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Los dinosaurios

DEL MÍTICO GRIFO AL PÁJARO MODERNO

Los niños encuentran los dinosaurios extremadamente fascinantes, de modo que desde muy temprano, tienen la oportunidad de familiarizarse con estos sorprendentes animales prehistóricos —desde Barney y sus amigos (poca fidelidad pero de gran asociación con los dinosaurios) hasta maravillosas visitas a los museos de historia natural—. Tras los años de escuela primaria, la mayoría de los distritos escolares dedican poco espacio del temario a los dinosaurios. Como resultado, los niños aprenden sobre los dinosaurios en una edad en la que el estudio es poco más que un cuento.

De modo que al hablar de los dinosaurios y de lo que no se cuenta sobre ellos en nuestros libros de ciencia, casi todo cabe. Este capítulo os hablará de los primeros descubrimientos de dinosaurios (una historia desventurada aunque interesante) y después repasa lo que los científicos están descubriendo hoy en día. Durante los últimos treinta años, se ha descubierto gran cantidad de nueva información y la idea de que los dinosaurios eran bestias torpes y lentas se ha desechado gracias a la nueva información que tenemos sobre estos reptiles.

Es una pena que los estudiantes no tengan tiempo para hablar de los dinosaurios. El estudio de estas notables criaturas es importante para entender las causas de las extinciones masivas en el pasado y para apreciar los cambios en la diversidad biológica.

Ilustración de un grifo, rodeado de numerosas plantas, flores e insectos, y una piña proveniente de la serie Animalium, ferarum et bestiarum, 1663, de Stent y Hollar. Su nombre viene de la expresión griega «gryphos», se trata de un ser mitológico que se representa con el tercio anterior de una terrible águila de plumas doradas, pico colosal y grandes garras. El resto de su anatomía es la de un poderoso león muy musculado de pelaje crema. Algunos de estos seres se representan con orejas puntiagudas y plumas en la cola. Una de las hipótesis más plausibles plantea el origen del grifo como criatura mitológica en los numerosos restos fósiles de dinosaurios pertenecientes a la familia Ceratopsidae, que se encuentran en gran número en los desiertos de Asia central, sobre todo en Mongolia. Los esqueletos de estos dinosaurios, de boca en forma de pico, amplias escápulas, cola larga y garras de varios dedos pueden haber dado lugar a las leyendas sobre las criaturas mitológicas.

El Archaeopteryx de Londres. En 1861 se encontró el primer fósil de Archaeopteryx lithographica en las canteras de piedra caliza de Solnhofn, Baviera. Lo descubrió el paleontólogo alemán Hermann van Meyer, pero era propiedad de Haberlein Karl, quien lo vendió al British Museum por 700 libras esterlinas.

PRIMEROS PENSAMIENTOS SOBRE LOS FÓSILES DE DINOSAURIOS

Durante años, se encontraron (quizá por casualidad) fósiles de dinosaurios sin tener ni idea de lo que eran. Es comúnmente aceptado que muchas de las leyendas sobre monstruos, gigantes y grifos fueron alentadas por estos huesos sorprendentemente grandes que se encontraban pero que no se podían explicar.

La primera descripción documentada de un fósil de dinosaurio fue escrita en 1676 por Robert Plot (1640-1696), un anticuario e historiador local que escribió y publicó sobre la historia natural de su comunidad, Oxfordshire, Inglaterra. Como nadie tenía idea alguna de los dinosaurios, Plot realizó una conjetura basándose en la información de la que disponía e identificó el espécimen de hueso como parte de una pata de los elefantes de guerra que se pensaba que el general romano Plaucio había llevado consigo cuando invadió Britania en el 72 d. C. En 1677 Plot cambió de opinión y se le ocurrió la extraña idea de que pertenecía a la pierna de un gigante. El hueso se perdió finalmente, pero la descripción escrita por Plot —pesaba casi diez kilos y medía unos sesenta centímetros— junto con un grabado que la acompañaba ha permitido que los científicos modernos lo identifiquen como el fémur de un dinosaurio, probablemente el de un Megalosaurus.

