CAPÍTULO 24

A veces me cuesta dormirme. Es raro, puedo estar hecho polvo, pero de todas maneras ahí estoy, totalmente despierto, mirando hacia la oscuridad mientras me bombardean toda clase de ideas como pelícanos muertos. Hoy, por ejemplo, me pongo a pensar sobre la insulsa amenaza de Geech de mandarme a la academia militar, y me pregunto si tal vez no sería tan mala idea después de todo.

Tal vez debería haber entrado cuando tenía catorce o quince años. Hubiera trabajado duro un año entero, caminando dieciséis kilómetros al día, abriéndome paso en las carreras de obstáculos, pasando por debajo del alambre de espino con un rifle de madera bajo el brazo. Entonces, habría vuelto a casa con músculos nuevos, brillando como si me acabaran de pulir y tenso como un tambor por dentro. ¿De qué otra forma se puede saber cuándo ya no eres un niño en esta sociedad?

Recuerdo haber leído en el instituto sobre algunos rituales de iniciación primitivos un tanto extraños. Había uno que consistía en que se llevaban al niño al bosque y lo dejaban ahí para que encontrara el camino de vuelta sin armas ni herramientas. Se quedaba ahí a la intemperie, solo con sus manos, buscando raíces que comer, haciendo fogatas con rocas y palitos o lo que fuera. A ver, podía morirse de hambre o se lo podía comer un gato montés o algo, pero todo eso formaba parte de la prueba. Al regresar, ya era un hombre y no solo eso, también encontraba su Espíritu Guía. Eso sí es aceptar lo raro.

Pero hoy en día nadie hace nada, salvo dejarte solo en casa con la cocina llena de patatas fritas y refrescos. Luego, en tu habitación, tienes una tele, los videojuegos e Internet. ¿Qué esperan que logres con eso? ¿Un caja gigante de no-me-importa-una-mierda?

Actualmente, los jóvenes tienen que salir a buscar sus propios rituales de iniciación o buscarse sus propias guerras personales, ya que cuesta creer en las guerras de los vampiros atómicos. Es como dice Ricky, cada vez que se inventan una nueva, todo empeora.

Si yo estuviera al mando, sería distinto. No habría necesidad de ir a una academia militar o de que te dejaran tirado en medio de la nada o pelear en una guerra. En vez de eso, habría que ir a una cosa que se llamaría el Cuerpo Adolescente. Sería como el Cuerpo de Paz, pero para adolescentes. Tendrías que ir por ahí y, no sé, cargar sacos de arena para ayudar a las víctimas de los huracanes y plantar árboles en áreas deforestadas, o ayudar a que la gente marginal y sin educación recibiera atención médica y ese tipo de cosas. Tendrías que hacerlo durante un año entero y luego, al regresar, obtendrías el derecho al voto y a comprar alcohol y todo eso. Serías adulto.

Tengo desarrollados casi todos los detalles de este plan cuando por fin me vence el sueño.

Desgraciadamente, a la mañana siguiente la emoción de mi plan se desvanece. Ya es demasiado tarde para mí. Si fuera un soñador como Bob Lewis, seguiría pensando cómo convertirme en político para poner en marcha el Cuerpo Adolescente en la siguiente generación o lo que sea, pero como digo siempre, yo soy más un tipo del «ahora mismo». Y ahora mismo tengo que trabajar en mi mini plan de ayuda: ir a casa de Aimee para que me dé clases de Álgebra.

Veréis, al dejarla que me ayude, la estoy ayudando a ella. Ganará confianza y yo tendré la satisfacción de brindarle confianza a alguien que la necesita casi tanto como un cantante de pop necesita ir a rehabilitación. A ver, no voy a cambiar el mundo pero, para nosotros dos, es una situación en la que los dos salimos ganando.

El problema es que, como oficialmente sigo castigado, todavía tengo que conseguir que mi madre me dé permiso durante el desayuno. Por lo general, por la mañana, evita hablar conmigo excepto por cosas así como: «levántate tú a cogerlo», pero cuando planteo la propuesta de lo de Aimee, me responde con tal retahíla de preguntas que parece que lo que está intentando averiguar es quién es esta tal Aimee.

Ya me la conozco. Lo que quiere saber en realidad es si Aimee tiene contactos con la alta sociedad. Si ese fuera el caso, estoy seguro de que mi madre no tendría ninguna objeción con que fuera. Pero, claro, como la madre de Aimee solo es la reina del reparto de periódicos y del casino indio, mi madre sospecha que debo de tener algún extraño motivo oculto.

—Entonces —me dice—, ¿cómo sé que no estás simplemente intentando librarte de pasar toda la tarde castigado?

—Oye, si no me crees, ¿por qué no la llamas y le preguntas?

—Porque, en realidad, quizá lo único que quieres es salir con esta chica y ella dirá lo que sea que tú le pidas.

—Créeme —agrego—. No quiero salir con esta chica.

¿Por qué todo el mundo asume automáticamente que es algo sexual?

Mi madre sigue sin convencerse, así que le digo que llame al señor Aster y le pregunte si necesito un tutor. Eso basta. No le va a llamar. Sé perfectamente que prefiere no inmiscuirse en mi educación si puede evitarlo. Debió de pasarle algo en la niñez que provocó que le dieran miedo los profesores.

Así que hacemos un trato. Sigo sin poder conducir al instituto, pero tengo permiso para usar el coche para ir a casa de Aimee por las tardes. Y Geech va a revisar el nivel de gasolina todas las noches para asegurarse de que no estoy conduciendo por ahí. Como si no pudiera ponerle más gasolina al depósito si quisiera. ¡Dios mío!