Bien, ya llego oficialmente tardísimo a recoger a Cassidy. Tardísimo como solo llegan los malos novios. Va a tener esa cara fruncida, como si en vez de ser su novio me considerara un niño consentido. Está bien. No soy de los que se acobardan ante la furia de sus novias. Claro que es capaz de lanzarme algunos comentarios serios y cortantes cuando se enfada, pero los sé manejar. Le doy la bienvenida a esos retos. Es como intentar esquivar un puñado de estrellas afiladas de kung fu. Además, ella lo vale.
Cassidy es la mejor novia del mundo. He durado dos meses más con ella que con cualquier otra novia. Es inteligente, ingeniosa y original, además de que puede beberse una cerveza más rápido que la mayoría de los chicos que conozco. Además, es absolutamente preciosa. Vamos, es espectacular. Ella sí que es color puro. Es de alta definición. Tiene el pelo rubio escandinavo, ojos azules como fiordos, piel de helado de vainilla, o pétalos de flor, o caramelo, o más bien como ninguna de esas cosas sino solo como su piel. Hace que me duela el pelo. Bueno, también cree en la Astrología, pero ni siquiera me importa. Son cosas de chicas. Cuando pienso en eso, me imagino constelaciones y destinos volando en remolinos dentro de ella.
Pero lo que realmente distingue a Cassidy es que es sublimemente regordeta. Y creedme, no uso la palabra gorda de manera negativa. Las tías de las revistas son esqueletos deshidratados a su lado. Tiene proporciones inmaculadas. Es como si tomaras a Marilyn Monroe y le inflaras las curvas unas tres tallas con una manguera de aire. Cuando deslizo mis dedos por el cuerpo de Cassidy, me siento como el Almirante Byrd o Coronado, explorando territorios desconocidos.
Pero no abre la puerta. Está ahí. Alcanzo a escuchar su música, alta y furiosa. Solo porque he llegado unos treinta minutos tarde me va a hacer esperar tocando el timbre en la alfombrilla de entrada. Después de esperar unos tres minutos, vuelvo al coche a por la botella de whisky y la llevo al jardín de atrás. Me siento en la mesa del patio para refrescar mi bebida y reflexiono sobre el siguiente movimiento. El 7UP grande ahora está cargadito, pero tras un trago sustancioso, se me ocurre una idea. La ventana de su habitación seguramente estará entreabierta, porque se sienta ahí a fumar y a echar el humo por la ventana. Es astuta, pero no tanto como yo.
Permitidme que os diga que el ascenso a su ventana no es nada sencillo. Lo he hecho antes, pero casi caigo en picado hacia la muerte vestido tan solo con un bañador. Por fortuna, traigo bastante whisky para estabilizar mi equilibrio.
Bueno, trepar al árbol que está al lado, un magnolio de ramas bajas, no representa mucho trabajo, pero subir hasta la punta con el vaso de plástico lleno de 7UP entre los dientes es otra cosa. Es difícil. Y luego tengo que avanzar por una ramita anoréxica y permitir que mi peso la doble sobre el techo. Por un segundo, pienso que voy a caer en plancha sobre la barbacoa del patio.
Incluso después de llegar sin problemas al resguardo del techo, aún no he librado todos los peligros. La superficie se inclina en un ángulo ridículo. Os diría cuántos grados, pero no me se me da muy bien la Geometría. Las suelas de mis zapatos son de goma, así que avanzo como una araña hasta la ventana sin que suceda nada catastrófico. Pero a veces parece que no sé cuándo parar. Siempre tengo que intentar ir más allá.
Me retiro el vaso de los dientes para beberme el trago de la victoria y, ¿qué sucede?, lo dejo caer y rueda por las tejas grises, salpicando whisky y 7UP en todas direcciones.
Por supuesto, mi reacción natural es detener el vaso, lo que me hace soltar el bordillo del que me sostengo. Acto seguido, estoy deslizándome por el techo, de cabeza, intentando sujetarme de algo, pero no hay nada. Lo único que impide que caiga igual que el 7UP es el canalón. Me sentiría aliviado, pero el canalón tampoco parece estar en muy buenas condiciones. En cuanto logro recuperar el aliento, el canalón empieza a rechinar. Y rechinar. Hasta que el rechinido se convierte en alarido y el canalón se desprende de su anclaje y no queda nada que me salve de caer de narices desde el borde.