Sin duda hay que nombrar aquí a una de las primeras cazadoras de dinosaurios que fue ignorada durante años por ser mujer. Mary Anning (1799-1847) vivía en Lyme Regis, en la costa sureña de Inglaterra, y aprendió a buscar fósiles con su padre, un constructor de armarios. Este murió cuando Anning tenía tan solo once años, dejando a la familia en la indigencia.

Retrato de Mary Anning con su perro. Esta pintura, realizada después de su muerte (1846) por B. J. Donne está basada en una obra anterior (1842) sita en el Museo de Historia Natural de Londres y realizado por Mr. Grey.

Mary Anning se hizo muy popular, su inusual vida continuó llamando la atención incluso después de su muerte. Se la asocia con un trabalenguas que fue compuesto en 1908 por Terry Sullivan inspirado en la historia de su vida:

«She sell sea shells by the sea shore,

the shells that she sells are sea-shells, I’m sure.

So if she sells seashells on the seashore,

then I’m sure she sells seashore shells».

(«Ella vende conchas marinas en la orilla del mar,

las conchas que vende son conchas marinas, estoy seguro.

Si vende conchas marinas en la orilla del mar,

entonces estoy seguro que vende conchas marinas de la orilla del mar»).

Dibujo de un artículo de 1814 de Everard Home para la Royal Society mostrando el cráneo de un ictiosauro encontrado por los Annings.

Esquema de la anatomía esquelética del ictiosaurio, Ichthyosaur communis. Publicado en 1824 por la Sociedad Geológica de Londres, William Conybeare.

Litografía del esqueleto del Plesiosauros dolichodeirus encontrado por Mary Anning en 1823, publicado en 1824 por la Sociedad Geológica de Londres.

El área de Lyme Regis era espléndida para encontrar fósiles. Gracias a que el mar y los vientos azotaban los acantilados, los fósiles quedaban visibles para los que caminaban por la playa. A pesar de quedar así expuestos, no eran fáciles de conseguir. Los descubrimientos de fósiles atraían el turismo, y durante su adolescencia, Mary Anning y su familia habían creado un excelente negocio vendiendo los fósiles que se encontraban a diario. Anning caminaba bajo los inestables acantilados en busca de especímenes que pudiese sacar de la roca, y llegó a ser conocida por su habilidad para liberarlos con cuidado y por entero.

Con el tiempo, Anning creó un grupo de seguidores entre instituciones y sofisticados coleccionistas privados, pero hoy es difícil atribuirle todo aquello que encontró. Los museos de la época solían darle el crédito a los que donaban el fósil, de modo que a menudo el nombre asociado a un hallazgo es el del coleccionista en particular que lo donó, no el de la persona que localizó el fósil. Teniendo esto en mente, se sabe que Mary Anning hizo algunos extraordinarios descubrimientos como un pequeño Ichthyosaurus (1821) y el primer Plesiosaurus (1823) prácticamente completo, así como el primer Pterodactylus macronyx británico, un reptil volador. Con el paso del tiempo, Anning se ganó el respeto de los científicos coetáneos, y hacia el final de su vida recibió pequeños estipendios de varias sociedades profesionales. Su obituario (1847) fue publicado en el Quarterly Journal of the Geological Society, una organización que no admitió mujeres hasta 1904.

Es interesante señalar que aún se realizan descubrimientos en el área de Lyme Regis por la continua erosión de los acantilados.

¿Por qué se les llamó dinosaurios?

