Otra tarde espectacular. El clima es increíble. Por supuesto, esto probablemente signifique que el verano volverá a ser implacable, pero no me preocupa eso por lo pronto. Nunca me he preocupado por el futuro. Admiro a la gente que lo logra, pero nunca ha sido lo mío.
Ricky y yo estamos sentados en el capó de mi coche en el aparcamiento frente al río, en el centro de la ciudad. Le ofrezco un trago de mi petaca, pero no lo acepta, dice que es demasiado temprano. ¿Demasiado temprano? Son las dos de la tarde. ¡Un viernes! Pero no soy el tipo de persona que presiona a alguien para hacer algo que no quiere. Vive y deja vivir, es mi lema.
Le doy un trago rápido y empiezo:
—Mira, desde aquí puedes ver el edificio Chase. En la parte de arriba…
—Sí, lo sé. Ahí está la oficina de tu padre.
—Me pregunto qué tipo de negocios estará haciendo.
—Oye —dice Ricky—, sabes que te acompañaría a lo de hoy si pudiera.
—Ya lo sé. No pasa nada. Simplemente no soporto ir solo a casa de mi hermana. Su marido y sus amigos a veces me dan ganas de vomitar. Se creen tan superiores… Piensan que todos los que no son como ellos son gentuza. En realidad, no me importa ser gentuza. Solo me molesta la gente que piensa que eso es malo.
—No puedo anular esta cita con Bethany. Lo tiene todo planeado.
—No pasa nada.
—Además, pensaba que ibas a pedirle a Whitney Stowe que fuera contigo.
—Lo hice.
—¿Ah, sí? ¿Por qué no me lo dijiste?
—No me fue muy bien. Dice que no sale con fiesteros superficiales.
—¿Eso te dijo?
—Sip.
—Qué jodido.
—No sé.
—Tío, tú no eres un fiestero superficial. Cualquier persona que diga eso no te conoce. No se han sentado a conversar contigo a altas horas de la noche, eso seguro.
—Pero ya conoces a Whitney, es una artiste.
—No sé por qué no invitas a Tara. Ella quiere salir contigo. Lo dice Bethany. Además, me fijé en cómo te miraba cuando volvíamos de Bricktown.
—Oye, no puedo salir con Tara.
—Claro que puedes. Piénsalo. Ella y Bethany son amigas. Podríamos salir juntos. Podríamos hacer camping en el lago, con hamburguesas, bebidas, un poco de maría. Sería espléndido.
—Estoy seguro de que lo sería —le contesto, imaginándome la escena—. Pero no puede ser. Nunca podré salir con Tara. Jamás. Si lo hiciera, sería como demostrarle a Cassidy que tenía razón. Diría: «Mirad qué desgraciado. Intentó convencerme de que no había nada entre él y Tara, ahora se dan a comer patatas fritas directamente en la boca bajo los robles blancos».
A Ricky el comentario le da risa.
—¿Sabes qué? —me dice—. Todavía no puedo creer que esté con Marcus West. A ver, no me los imagino. Siempre se ha burlado de los deportistas.
—¡Oh!, yo sí me los imagino —le doy otro trago a mi petaca—. Ya sabes cómo es Cassidy, con su Greenpeace y su Hábitat para la Humanidad y sus desfiles de orgullo gay y todas esas cosas. Y luego ahí tienes a Marcus, que es prácticamente un Ejército de Salvación de un solo hombre. Siempre está metido en algo, sirve cenas de Acción de Gracias para los indigentes, trabaja con los niños de las olimpiadas especiales, es mentor de delincuentes. Hay que reconocérselo, es difícil burlarse de un tipo así.
—Sí —dice Ricky—. Y además está el asunto ese de la polla enorme.
—¿Qué?
—Ya sabes, dicen que los negros tienen la polla como la trompa de un elefante.
—Eso no es cierto. Yo no creo en estereotipos raciales como ese.
—Yo tampoco —me dice—. Pero es un poco difícil no pensar en eso.
Me quedo mirándolo y sacudo la cabeza.
—Bueno, podía antes de que lo mencionaras.
—Perdón, tío.
Le doy un buen trago a mi petaca.
—Es una imagen cojonuda. Ya era bastante malo tener que ir a casa de mi hermana y ahora voy a tener esta imagen en la mente toda la noche.
—Toma —me dice Ricky. Saca un porro gordo del bolsillo de su chaqueta—. Llévate esto. Está cargadito. Te ayudará a pasar la noche.