Mi muerte está cerca. Veo pasar mi ataúd frente a mis ojos. No me importaría que fuera rojo. O a cuadros. Tal vez con el interior de terciopelo. Pero entonces, sucede un milagro de última hora. Logro sostenerme con las manos al canalón y, no sé cómo, me balanceo y caigo en el patio. A pesar de todo, aterrizo de culo y mi cóccix sufre un buen golpe y, encima, me muerdo la lengua. Cuando miro hacia arriba, ahí está Cassidy, mirando horrorizada desde la puerta del patio, con los ojos y la boca como platos.
Sin embargo, no está horrorizada por mí. Abre la puerta corrediza de golpe y se queda de pie frente a mí con las manos en la cadera y ese familiar gesto de «eres tan idiota» en la cara. Y yo le digo:
—Eh, ha sido un accidente.
—¿Estás loco? —grita—. No mola, Sutter. No puedo creerlo. Mira el canalón.
—¿No te preocupa ni siquiera un poquito que me haya roto la espalda o algo?
—Ya te gustaría —inspecciona el techo—. ¿Qué les voy a decir a mis padres?
—Diles lo de siempre, que no sabes qué pasó. Así no podrán pillarte durante el interrogatorio.
—Siempre tienes una respuesta, ¿no? ¿Ahora qué haces?
—Estoy recogiendo el canalón, ¿o qué te parece que hago?
—Déjalo. Tal vez mis padres piensen que lo arrancó el viento.
Suelto el canalón y recojo mi vaso vacío.
—No me digas. Eso estaba lleno de whisky.
—Y un poquito de 7UP.
—Debí suponerlo —dijo mirando la botella de whisky en la mesa—. Pero ¿las 10:30 no es un poco temprano para estar borracho otra vez, incluso para ti?
—Oye, no estoy borracho. Solamente un poco contentillo. Además, no bebí anoche, así que en realidad es como si hubiera empezado tarde. ¿Alguna vez lo has pensado de esa manera?
—Sabes que me has hecho perder la cita en la peluquería —vuelve a entrar a la casa.
Tomo la botella y la sigo.
—No sé para qué quieres cortarte el pelo. Tienes el pelo demasiado bonito como para cortártelo. Me gusta cómo se mece por tu espalda cuando caminas. Me gusta cómo cuelga sobre mí cuando te pones encima.
—No todo tiene que ver contigo, Sutter. Quiero cambiar. No necesito tu permiso —se sienta en un banco en la barra que separa la cocina del salón. Cruza los brazos y no me mira—. No les gusta que no acudas a las citas, sabes. Pierden dinero. Pero estoy segura de que a ti eso no te importa. No piensas en nadie más que en ti mismo.
Ahí está, mi entrada para contarle lo de Walter. Para cuando termino, he servido bebidas para los dos y ella ya ha descruzado los brazos. Empieza a suavizarse, pero todavía no está lista para perdonarme, así que le dejo la bebida en la barra en lugar de dársela. No quiero darle la oportunidad de rechazarme.
—Está bien —me dice—. Supongo que por una vez sí has hecho algo bueno. Pero de todas maneras podrías haberme llamado para avisar de que llegabas tarde.
—Sí, lo hubiera hecho, pero he perdido el móvil.
—¿Otra vez? Es el tercero este año.
—Es difícil conservarlos. Además, ¿no crees que es un poco 1984 andar por ahí con un dispositivo en el bolsillo que le permite a la gente localizarte en cualquier momento? Deberíamos rebelarnos contra el móvil. Tú puedes ser Trotsky y yo seré el Che.
—Eso es tan típico de ti —responde—. Siempre intentando hacer chistes para salir de una situación. ¿Has pensado lo que en realidad significa tener una relación? ¿Entiendes algo sobre establecer confianza y comprometerse?
Ahí vamos. Es hora del sermón. Y estoy seguro de que lo que dice es cierto. Está bien pensado y es introspectivo y todas esas cosas que te aseguran buena nota en un trabajo de cinco páginas para Literatura, pero sencillamente no puedo mantenerme concentrado cuando está sentada junto a mí, y está tan guapa.
Esos colores que tiene ya empiezan a atacarme, me surcan la piel, electrizan mi torrente sanguíneo, mandan chispas que explotan por todo mi estómago. Le doy un buen trago a mi whisky, pero no puedo evitar empezar a tener una erección. Lo menciono solamente porque tengo una teoría sobre la erección. Creo que es el motivo principal del sexismo a lo largo de la historia. Vamos, es realmente imposible asimilar las ideas de una tía, no importa lo profundas o ciertas que sean, si se te está empezando a poner dura.
