Cómo llegamos a saber por qué enfermamos
En el mundo actual, incluso los niños saben que enfermamos debido a los gérmenes. Los que van a la escuela con un fuerte resfriado saben que se lo pueden transmitir a cualquiera. El conocimiento de los gérmenes también ha mejorado los tratamientos. Además del viejo remedio de «quédate en casa y cuídate», tenemos dos avenidas médicas para combatir las enfermedades: los antibióticos contra las enfermedades bacterianas, y las vacunas para prevenir algunas enfermedades (la varicela, las paperas, la gripe, etc…)
Debido a que nuestro conocimiento sobre las enfermedades es tan grande, es difícil imaginarse que hace tan solo 150 años, la gente no tenía la menor idea de qué era lo que los enfermaba. Hasta la década de 1860 y el descubrimiento de los gérmenes por Louis Pasteur la raza humana no supo cuál era el causante de las enfermedades.
El descubrimiento de Pasteur causó un gran giro en el campo de la medicina. Una vez que se identificaron los gérmenes, se crearon vacunas y se aplicaron tratamientos. Su descubrimiento también causó una gran mejora en la salud pública de Europa.
En la antigüedad la gente creía saber por qué enfermábamos. Los egipcios creían que tenía que ver con los «canales» del cuerpo, y los griegos y romanos pensaban que toda persona está compuesta por cuatro humores; cuando alguien enfermaba se debía a que estos humores estaban desequilibrados. En el 400 a. C. el médico griego Hipócrates (famoso por el juramento hipocrático) adelantó la teoría de que la enfermedad era producida por gases malolientes. Bien entrado el siglo XIX los médicos aún creían que las miasmas, gases que surgen de las alcantarillas, ciénagas, estercoleros, o tumbas abiertas eran venenosas y causaban enfermedades.
Los tratamientos se hacían en gran medida a tientas antes de que los gérmenes fueran descubiertos. Los doctores a menudo usaban sanguijuelas para sangrar a los pacientes, y los laxantes, el opio, la menta y el brandy eran considerados como curas. Aunque algunas hierbas medicinales se han ganado el favor hoy en día, ahora se sabe que muchas de las medicinas que se usaban en el pasado (el mercurio entre ellas) son venenosas y causan daños graves, en algunos casos incluso la muerte.
Como siempre, importantes descubrimientos precedieron a los científicos que consiguieron realizar el descubrimiento definitivo. Aunque los microscopios fueron inventados a finales del siglo XVI, fue un comerciante de telas holandés el que descubrió las bacterias.
Antony van Leeuwenhoek (1632-1723) fue un científico peculiar. Era un comerciante nacido en una familia de comerciantes, vivió en Delft, Holanda, y aunque trabajaba como vendedor de telas, era una persona tremendamente curiosa y tenía un entretenimiento que le ocupaba todo su tiempo libre. Estaba fascinado con aquello que estaba más allá de lo que se podía ver a simple vista. Pulía sus propias lentes y fabricó más de quinientos microscopios. Aunque eran herramientas muy simples en comparación con las actuales, Leeuwenhoek fue capaz de crear un microscopio más poderoso que los creados por Robert Hooke en Inglaterra y Jan Swammerdam en Holanda que magnificaban los objetos solo por 20 ó 30. La destreza de Leeuwenhoek para pulir, su precisa visión, y su intuición para entender cómo hacer que la luz incidiera directamente sobre el objeto, le permitió crear microscopios que aumentaban 200 veces el tamaño de las cosas.
Leeuwenhoek estudió tejidos de animales y plantas así como cristales y fósiles; fue el primero en ver animales microscópicos como los nematodos (gusanos redondos) y rotíferos (animales pluricelulares que tienen un disco en un extremo con círculos de fuertes cilios que a menudo parecen ruedas giratorias), así como células sanguíneas y esperma vivo. Leeuwenhoek realizó precisas descripciones de lo que veía, y contrató a un ilustrador para que dibujara lo que veía. Comenzó a enviar la información a la Royal Society de Londres, y debido a sus meticulosos esfuerzos —así como por sus descubrimientos únicos— esta sociedad superó la preferencia que tenía por el trabajo de científicos acreditados y reconoció el mérito del trabajo de este comerciante de telas. Hicieron que se tradujeran sus descripciones del holandés al inglés o al latín y sus descubrimientos fueron regularmente publicados por la Royal Society.