El término dinosaurio (que significa más o menos «lagarto terrible») tiene su origen en la palabra griega deinos, que significa «terroríficamente grande,» y sauros, que significa «lagarto». Fue usado por primera vez por sir Richard Owen (1804-1892), un anatomista comparativo británico. Owen estudió un grupo de fósiles y se percató de las patas verticales (en oposición a las patas inclinadas de otros reptiles) y las cinco vértebras soldadas a la faja pélvica. En 1842 Owen los presentó como un grupo taxonómico separado, identificándolos como un suborden de grandes reptiles extinguidos. Hasta entonces nadie había pensado que fuesen prehistóricos.

Owen creyó que aquella información refutaba la teoría de la evolución. (Darwin aún no había escrito El origen de las especies, pero la evolución ya estaba siendo debatida con anterioridad). De manera irónica, el trabajo de Owen finalmente ayudó a dar peso a los argumentos de aquellos que defendían la selección natural y la evolución.

Durante un tiempo fue prosector del Zoológico de Londres, pudiendo diseccionar y preservar cualquier animal que muriese en cautividad. Este hecho le concedió un vasto conocimiento sobre la anatomía de toda clase de animales. Owen también fue muy conocido por su descripción de la anatomía de una especie de primate recién descubierta (1847): el gorila. En su descripción negó categóricamente la idea de que los monos y los humanos pudiesen estar relacionados

HALLAZGOS AMERICANOS

En los Estados Unidos, el primer descubrimiento conocido de un fósil de dinosaurio ocurrió en 1787, cuando un tal Dr. Caspar Wistar encontró un hueso de cadera en Gloucester County, Nueva Jersey, que ha estado perdido desde entonces. Unos años después, en 1800, Pliny Moody encontró huellas fosilizadas de treinta centímetros de largo en su granja de Massachusetts. Profesores de Harvard y Yale fueron a verlas, y supieron exactamente lo que eran: ¡las identificaron como las huellas dejadas por el cuervo de Noé!

Pero en 1838 comenzó un proceso asombroso: unos obreros que trabajaban en un pozo de marga (el depósito de un tipo de suelo que se desmenuza) en una granja de Haddonfield, Nueva Jersey, descubrieron el esqueleto casi completo de un dinosaurio. A los restos no se les prestó demasiada atención hasta 1858, cuando un aficionado a los fósiles llamado William Parker Foulke visitó el área y comprendió la importancia del hallazgo. Excavaron las partes que los trabajadores no habían extraído y descubrieron un animal más grande que un elefante con las características estructurales de un lagarto y un ave. Foulke invitó al anatomista y conservador del museo de Filadelfia, el Dr. Joseph Leidy, a contemplar el hallazgo y realizó los preparativos necesarios para transportar los huesos a la Academia de Filadelfia de modo que Leidy pudiese estudiarlos. Leidy se convirtió en un pionero en la documentación de la anatomía de los dinosaurios, y el Hadrosaurus de Haddonfield aún se puede ver en la Academia de Ciencias Naturales de Filadelfia. Tal descubrimiento marcaría el comienzo de la paleontología —el estudio de las formas de vida que existían en tiempos prehistóricos.

LA GUERRA DE LOS HUESOS

La paleontología comenzó con una rivalidad entre dos hombres, Othniel Marsh y Edward Cope, que compitieron por ser reconocidos como la máxima autoridad de este nuevo campo. Puede que esta contienda acelerase los hallazgos de huesos de dinosaurios en los Estados Unidos, pero debido a décadas de batallas en las que hubo mentiras, tejemanejes, politiqueo, y engaños, fue sin duda un ejemplo lamentable de cómo hacer las cosas.

Dos adinerados y competitivos científicos estadounidenses, Othniel Charles Marsh (1831-1894) y Edward Drinker Cope (1840-1897) comenzaron su relación como amigos. Se conocieron en la Universidad de Berlín y descubrieron que tenían un común interés por los fósiles. Cuando volvieron a los Estados Unidos, Marsh llegó a ser profesor en Yale, donde animó a su tío, George Foster Peabody, a que apoyara sus expediciones. (El Museo Peabody en New Haven es depositario de la mayoría de los descubrimientos de Marsh y es aún un muy respetado museo de historia natural).

