CAPÍTULO 18

¿Por qué llamo Geech a mi padrastro? Es sencillo. Su nombre real es Garth Easley, así que empecé a llamarle Geasley, y luego Geast, y luego Geechy y ahora solo Geech. Lo que es perfecto, porque suena exactamente como te hace sentir cuando estás cerca de él más de quince segundos. Geeeech. Algo así como el «guaaach» de vomitar.

Apareció cuando yo tenía ocho años y, creedme, no me alegré cuando recogimos nuestras cosas y nos fuimos a vivir con él. Holly pensó que era la cosa más fantabulosa que había pasado nunca. Era como si no echara de menos a nuestro padre para nada. Simplemente se alegraba de tener una piscina en el jardín y de poder invitar a casa a todos los tíos de Bachillerato a los que nunca les había caído bien.

Mi madre cambió cuando se casó con Geech. Empezó a gastar mucho dinero en peinados y en maquillaje. Cambió su pelo largo y sus vaqueros y empezó a vestir siempre como los famosos de alguna revista de pijos. Ni siquiera creo que le guste mucho Geech. Nunca se la ve arrimándose a él en el sofá, pasándole la mano por lo que le queda de pelo o acercándose por atrás para agarrarle el culo huesudo o bailando canciones de Jimmy Buffett en el patio bajo la luz de la luna. Todo eso desapareció cuando echó a mi padre a patadas a la calle.

Pero esta mañana, se pondrá del lado de Geech. Se presentarán como un frente unido contra mí. Para mi suerte, todavía me quedan un par de cervezas de las doce que compré anoche. Están tibias, pero no pasa nada. Esta mañana no las quiero precisamente para refrescarme.

El sol hace ya un rato que ha salido cuando llego a casa. Ha sido un día, o un par de días, no sé, muy largos. Es hora de hacer gárgaras con el enjuague bucal que llevo siempre en la guantera. No hay muchas probabilidades de que logre entrar sin que se den cuenta, pero de todas formas lo intento. Silencioso como un ladrón, entro por la puerta delantera, la cierro sin hacer ruido y me deslizo hacia el piso de arriba sin causar ni un solo crujido. La seguridad de mi habitación está al final del largo pasillo, pero cuando logro llegar y estoy quitándome los zapatos, la puerta se abre de par en par.

Mi madre empieza primero.

—¿Dónde has estado, jovencito? Y no intentes decirme que has pasado la noche con tus amigos porque les he llamado a todos, incluyendo a todos los hospitales de los alrededores y los de los alrededores de la casa de tu hermana.

Para llevar puesto un pijama rosa, la verdad es que logra parecer un pitbull furioso, pero ha sido amable por su parte advertirme que ha llamado a todos mis amigos, porque esa era precisamente la defensa que planeaba presentar. No pasa nada. Algo más cercano a la realidad funcionará mejor de todas maneras.

—Salí a dar una vuelta con en el coche —le digo—. Se me hizo bastante tarde y me quedé sin gasolina, así que…

—Me ha llamado tu hermana —mi madre hace una pausa para dejar que el horror de esa información penetre bien en mi cabeza. Pero me imagino que será mejor mantenerme callado hasta saber exactamente de qué se me acusa—. No sé qué hacer, Sutter. ¿Qué se supone que debo hacer con un chico que intenta robar una botella de whisky caro a su cuñado y que luego casi quema la casa que tanto trabajo le ha costado conseguir a su hermana?

¿Tanto trabajo? No sé de dónde se saca eso mi madre, a no ser que considere que operarse las tetas sea mucho trabajo, porque eso es más o menos lo que consiguió que Holly se casara con Kevin y que ahora vivan en esa mansión. Por supuesto, este no es el momento de hacer este comentario, así que lo único que puedo decir es que yo no intenté robar la botella.

Nadie me escucha, sin embargo. En vez de eso, Geech empieza:

—Te voy a decir lo que hay que hacer con un chico como este; mandarlo a la escuela militar.

La verdad es que no ha tardado mucho en utilizar su frase. Por lo general tengo que pelear un par de rounds con él antes de que saque lo de la escuela militar.

—Necesita entender el significado de la disciplina —dice, usando la tercera persona, como si yo no estuviera ahí sentado frente a él—. Necesita entender lo que valen las cosas de los demás. Un buen sargento de prácticas se lo hará entender a golpes.

—¿Desde cuándo a los sargentos de prácticas les importa lo que valen las cosas de los demás? —le pregunto—. Pensaba que solamente les interesaba destruir la individualidad.

El comentario hace que la vena de la frente le empiece a bombear a toda velocidad.

—No te pongas graciosillo conmigo, jovencito. No lo toleraré en mi propia casa —se gira para mirar a mi madre—. Esa es otra cosa que la escuela militar le enseñaría a la fuerza, a respetar la autoridad.

No resulta fácil considerar a un tío bajito, calvo, con la cara roja y con gafas una figura de autoridad, pero eso tampoco puedo decirlo en este momento. Las amenazas de la escuela militar son vacías, nada más que tonterías. Mi madre nunca ha apoyado su propuesta. A ver, a fin de cuentas, estamos en guerra. No va a preparar a su único hijo para que se vaya a Bagdad.

O eso pensaba antes.

—¿Eso es lo que necesitas, Sutter? —pregunta, pero no se molesta en esperar mi respuesta—. Porque empiezo a pensar que sí. Puedes terminar el semestre en la academia militar en Tulsa y de ahí pasar directamente al entrenamiento básico. A ver cómo te manejas en una salida al extranjero. Eso te haría aprender.

Suena como si lo dijera en serio al cien por cien. Está suficientemente enfadada como para lanzarme contra unos terroristas suicidas. Pero supongo que no debería sorprenderme, después de cómo echó a mi padre de casa.

Pero os voy a decir quién sí se queda sorprendido esta vez: Geech. No se esperaba que mi madre lo apoyara en esto.

—Eh, bueno —dice—. Muy bien. La academia militar. Eso te dará una lección. Miraré cuánto cuesta a primera hora el lunes por la mañana.

Y, en ese preciso instante, sé que no sucederá nunca. Cuando Geech dice que va a mirar cuánto cuesta algo, ahí se acaba la cosa. A pesar de todo el dinero que gana con sus artículos de fontanería, es el tío más tacaño del mundo.

De momento, me quitan las llaves del coche y me castigan sin salir indefinidamente. Además, tengo que darle cincuenta dólares al mes a Kevin hasta terminar de pagar el traje. Eso es más o menos dos años de esclavitud. No pasa nada, entiendo la parte del traje, pero intento argumentar que no pueden quitarme las llaves del coche porque lo estoy pagando yo.

¿Pero les importa? No. Ellos están pagando el seguro, me dicen. Tendré que encontrar a alguien que me lleve al instituto, o coger el maldito autobús, pero aceptan permitirme conducir al trabajo y de regreso después de clase. Lo que significa que, como ambos trabajan por la tardes, en realidad me dejarán quedarme las llaves, después de todo.

—Sabes, Sutter —dice mi madre—, vamos a tardar mucho tiempo en volver a confiar en ti.

—Lo siento —le respondo—. Intentaré compensaros —en realidad me siento mal de que haya llamado a mis amigos y a los hospitales y eso, pero conozco a mi madre. Confiar en mí no es una de sus principales prioridades. Una buena visita a la peluquería la semana que viene y se olvidará de todo.