Los pequeños animálculos en la placa dental
En 1683, Leeuwenhoek escribió a la Royal Society sobre sus observaciones del contenido de la placa dental. (En aquellos días, no se lavaban los dientes con frecuencia —si es que lo hacían en alguna ocasión— pues nadie creía que fuese aconsejable tener los dientes limpios). Escribió:
Entonces casi siempre vi, con gran maravillamiento, que en la citada materia había diminutos animálculos vivos que se movían con rapidez. El más grande… tenía unos movimientos fuertes y rápidos y avanzaba por el agua (o baba) como un lucio por el agua. La segunda clase… a menudo giraba como una corona… y eran mucho mayores en número. (Brian J. Ford y Al Shinn, Antony Van Leeuwenhoek, University of California, Museo de Paleontología, www.ucmp.berkeley.edu/history/leeuwenhoek.html. 16 de noviembre de 2005)
En la boca de uno de los viejos cuya placa estudiaba, Leeuwenhoek encontró «una increíble cantidad de animálculos vivos, nadando con mayor destreza que cualquiera que haya visto hasta ahora. Los de mayor tamaño… curvaban el cuerpo para avanzar… Aún más, había tal número de los otros animálculos, que toda el agua… parecía estar llena de vida» (Ford y Shinn).
Estas son unas de las primeras observaciones de bacterias vivas de las que tenemos noticia.
Antes de Pasteur, se creía que la sorprendente aparición de organismos vivos allí donde antes no había nada era debido a la «generación espontánea». Por ejemplo, cuando el río Nilo en Egipto se desbordaba cada primavera, las orillas se cubrían de un barro rico en nutrientes y pronto esta tierra fértil a lo largo del borde del agua se llenaba de ranas. Los egipcios concluyeron que el barro daba a luz a las ranas. Siglos más tarde, los granjeros medievales europeos solían guardar el grano en graneros con tejados de paja llenos goteras por lo que el grano se enmohecía. Siempre había ratones merodeando estos lugares, por lo que se creía que los ratones nacían del grano mohoso.
Debido a que los microscopios no se inventaron hasta el siglo XVII e incluso entonces no eran muy potentes, los científicos no podían siquiera imaginar algo que era invisible a simple vista. Para ellos, la generación espontánea de los organismos vivos a partir de lo inerte era la única explicación que tenía sentido.
A principios del siglo XIX, la idea de la generación espontánea fue puesta en tela de juicio. Algunos defendían que los grandes organismos no se generaban espontáneamente, pero que este era el caso en los más pequeños. Debido a que el asunto generaba tanta controversia, la Academia de las Ciencias de París ofreció un premio a cualquier experimento que ayudase a resolver el conflicto. En 1864 el premio fue concedido a Louis Pasteur por unos experimentos que probaron de manera definitiva que los microorganismos están presentes en el aire pero que el aire no puede generar de manera espontánea microorganismos.
Louis Pasteur (1822-1895) nació en Jura, Francia. Mientras se preparaba para ser profesor en una escuela establecida en París por el emperador Napoleón III, mostró aptitudes para la química. Aunque finalmente llegó a ser profesor de la Universidad de Estrasburgo, su trabajo con mohos y sus estudios con cristales llegó a oídos de Napoleón, quien le pidió que tratara de ayudar a la industria vinícola francesa que estaba pasando por problemas. Tras estudiar el proceso de fermentación, Pasteur finalmente descubrió que si se calentaba el vino a 55 grados Celsius durante varios minutos, los microorganismos que había en él morían y el vino no se echaba a perder —un proceso que conocemos como pasteurización. A partir de este trabajo, Pasteur pudo demostrar que la descomposición de la materia orgánica se debía a los gérmenes —que ahora conocemos como microbios— que flotaban en el aire. Finalmente, Pasteur consiguió demostrar mediante experimentos que los organismos microscópicos pueden causar enfermedades.
El microbiólogo alemán Robert Koch trabajó a partir de esta información y estableció tres leyes (1883) que explicaban las causas de las enfermedades. Los postulados de Koch han sido usados desde entonces para determinar si un organismo causa enfermedades:
En 1905 se añadió una cuarta regla:
Las primeras fotografías del Instituto Pasteur se tomaron para la revista Popular Science Monthly en agosto de 1930. El Instituto era el paradigma de la modernidad científica.
