Es viernes por la noche y estoy castigado. Por supuesto, podría escaparme fácilmente. Bajar desde la ventana de mi habitación, que está en el segundo piso, es mucho más sencillo que trepar a la ventana de Cassidy, y no me acuerdo de cuándo fue la última vez que mi madre o Geech entraron a mi habitación por la noche. Probablemente les da miedo sorprenderme rindiendo homenaje al poderoso Cíclope viendo porno en Internet. Lo cual estoy seguro de que debió de sucederle muchas veces a Geech durante sus formidablemente aburridos años de adolescencia, cuando la pornografía era algo que podías esconder bajo el colchón.
Pero la cosa es que tengo que escaparme mañana por la noche para la fiesta, así que decido que una noche de viernes en la soledad de mi habitación no será un cambio de ritmo tan negativo. Después de todo, tengo mi tele, mi ordenador, mi móvil y mis canciones, eso sin mencionar la neverita azul con mis 7UP y mis whiskies. Básicamente, estoy preparado.
El primer punto en el orden del día es poner un poco del viejo Dean Martin como música ambiental. No hay mejor introducción para una sesión con la botella marrón. Dino es el tío que busco. Tengo la colección principal: Everybody Loves Somebody Sometime; You’re Nobody ‘Til Somebody Loves You; Love Me, Love Me; Little Ole Wine Drinker; Me y, mi tema favorito: Ain’t Love a Kick in the Head. Es material muy, muy fino.
Ahora bien, ya he dejado testimonio de que odio la ropa que debo usar y vender en Mr. Leon’s, pero si pudiera ir con esmoquin todo el rato, como Dino, lo haría. Esa sería la única huella que valdría la pena dejar en la moda. Y de todos los miembros del Rat Pack, Dino era el que más molaba con diferencia. Rat Pack estaba conformado por un grupo de cantantes playboys ultra sofisticados de hace muchos años, antes de que las bandas hippies lo cambiaran todo: Dean, Frank Sinatra, Sammy Davis, Jr. Estos tipos sabían ir de fiesta. Hicieron lo que les dio la gana con Las Vegas.
Una vez, vi una biografía de Dino en la televisión y salió una mujer diciendo: «Frank Sinatra pensaba que era Dios. Dean sabía que lo era». ¿Qué os parece? Bueno, el tío tenía estilo. En el documental también dijeron que el vaso de whisky que llevaba siempre en la mano mientras cantaba en realidad era zumo de manzana, pero eso nunca me lo creí.
Así que aquí estoy, viernes por la noche, agitando mi propio vaso de whisky (nada de zumo de manzana) por todas partes, cantando con Dino mientras las espectacularísimas tetas de Jennifer Love Hewitt surcan majestuosas la pantalla. Podía estar pensando un millón de cosas pero, por algún motivo, la Comandante Amanda Gallico viene a mi mente.
Como es la gran heroína de Aimee, se me ocurre que puedo hacer una investigación online y estudiar un poco sobre la intrépida comandante para que tengamos algo de qué hablar el sábado por la noche. Veréis, esto es parte de mi gran plan maestro para la transformación interior de Aimee. Necesita saber que sus sueños son importantes. Y no estoy fingiendo. Los viajes espaciales, los caballos súper inteligentes, trabajar para la NASA, ser dueña de un gran rancho: realmente hay que admirar a alguien que tiene sueños como esos.
Yo tuve grandes sueños alguna vez. No me gustaba tanto la ciencia ficción, pero cuando era niño y todavía era muy fan del béisbol, fingía que era Rocky Ramírez, el mejor jugador de todos los tiempos de las ligas mayores. El Rockinator no era un jugador real de béisbol. Era mi invención; un jugador central con superpoderes. Por ejemplo, podía correr a ciento sesenta kilómetros por hora e incluso volar si era necesario. Además, usaba un bate de cuatrocientos kilos. Nunca se me ocurrió pensar que las ligas mayores probablemente le prohibirían participar, aunque no usaba esteroides como los demás.
Pero mi fantasía número uno era que mis padres volvieran a estar juntos. Lo soñaba con tanta intensidad que a veces tenía que ir a asomarme al armario de mi padre para ver si sus cosas seguían ahí. Luego nos mudamos con Geech y, joder, mi corazón se estrelló contra la alfombra cuando vi sus estúpidas camisas a rayas y sus pantalones baratos colgados donde solían estar los Levi’s y las chaquetas vaqueras de mi padre.
Ese tipo de sueño simplemente se va desgastando con el tiempo, como tu camiseta favorita. Un buen día ya no es nada más que jirones y lo único que puedes hacer es echarla a la pila de los trapos viejos con las demás. De cualquier manera, no puedo evitar mirar atrás de vez en cuando y recordar cómo solían ser las cosas.
Las noches de verano en el patio, todos juntos. Probablemente yo tendría tres o cuatro años, mi padre me cogía de las muñecas y me hacía girar y girar en círculos. Cuando finalmente me dejaba en el suelo, solo podía tambalearme de lo mareado que estaba. Me encantaba.
Y, en una ocasión, hicimos un fuerte con tumbonas de jardín y mantas y nos sentamos dentro mientras padre nos contaba historias de hombres lobo y madre se acurrucaba contra él, mirándolo como si fuera el auténtico Míster Maravilla. A veces me parece que siempre es verano en mis recuerdos de aquellos días. Los recuerdos fríos, los de las peleas, cuando empiezan a acercarse, es momento de pasar a otra cosa.