CAPÍTULO 10

El buen Bob. Para ser un tío al que le brotan pelos de las orejas, ciertamente parece estar familiarizado con cómo se sienten las mujeres. Qué mal que no pueda pedirle que me acompañe y haga de Cyrano de Bergerac conmigo.

Veréis, este es mi problema con seguir la regla de Cassidy sobre pensar primero en sus sentimientos. No es que no quiera hacerlo, pero no tengo la menor idea de qué es lo que pasa por la cabeza de una chica cuando ya es mi novia. Las chicas normales, esas las puedo leer como si fueran las instrucciones de una tostadora, pero en cuanto empiezo a salir con una es como si me cerraran las instrucciones en la nariz. No más pan tostado para mí.

Tomemos como ejemplo a la novia que tuve antes de Cassidy, Kimberly Kerns. En la etapa del coqueteo, cuando estábamos conociéndonos, ella opinaba que yo era el tipo más gracioso del mundo. Le encantaba cuando entonaba mi cancioncita de gánster rapero:

Soy grande y glorioso.

Soy casi famoso.

Un real instigador

y de tetas navegador.

Escuchadme, no bromeo,

a las chicas enajeno.

Soy el profesor fornicador.

Soy el rey follador.

Por el lado inferior o superior.

Soy el Sultán del Amor.

Sí, el Sultán del Amor.

Sí, el Sultán del Amor.

Se reía tanto que le daban calambres. Pero después de un par de meses, prácticamente ya no salía una oración de mi boca sin que me dijera que era asqueroso o inmaduro o alguna cosa por estilo. Solía decirme que yo era distinto a todos los demás y, entonces, de pronto, quería convertirme en lo que ella creía que debía ser un tío: ¿por qué no puedes hablar de algo serio?, ¿por qué no puedes usar camisas mejores?, ¿por qué tienes que ir tanto de fiesta con tus amigos? Incluso mencionó algo de que debía dejarme crecer el pelo un poco y darme unas mechas. ¿En serio? ¿Yo, con unas putas mechas?

Antes de Kimberly fue Lisa Crespo y antes de ella Ángela Díaz y antes de ella Shawnie Brown y antes de ella —ya vamos por la Primaria— fue Morgan McDonald y Mandy Stansberry y Caitlin Casey. Todas eran chicas confiadas, inteligentes y de-mirarte-directamente-a-los-ojos, cada una en su propio estilo, pero siempre parecía que las decepcionaba por una de dos razones:

1) Porque no resultaba suficientemente impresionante ante sus amigos, lo que, de alguna manera, quedaba fuera de mi comprensión.

2) Porque, y esto es más confuso aún, esperaban que cambiara y pusiera una marcha que mi automóvil del amor simplemente no podía alcanzar.

Cuando Lisa cortó conmigo, me dijo que se sentía como si nunca hubiéramos tenido una relación real.

—¿De qué estás hablando? —le pregunté—. Hacemos algo juntos prácticamente cada sábado por la noche. ¿Quieres que te pida que nos casemos o qué? Tenemos dieciséis años, por el amor de Dios.

—No estoy hablando de matrimonio —me contestó con expresión compungida.

—¿Entonces de qué estás hablando?

Se cruzó de brazos.

—Si no lo sabes, no puedo decírtelo.

Dios mío. Y ella que era tan divertida.

Ahora, cuando pienso en mis ex me imagino que son como una maceta de flores del otro lado de una ventana. Son bonitas, pero no se pueden tocar.

Sin embargo, no me arrepiento de nada y no me siento amargado. Solamente me pregunto qué diablos pasaba dentro de sus cerebros, dentro de sus corazones, en aquellos días en los que debíamos de habernos acercado más y más. ¿Por qué todas querían un Sutter distinto al que empezó a salir con ellas? ¿Por qué ahora soy amigo de todas ellas y siempre es divertido cuando nos encontramos? ¿Por qué les gusto a las chicas pero no se enamoran de mí?

Estos son los pensamientos que me vuelan por la cabeza mientras me dirijo a casa de Cassidy después del trabajo. Tengo toda la intención de disculparme como sugirió Bob, pero a pesar de que no me cabe duda de que a él le funciona perfectamente, no tengo mucha fe de que me funcione a mí. Y ya me estoy diciendo a mí mismo que no importa, que nada perdura. Además, siempre me queda Whitney Stowe, la estrella de teatro con piernas sexys. Vale, parece algo presumida, pero lograré que se relaje. Tengo ese talento, al menos en las primeras etapas.

De camino, me detengo en mi bodega favorita para asegurarme de tener suficiente fortaleza para la tarea que tengo en mente. El tío del mostrador parece el primer Ángel del Infierno del mundo, pero es mi colega. Nunca me pide el carnet, dice que le recuerdo a su hijo, con el que perdió el contacto. De todas maneras, conforme me voy acercando a la casa de Cassidy, más mariposas empiezan a revolotear en mi estómago, incluso después de dos buenos tragos de whisky.

Es poco después de las 8:30 cuando entro en su calle, todavía vestido con mi ropa de Mr. Leon’s. Sus padres parecen preferirme cuando llevo corbata. Supongo que la apariencia los engaña y piensan que mi vida avanza hacia alguna parte, y tal vez eso me ayude ahora para convencerlos de que me dejen entrar, en caso de que Cassidy les haya pedido que me ignoren.

Su madre abre la puerta, lo cual es bueno. Se me dan mejor las madres que los padres. Con eso me refiero solamente a las madres de los demás, no la mía.

Parecer sorprendida de verme, así que Cassidy obviamente ya le ha dado la noticia de nuestra ruptura. Esto lo hace bastante oficial, pero de todas formas le digo:

—Hola, señora Roy, ¿cómo está? —lo digo muy desenfadado, como si no hubiera pasado nada, y como si solamente viniera a ver a Cassidy como lo he estado haciendo durante seis meses.

Ella finge una sonrisa y me dice:

—Estoy muy bien, Sutter. No esperaba verte.

—¿En serio? No pasa nada. Solamente vine a hablar un rato con Cassidy, tal vez salir a tomar una Coca-Cola.

—Lo siento, Cassidy no está —no menciona la ruptura.

Estoy seguro de que lo que me quiere decir es: «¿Sabes qué, corbatitas? Cassidy está en su habitación, pero no quiere volver a verte nunca jamás, así que por qué no agarras tus estúpidos pantalones de Mr. Leon’s y te largas de una puñetera vez». Así son los padres. No te dicen algo así directamente, aunque todos sabemos que eso es lo que están pensando.

Pero yo también sé jugar a este juego.

—Vaya, mmm —miro hacia la entrada—. Veo que su coche está ahí. Tal vez haya vuelto sin que se dieran cuenta.

—No, estoy segura de que no ha regresado. Kendra vino a recogerla —justo en ese momento, su labio inferior se tensa. Obviamente se suponía que no debía divulgar esta información ultra secreta, pero es demasiado tarde. Así que le digo:

—Está bien, ¿le puede decir que he venido a verla? Nos vemos luego. Tengo que llegar a casa en un par de minutos de todas maneras.

Pero estoy seguro, si la señora Roy es tan lista como yo creo, de que sabe que a donde me dirijo ahora no está ni remotamente cerca de mi casa.