El coche de Kendra no está aparcado frente a su casa, pero me acerco a su puerta de todas formas. Su madre es más servicial y me dice que las chicas han ido a casa de Morgan McDonald para asistir a una fiesta de deportistas cristianos. Morgan es mi ex novia de Secundaria, pero eso fue hace tanto tiempo que es como si nunca hubiéramos sido nada más que amigos. Lo extraño es que Cassidy haya ido a una fiesta con un grupo de deportistas religiosos. Ella no es ninguna de las dos cosas. De hecho, por lo general, se burla de ellos y de la gente de su calaña.
Calaña. Me encanta esa palabra.
Para cuando llego a la zona donde vive Morgan, en la parte norte de la ciudad, llevo encima varios tragos más de whisky, así que ya no siento mariposas. Ahora lo que siento son tornillos oxidados rebotando dentro de una lata.
Deberíais ver la cantidad de coches que están aparcados por toda la manzana para esta fiesta de deportistas cristianos. Pensaríais que están repartiendo cupones para salir del infierno gratis. Pero no vayáis a creer que esto es una especie de gran celebración sana y pura donde sirven leche y galletitas de vainilla. Ni siquiera hay que ser deportista para asistir. No. El noventa y nueve por ciento de la gente que se presenta a estas fiestas lo hace por una simple razón: para ligarse a alguien. Y eso es lo que hace que me rueden esos tornillos por el estómago. ¿A quién quiere ligarse Cassidy?
Aparco al final de la fila de coches y empiezo a caminar hacia la casa de Morgan, pensando qué es lo que voy a decir cuando vea a Cassidy. Necesito empezar con algo ligero, algo divertido y colorido como: «¿Quién hubiera imaginado encontrarte en un sitio así? ¿Te trajo Jesús en su coche o sigue usando el burro?». Entonces, cuando la haga sonreír, me lanzaré de lleno a la disculpa. «Me he equivocado», le diré. «No estaba pensando. Pero ya me conoces, pensar no es mi especialidad. Soy un idiota en las relaciones a largo plazo. Necesito una profesora de educación especial para que me instruya. Alguien como tú».
Más adelante alcanzo a ver la silueta de una pareja frente a la luz de la calle. Por la altura del tipo, me doy cuenta de que es Marcus West, el buenorro del equipo de baloncesto, pero la chica está tan pegada a él que no puedo distinguir mucho salvo su pelo, bastante corto. «Entonces», me digo a mí mismo, «Marcus tiene una nueva novia. Eso debe querer decir que LaShonda Williams está libre. Y ella siempre me gustó». Pero en cuanto surge esa idea en mi cabeza, la descarto. No estoy aquí buscando nuevas chicas.
Entonces, cuando me acerco más, Marcus da la vuelta para poder apoyarse contra un coche y mueve a la chica con él y se agacha para darle un gran beso. Ahora puedo ver perfectamente la silueta de su culo y no hay forma de confundir a quién pertenece. Es el gran, espléndido y hermoso culo de Cassidy. Los tornillos de mi estómago se convierten en martillos oxidados.
Muchos tipos podrían considerar el tamaño de Marcus West y darse media vuelta, pero yo no.
—Vaya —digo, deteniéndome a unos diez metros—. Veo que el espíritu de Jesús realmente ha penetrado en vosotros.
Cassidy se da la vuelta.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Uy, te has cortado el pelo.
Su mano se mueve hacia su pelo por un segundo.
—Me ha parecido un buen momento para hacer un cambio.
Asiento y me froto la barbilla como si fuera un gran experto en estilismo.
—Estás jodidamente despampanante.
Ahora Marcus da un paso en mi dirección.
—¿Estás borracho o algo más, Sutter?
Sonrío lo más que puedo.
—Si borracho es A y algo es B, entonces digamos que la respuesta definitivamente no es B.
El ceño de Marcus se contrae, pero no de rabia, sino sorprendentemente, de compasión.
—Mira, tío, sé que no estás pasando por tu mejor momento. Si me dejas, puedo llevarte a casa.
—¡Vaya, miradlo! Marcus West se ha dignado a hablar con los inferiores —estoy intentando pronunciar todas las palabras sin arrastrarlas.
Cassidy me dice:
—¡Diooos mío, Sutter! —pero levanto un dedo para indicarle que no he terminado.
—Y su bendición cayó como maldición entre los impíos. Así es, niños y niñas, como se parte la hostia.
Marcus se acerca e intenta cogerme del brazo.
—Venga, tío, vamos a mi coche.
Yo me zafo del brazo.
—Su excelencia, eso no será necesario. Soy un individuo de mente hábil que comprende a la perfección el significado de la frase «echado a la calle como un perro». Así que os deseo una buena noche —hago una reverencia lo más inclinada que puedo sin perder el equilibrio—. Y os deseo una vida llena de dicha conyugal, ahora que ya soy libre de iniciar la épica búsqueda de mi perfecta alma gemela.
Cuando me doy la vuelta para irme, Marcus me dice:
—Oye, Sutter, mira… —pero Cassidy lo interrumpe.
—Deja que se vaya. Ni siquiera podría conducir si no estuviera medio borracho.
—Gracias por el voto de confianza —le digo sin darme la vuelta—. Eres una mujer muy comprensiva, en todo salvo en el amor —esa hubiera sido la frase perfecta para cerrar si no me hubiera tropezado con una pila de bolsas de basura, derramándome la bebida en los pantalones.