CAPÍTULO 19

Vale, he tenido un mal día. No voy a dejar que eso me deprima durante mucho tiempo. Ni siquiera voy a pensar en ello. A ver, de todas maneras tener que ir al instituto con Ricky no es exactamente el peor castigo del mundo. ¿Y cómo de castigado estoy por las tardes si mi madre y Geech no están en casa? Claro, dicen que van a llamar para comprobar que estoy ahí, pero les creeré cuando lo hagan.

—Mira, si es el pirómano —me dice Ricky cuando me meto en su coche el lunes por la mañana—. ¿Has quemado algún otro traje de mil dólares últimamente?

—Qué gracioso, señor Buenahierba. Sabes, eso nunca hubiera pasado si no me hubieras encasquetado ese porro.

Se ríe.

—Claro, ese era mi plan maestro y picaste de lleno.

Pero, como ya he dicho, ni siquiera quiero pensar en esa noche, así que cambio de tema a la cita de Ricky con Bethany. Obviamente ya lo hemos discutido a fondo por teléfono, pero no creo que le importe contármelo otra vez.

—Tío —me dice—, esta es la chica. Todo salió a la perfección. Excepto cuando me tuvo que prestar un par de dólares, pero incluso en eso se portó muy bien. A ver, ¿quién iba a pensar que salir a cenar y ver una película saldría tan caro?

—Eh…, ¿cualquiera que haya tenido una cita de verdad antes, por ejemplo?

No hace caso a mi comentario.

—Lo mejor fue que pudimos hablar de todo, no solamente de cosas superficiales. Tuvimos una conversación bastante profunda sobre religión.

—¿Besa bien?

—Increíble.

—¿Hubo lengua?

—Tío, podría ganar las estatales con esa lengua.

Es tentador querer que me dé las gracias por haberlo liado con esta Wonder Woman, pero no lo he hecho para que me lo agradezca. Así que paso al siguiente tema: dónde vamos a comer hoy.

Hace una pausa.

—¿Qué pasa?

—Tío, no puedo comer hoy contigo. Voy a comer con Bethany.

—¿No puedo ir con vosotros?

—Es un poco pronto para llevar a un amigo.

—Supongo —le digo, pero estoy pensando en todas las veces que él ha venido de sujeta velas con Cassidy y conmigo.

—Además —agrega—, ¿no me dijiste que ibas a comer con como-se-llame, la repartidora de periódicos?

—Ah, sí. Aimee. Se me había olvidado por completo. Gracias por recordármelo. Me hubiera sabido mal darle plantón. Es demasiado, no sé, ingenua o inocente o lo que sea.

Ricky desvía la mirada de la carretera y me estudia por un segundo.

—¿Sabes lo que estás haciendo, verdad?

—¿Qué?

—Es el clavo que saca otro clavo, tío. Por lo que me has contado, parece que esta chica y tú no tenéis nada en común. Estás dolido por lo de Cassidy y has echado mano de la primera cosa fácil que se te ha cruzado en el camino. La verdad, no te veo saliendo con esta chica. Es justo lo contrario de Cassidy.

—Tío —le rebato—, no podrías estar más equivocado. Para empezar, no es justo lo contrario de Cassidy. Una tía que fuera justamente lo contrario de Cassidy tendría el pelo negro y los ojos marrones. Y, para seguir, no tengo ningún interés en salir con Aimee. Ninguno.

—¿Entonces por qué vas a comer con ella?

—Apoyo moral. Esta chica lo necesita. Deja que su familia haga lo que quiera con ella. Se le nota en los ojos. Es como si no ese considerara suficientemente importante ni siquiera para defenderse.

—¿Y qué vas a hacer, ayudarla a reinventarse, como en esas películas en las que la pardilla se transforma en una tía súper sexy?

—No. No se trata de transformarla en una tía buena. Nunca podría serlo. No tiene la actitud, tiene demasiada energía positiva dentro. Se nota solo con verla caminar encorvada y por sus andares de pato. Una tía buena de verdad tiene una manera completamente distinta de estar de pie y caminar; los hombros hacia atrás, las tetas hacia fuera, el culo altivo. Tiene que saber que está buena para ser una tía buena.

»Pasan por todo un proceso de entrenamiento. Para empezar, las otras chicas tienen que estar como locas por irse con ella. Los chicos van detrás de ella a todas partes como perritos y, encima, probablemente desde que tienen doce años se dan cuenta de que hasta a los hombres adultos se les salen los ojos de las órbitas cada vez que pasan a su lado.

»Solo te digo que a Aimee podrías quitarle las gafas, darle algo de volumen al pelo y embutirla en una minifalda roja que no deje prácticamente nada a la imaginación y seguiría yendo con los hombros encorvados y su mirada te haría pensar que el mundo entero está preparándose para partirle la boca.

—¿Entonces qué vas a hacer, salvar su alma?

—Tal vez. Nunca se sabe.