. De todas maneras, imaginármela sentada esperando en la fría entrada de su casa bastaría para hacer sentir al mismísimo Papa como el Anticristo.
Lo mejor que se puede hacer con una resaca como esta es darse una ducha, ingerir una buena ración de proteínas, beber un trago de whisky e ir a casa de Ricky. No hay nada mejor para sentirse normal que estar con tu mejor amigo. Mi madre y Geech estarán fuera haciendo relaciones públicas toda la tarde, así que no debería tener problemas para escaparme, salvo por una situación extraordinaria. Cuando llamo a casa de Ricky, su madre me dice que no ha vuelto todavía de la iglesia con Bethany. Esto es alucinante. ¿Ricky en la iglesia? ¿A dónde ha ido a parar el mundo?
Por suerte, me llama como una hora después y lo convenzo de que vayamos al centro comercial para ir a ver pasar a la gente como solemos hacer. No le comento nada sobre la iglesia. Todavía no. Mientras nos dirigimos al centro comercial, me fijo en que no se enciende un porro. Cuando le pregunto, me dice que se le ha acabado la maría.
—¿No te queda? ¿Desde cuándo se te acaba a ti la maría?
—Ya te lo he dicho, tío, estoy intentando fumar menos. A ver, ¿qué sentido tiene estar fumado todo el rato? Ya no es especial. Ya no es una celebración.
—Supongo que es una manera de verlo —realmente empiezo a desear no haberlo liado nunca con Bethany.
—Además, es un poco cansino ir a ver una película y estar tan fumado que cuando miras la cartelera te piensas que la hora a la que empieza la película es el precio de la entrada. Vamos, que me acuerdo de haber estado ahí una vez pensando: «¿Diez con quince? ¿Qué tipo de precio es diez dólares con quince céntimos?». Empieza a ser molesto.
—Sí, una vez le estaba echando gasolina al coche y pensé que el número de litros era el precio. Hasta me puse a discutir con la cajera. Fue tronchante.
—Vamos, puedo conseguirte un poco, si quieres.
—Gracias, pero ya me conoces, solo fumo si he bebido un poco antes. Además, ya tengo el cerebro suficientemente raro con esta resaca.
—¿Te pillaste una buena anoche?
—No diría que una buena. Solo bastante inaccesible.