Esto es lo que hace que los hombres consideren a las mujeres lindas y adorables cabezas huecas. Pero no son ellas las cabezas huecas. Los cerebros de los hombres se convierten en harina de avena y se quedan ahí sentados mirando a la tía, sin tener idea de lo que dice, pero asumiendo que debe ser algo bonito. Podría estar explicando Física Cuántica, y el tipo solo escucharía un parloteo de puras cositas tiernas.
Lo sé porque me ha pasado muchas veces y me está pasando ahora. Mientras ella imparte su disertación perfecta sobre las relaciones, lo único que yo quiero hacer es acercarme a besarle el cuello y luego quitarle el jersey y besarle los pechos y luego el vientre, dejándole pequeñas marcas rojas en la piel como rosas que florecen en la nieve.
—Y, si pudieras hacer solo eso —dice—, creo que podríamos lograrlo. Podríamos tener una relación muy, muy buena. Pero es la última vez, Sutter. No te lo volveré a decir. ¿Crees que podrás hacerlo?
¡Oh oh! Gran problema. ¿Cómo voy a saber si puedo hacerlo? Podría estar pidiéndome que use vestido de noche y tacones. No hay tiempo para plantearle mi teoría sobre el sexismo y la erección en este momento, así que le digo:
—Sabes que haría cualquier cosa por ti, Cassidy.
Sus ojos se entrecierran un poco.
—Ya sé que dices que harías cualquier cosa por mí.
—Oye, ¿acaso no acabo de trepar al techo por ti? Me he roto el culo por ti. Mira, haré el pino y me beberé el resto de este whisky por ti.
—No tienes que hacer eso —se ríe y toma un trago de su bebida y sé que ya la he convencido. Me voy al salón, pongo mi vaso en la alfombra y hago el pino, apoyado en el sillón. Esto me marea un poco, pero de todas formas no me cuesta trabajo inclinar el vaso y terminarme el whisky de un solo trago estando boca abajo. Desgraciadamente no puedo mantenerme en esa posición, y me desplomo como esos rascacielos que derrumban con dinamita para construir algo más elegante.
Ahora Cassidy está riéndose, y es una imagen preciosa. Le dedico mi famosa ceja levantada con mis grandes ojos color marrón y ella da un trago y dice:
—Realmente eres un idiota, pero eres mi idiota.
—Y tú eres una mujer tremenda —le quito el vaso de la mano, le doy un trago, y lo pongo sobre la barra. Ella abre las piernas para que pueda colocarme entre ellas y le aparto el pelo de la cara y paso mis dedos entre sus hombros—. Tus ojos son un universo azul y voy cayendo en ellos. Sin paracaídas. No lo necesito, porque nunca llegaré al suelo.
Me coge por la pechera de la camisa y me acerca a ella. Veréis, esta es la otra cara de la moneda. Aquí es donde las tías pierden. Al tipo se le suaviza la cabeza y entonces ella le empieza a hablar como si fuera bobito y le dice que le quiere cuidar. Él es su tontín adorable y no puede hacer nada sin ella. Ella se derrite y él se derrite, y entonces todo se acaba.
La mejor palabra para describir a Cassidy en la cama es triunfal. Si el sexo fuera un deporte olímpico, ganaría la medalla de oro, sin duda. Estaría ahí en la plataforma más alta, con la mano sobre el corazón, llorando al escuchar el himno nacional. Después, se sentaría en el plató de televisión con Bob Costas para responder a las preguntas sobre su técnica.
Sé que tengo suerte. Sé que estar con ella de esta manera es parte de las maquinaciones internas más profundas del cosmos. Pero, por algún motivo, siento que una oscura grieta empieza a abrirse en la parte trasera de mi pecho. Es apenas una fisura, pero definitivamente es algo que no quisiera que se ensanchara. Tal vez sea por el ultimátum que me ha dado hace un rato. Pero es la última vez, dijo. No te lo voy a volver a decir. ¿Qué es lo que quiere que haga?
Es estúpido preocuparme por esto ahora. Estoy tumbado aquí en las frescas sábanas de mariposas de mi hermosa novia regordeta. Tengo un whisky extra fuerte en el escritorio. La vida es espectacular. Hay que olvidar las cosas oscuras. Beber y dejar que el tiempo se las lleve a donde sea que el tiempo se lleve todo.