Cope consiguió un trabajo con el gran paleontólogo Joseph Leidy, que en aquella época estaba muy ocupado con el análisis del descubrimiento de Haddonfield. Al formar parte del proyecto, Cope se ilusionó tanto con el descubrimiento en Nueva Jersey que se mudó con su familia a Haddonfield para poder trabajar directamente en los pozos.

Othniel Charles Marsh (1831-1894)

En 1866, Marsh, que había sido nombrado el primer profesor universitario de paleontología en los Estados Unidos, fue hasta Haddonfield para visitar los pozos junto con Cope. Sin embargo, Cope supo más tarde que Marsh volvió al lugar en solitario y ofreció sobornos a los trabajadores para que le enviaran a él los descubrimientos. El resultado fue una amarga disputa conocida como la Guerra de los Huesos en la que se espiaron, elevaron el precio de los huesos, atacaron la validez del trabajo del otro y en definitiva, hicieron todo lo que pudieron por destruirse mutuamente.

Durante los siguientes veinte años, Cope y Marsh se marcharon de Nueva Jersey en expediciones independientes hacia el oeste, usando los fuertes de la caballería de los EE.UU. como áreas de descanso y carromatos tirados por mulas como vehículos. Durante la primera expedición de Marsh a Wyoming en 1870, William F. Cody (famoso por el Espectáculo de Búfalo Bill) actuó de guía durante la primera parte del viaje. (Siguió siendo amigo de Marsh y lo visitaba siempre que visitaba el área de Connecticut con su espectáculo). Durante estas expediciones, los derechos de los indios no fueron tenidos en cuenta.

En 1879 los trabajadores del ferrocarril contactaron con Marsh para informarle de un gran hallazgo fósil cerca de Como Bluff, Wyoming, Cope también acudió y acusó a Marsh de robar sus fósiles. Marsh prefirió dinamitar el yacimiento de fósiles antes de que cayera en las manos «equivocadas».

En conclusión, la rivalidad acabó con las fortunas de ambos hombres. Cope tuvo que vender parte de su colección y Marsh tuvo que hipotecar su casa y rogarle a Yale que le diera un salario ya que había acabado con el legado de su tío.

Al comienzo de la Guerra de los Huesos, solo había nombradas nueve especies de dinosaurios en los EE.UU.; cuando murieron estos dos hombres, el número de especies era mucho mayor. Marsh descubrió un total de ochenta y seis nuevas especies, mientras que Coper descubrió cincuenta y seis. Juntos descubrieron ciento treinta y seis especies nuevas (hubo algunas que coincidían) creando un nuevo campo científico y un gran interés en todo el mundo.

Edward Drinher Cope (1840-1897)

EL ULTIMO DE LOS GRANDES CAZADORES DE DINOSAURIOS

Barnum Brown (1873-1963), nombrado así por el empresario de circo P. T. Barnum, pasó sesenta y seis años practicando la paleontología y fue responsable de gran parte de la colección del Museo Americano de Historia Natural de Nueva York. Aunque Brown construyó una gran colección de huesos de dinosaurios durante su larga carrera, siempre será recordado por el gran público como el que descubrió el primer Tyrannosaurus rex, «El rey de los lagartos tiranos», en Hell Creek, Montana. En 1902 encontró el primer esqueleto, y en 1908 localizó uno que estaba mejor conservado.

Una interesante nota a pie de la historia: durante la Segunda Guerra Mundial, los americanos temieron que se perdiese el fósil de Tyrannosaurus rex si los alemanes bombardeaban Nueva York. De este modo, los huesos del descubrimiento de 1902 fueron enviados al Carnegie Museum en Pittsburgh para preservarlos.

NUEVAS TEORÍAS SOBRE VIEJAS ESPECIES

¿Descienden realmente las aves modernas de los dinosaurios? Un número cada vez mayor de científicos así lo creen.