Usando la teoría de Pasteur y los postulados de Koch los científicos han conseguido deducir curas para muchas enfermedades. La teoría de los gérmenes de Pasteur estableció los cimientos de la ciencia de la microbiología y es piedra angular de la medicina moderna.
Mientras seguía con los experimentos, aprendió que diferentes microbios causaban diferentes enfermedades y descubrió que en el caso de algunas enfermedades, podía usarse una forma debilitada del microbio para conseguir inmunidad contra las formas más virulentas. Su trabajo con la rabia fue especialmente importante. Tras descubrir que la rabia era transmitida por un virus, Pasteur desarrolló un tratamiento efectivo —en 1885 salvó las vidas de dos chicos que habían sido mordidos por un perro rabioso— y descubrió que podía también vacunar a los perros con éxito. Siguió desarrollando vacunas contra el cólera aviar, el ántrax y la fiebre porcina.
En 1886 se fundó en Francia el Instituto Pasteur como clínica para el tratamiento de la rabia, centro de investigación de enfermedades e instituto de enseñanza. En 1891 se inauguró un Instituto Pasteur en Saigón convirtiéndose en el primero de una red mundial y demostrando la estima que había llegado a tenerse por su trabajo.
[Superior] Mapa original realizado por John Snow en 1854. Los casos de cólera se destacan en negro. El Dr. Snow estaba convencido de que el agua contaminada de la bomba de la calle Broad era la fuente del contagio. [Inferior izquierda] Retrato de John Snow en 1857. [Inferior derecha] Imagen tomada con el microscopio electrónico del Vibrio cholerae, se puede observar su forma de bastón (bacilo) curvo y su flagelo polar, que le otorga gran capacidad de movimiento.
El conocimiento médico a mitad del siglo diecinueve era totalmente incorrecto. Por poner la situación en perspectiva, es interesante señalar que en los Estados Unidos durante la Guerra Civil, dos tercios de las 618 000 bajas de la guerra se debieron a enfermedades (tifus, neumonía, diarrea infecciosa, fiebres tifoideas y tétanos), no a heridas de guerra. Parte de la diseminación de las enfermedades se debían a las pésimas condiciones sanitarias. En los hospitales, la cirugía se llevaba a cabo sin guantes y los cirujanos limpiaban los instrumentos en los delantales.
La lucha de John Snow por el agua limpia en Inglaterra
En el siglo XIX miles de personas morían de cólera. El Dr. John Snow (1813-1858), que luego fue conocido como el Padre de la Epidemiología, creyó que esta grave enfermedad intestinal se debía a que la población bebía agua sucia. A pesar de sus esfuerzos, fue incapaz de extraer pruebas científicas que habrían obligado a que el gobierno mejorara la sanidad pública y los sistemas de agua.
Sin embargo, una vez que Pasteur realizó sus descubrimientos, el trabajo de Snow fue visto bajo una nueva perspectiva. Quedó claro que era muy probable que el germen del cólera se expandiera por el agua contaminada por las aguas residuales o por la basura. Como resultado, el Reino Unido aprobó la Ley de Sanidad Pública en 1871, que forzaba a los ayuntamientos a eliminar las aguas fecales y la basura de las calles y a que suministraran a las comunidades agua potable limpia. La salud mejoró.
Snow murió en 1858 antes de que su misión fuese alcanzada.
Teniendo esto en mente, es más fácil entender la importancia de lo que un doctor húngaro, Ignaz Semmelweis, descubrió mientras practicaba obstetricia en la Allgemeine Krankenhaus (Vienna), a comienzos de la década de 1840. En el hospital, era práctica común que los doctores hicieran las autopsias por la mañana y los exámenes pélvicos en las mujeres embarazadas o asistieran a los partos por la tarde. Nadie sabía nada de la esterilización de los instrumentos o la importancia de lavarse las manos o de llevar guantes, y la fiebre puerperal iba en aumento.
Semmelweiss Ignác Fülüp (1818-1865). Este médico húngaro consiguió disminuir la tasa de mortalidad por sepsis puerperal entre las mujeres que daban a luz en su hospital mediante la recomendación a los médicos y matronas de que se desinfectaran las manos con una solución de cal clorada antes de atender a las pacientes.