A finales de la década de 1860, el naturalista británico Thomas Henry Huxley examinó un nuevo fósil de ave llamado archaeopteryx y descubrió un hueso del esqueleto que era muy similar a otro que se encuentra en los terópodos, la familia de dinosaurios depredadores a la que pertenece el T. rex. Esta observación condujo a su teoría de que los pájaros evolucionaron de los dinosaurios. (Ahora sabemos que los terópodos comparten más de 50 características anatómicas con las aves modernas incluyendo la espoleta, las muñecas giratorias y tres dedos de las patas proyectados hacia adelante).

La relación entre las aves y los dinosaurios fue ridiculizada ampliamente hasta hace unos pocos años cuando el paleontólogo canadiense Philip Currie y el geólogo chino Ji Qiang publicaron sendos artículos sobre el descubrimiento en China de dos pequeños fósiles de dinosaurios que parecían tener plumas. En 1996 un dinosaurio del tamaño de un pollo conocido como Sinosauropteryx y en 1997 un dinosaurio parecido a un correcaminos conocido como Caudipteryx parecieron aportar nuevas evidencias.

Los científicos que apoyan esta teoría ahora sugieren que casi la mitad de las especies de dinosaurios durante el periodo Cretácico (65-144 millones de años) pudieron tener plumas de algún tipo. El paleontólogo Philip Currie cree que incluso el Tyrannosaurus rex podría haber tenido plumas. ¿Volaban? Los esqueletos sugieren que estos dinosaurios con plumas vivían exclusivamente en tierra, de modo que las plumas pudieron tener una función aislante, llamativa, y, probablemente en el caso de algunas criaturas, habrían servido para vuelos muy rudimentarios.

Otra prueba clave que relaciona a las aves y los dinosaurios vino de Madagascar en 1998. Catherine Forster, una paleontóloga de la State University de Nueva York, Stony Brook, encontró el fósil de un ave de entre 65 y 70 millones de años. El ave tenía una garra en forma de hoz al final de un segundo dedo grueso en sus patas traseras, y el único animal conocido con una «garra mortal» de ese tipo son dinosaurios como los velociraptores —los dinosaurios que en la película Parque Jurásico usaban las garras cortantes durante los ataques.

La mayoría de las teorías científicas tienen sus detractores, y la teoría de la relación entre aves y dinosaurios no es una excepción. El doctor Alan Feduccia, un ornitólogo y biólogo evolutivo de la Universidad de Carolina del Norte, dice que él y la mayoría de los ornitólogos creen que las aves y los dinosaurios tienen un ancestro reptil común, pero cree que los pájaros no son, de hecho, dinosaurios vivientes.

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Un golpe de suerte accidental

Acaba de anunciarse un sorprendente descubrimiento de 2003. Ese año se encontró un T. rex gracias a un equipo de cazadores de fósiles liderados por John R. Horner, paleontólogo del Museo de las Rocosas en la Montana State University. El esqueleto del T. rex fue excavado de la Formación Heel Creek. Estaba enterrado en arenisca de hace 70 millones de años, en un área remota del Refugio Nacional de la Vida Salvaje Charles M. Russell en Montana.

Debido a que el terreno donde se encontró el fósil era extremadamente agreste, la única forma de llevarse los pesados huesos incrustados en la roca para poder estudiarlos era por aire. Aunque se calculaba que aquel tyrannosaurus en particular tenía dieciocho años cuando murió y era menor que la mayoría, los huesos de las patas incrustadas en la roca eran demasiado grandes como para transportarlos por helicóptero. Los científicos decidieron, por tanto, que tenían que romper con mucho cuidado los huesos más largos para llevar el esqueleto al laboratorio. Cuando los fémures rotos llegaron al laboratorio en Bozeman, Montana, la suerte siguió sonriéndole a la ciencia: nadie había aplicado productos de preservación, algo que se suele hacer de inmediato. Aunque esto había preservado el espécimen, también habría contaminado el tejido que pronto iban a descubrir. El caso es que los científicos comenzaron aquel día a estudiar los fragmentos de hueso para descubrir que aún había restos de tejido blando (células de hueso y vasos sanguíneos) bordeando la cavidad del tuétano del hueso. Nunca se había recuperado esta clase de tejido de un dinosaurio. La científica que hacía el examen, la Dra. Mary Schweitzer, descubrió que lo que tenían, sorprendentemente, eran restos de tejido blando de una criatura prehistórica que vivió hace 68 millones de años.