Joseph Lister (1827-1912) Uno de los pioneros en el uso del microscopio. Introdujo prácticas sanitarias en los hospitales, incluyendo un limpiado concienzudo de las heridas así como un entorno aséptico en los quirófanos.
El doctor Semmelweis pensó que la poca limpieza podía ser la culpable de esto y ordenó a los doctores que se limpiaran el pus, la sangre y los tejidos de las manos tras las autopsias y antes de ver a los pacientes. Las muertes por infecciones en los pabellones de Semmelweis cayeron (del doce al uno por ciento), pero, debido a que Semmelweis, un hombre con una personalidad muy fuerte que pensaba que «su palabra» era suficiente, carecía de pruebas para sus ideas, se encontró con bastante resistencia.
Unos años más tarde, Joseph Lister, un médico escocés, encontró la relación entre el descubrimiento de Pasteur y lo que Semmelweis había conseguido gracias a su insistencia en lavarse las manos. Lister introdujo prácticas sanitarias en los hospitales, incluyendo un limpiado concienzudo de las heridas así como un entorno de operaciones mucho más limpio.
Alegraos de vivir en una nación moderna
Hemos leído sobre Semmelweis y cómo descubrió la importancia de lavarse las manos, y asumimos que ahora «todo el mundo lo sabe». No es así. Cada año más de 3,5 millones de niños menores de cinco años que viven en entornos empobrecidos en países en vías de desarrollo mueren de diarrea y de graves infecciones respiratorias.
Los investigadores en los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de los EE.UU. llevaron a cabo un estudio en Karachi, Paquistán, para descubrir el efecto que tendría lavarse las manos en la aparición de enfermedades. Estableciendo una prueba de control aleatoria, entraron en veinticinco barriadas y distribuyeron o bien jabón normal o jabón antibacteriano y estimularon la práctica de lavarse las manos; otros once barrios sirvieron como control. Los niños menores de cinco años en las casas que recibieron el jabón normal tenían un 50 por ciento menos de incidencia de neumonía que los grupos de control. Los niños menores de quince años en las casas alentadas a usar el jabón normal tenían un 53 por ciento menos de incidencia de la diarrea y un 34 por ciento menos de incidencia de impétigo. No había diferencia significativa en los niveles de enfermedad entre aquellos que recibieron jabón normal y los que recibieron jabón antibacteriano. En este estudio, las infecciones respiratorias no decrecían inmediatamente tras la introducción del hábito pero sí decrecían de manera sustancial tras algunos meses.
De modo que aunque parezca que las enfermedades causadas por la falta de higiene deberían de haber desaparecido hace un siglo, es obvio que en algunos lugares del mundo estas son simples lecciones que aún tienen que aprenderse.
Aunque aún hay mucho que aprender, la ciencia médica ha avanzado muchísimo, y algunos de los desarrollos más importantes son los siguientes.
Los científicos hoy están descubriendo que las enfermedades son mucho más complejas de lo que se había pensado. Ahora comprenden que muchas de las enfermedades crónicas que se creía que eran genéticas o medioambientales puede que estén causadas por bacterias, grupos de bacterias o virus. En abril de 2005 un informe de la Academia Americana de Microbiología (citado en Nicholas Bakalar, «More Diseases Pineed on Old Culprits: Germs», New York Times, 17 de mayo de 2005) indica que, por ejemplo, la diabetes, que nunca se había sospechado que fuese una enfermedad causada por microbios, puede que resulte ser una compleja reacción inmune a una infección previa. Recientemente un oftalmólogo australiano realizó una conexión entre niños con cataratas y madres que habían tenido rubeola durante el embarazo (Bakalar). Al igual que se sabe que el virus de la varicela se queda en el cuerpo y reaparece en forma de herpes o culebrillas cuando el cuerpo se debilita, puede que un día descubramos que muchas de las enfermedades crónicas que se creían genéticas o medioambientales tengan sus raíces en una bacteria o virus.
Seguid a la escucha.
Charles Darwin (1809-1882). Tan revolucionaria como las ideas de Galileo, Newton o Einstein, la explicación de la evolución de Darwin por «selección natural» transformó nuestra comprensión del mundo vivo.