Los primeros estudios con el microscopio electrónico de barrido mostraron que los vasos sanguíneos del dinosaurio eran muy similares a los de aves que no vuelan como los avestruces o los emúes, lo cual apoya la teoría de que las aves son los descendientes vivos de algunos dinosaurios. Tras un estudio cuidadoso, el equipo ha concluido que el tejido derivado del estrógeno era similar a sustancias que hoy en día solo están presentes en las aves vivas. El estudio continuado de este T. rex condujo a un anuncio posterior de que estaba ovulando cuando murió.

MÁS DESCUBRIMIENTOS SOBRE SERES ANTIGUOS

A principios del siglo XX la mayoría de los museos de historia natural comenzaron a reunir equipos de excavación y continuaron identificando diferentes especies. Sin embargo, en décadas recientes, la investigación ha pasado de encontrar y clasificar a estudiar las vidas y hábitats de los dinosaurios. A finales de los 60, Robert Bakker propuso que estas antiguas criaturas podrían haber sido tan ágiles y enérgicas como los animales de sangre caliente, y los descubrimientos siguieron por ese camino.

También se han realizado nuevos descubrimientos gracias a las nuevas tecnologías. El uso de los rayos X digitales y los TAC en los huesos de los dinosaurios ha conducido a saber más sobre sus vidas, y la tecnología informática ha permitido a los científicos calcular velocidades y maneras de andar de estos animales. Algunos de los nuevos descubrimientos son:

¿QUÉ LE OCURRIÓ A LOS DINOSAURIOS?

Las pruebas indican que ha habido al menos cinco extinciones en masa. Estas extinciones ocurren cuando hay un cambio en la geología o en el clima de un área. Finalmente, los organismos mejor adaptados sustituyen a los que antes había. Estas extinciones ocurrieron en poco tiempo según el tiempo geológico, lo cual para nosotros sería un millón de años aproximadamente. Cada grupo de «nuevos» organismos incluye a aquellos con rasgos adaptados al nuevo entorno, resultado del cambio en el clima o la geología que causó la última extinción.

Hoy en día es generalmente aceptado que un meteorito golpeó la tierra hace unos 65 millones de años desencadenando los sucesos que conducirían a la extinción de los dinosaurios. Sin embargo, los científicos también creen que la historia es más complicada que un simple «fuera luces» y una consecuente extinción.

Se estima que un gran objeto, probablemente un asteroide de entre ocho y diez kilómetros de extensión, originó un cráter de 190 kilómetros en la punta de lo que hoy en día es la península de Yucatán en México. (Aunque esta magnitud parece imposible, recientes ejemplos de impactos en otros planetas han dado credibilidad a esta teoría. En 1994, Júpiter fue golpeado por una serie de fragmentos de cometas y algunos de los choques superaron el diámetro de la tierra). Este impacto increíblemente poderoso originó una nube de polvo en todo el mundo que bloqueó la luz del sol y que con el tiempo aniquiló el 70 por ciento de las plantas y animales existentes —incluyendo a los dinosaurios. Sin embargo, otros factores como los gases volcánicos, el enfriamiento climático, el cambio en el nivel del mar, los bajos índices de reproducción, los gases venenosos de un cometa, o cambios en la órbita o el campo magnético de la tierra podrían haber contribuido a la extinción.

John B. Abbott en la excavación de un fémur de Antarctosaurus en 1924. Argentina, Buenos Aires.