A la 101 se rompe
Cuándo lo utilizaba:
¿Sabes la tapa de las pilas del mando de la tele? ¿Sabes el gusto que da sacar y meter la tapa? Durante horas. ¿Sabes el relajante «clic, clic»? Yo siempre he sido muy de clic, clic. Tengo un compañero de trabajo que dice que deberíamos convertir todos mis movimientos en algún tipo de energía. Estamos pensando en cómo recargar los móviles del departamento atándome algo a las piernas para aprovechar mi meneo cinético. Eso dicen en mi curro, mi madre dice que canso con sólo mirarme. Vamos, que a mis padres el clic, clic no les parecía para nada relajante. Nada de nada. Es más, llamadme perspicaz, pero creo que incluso les tensaba un pelín. ¿Cómo lo notaba mi perspicaz mente infantil?
Pues que si unos mandos de la tele atados con cinta aislante, puertas con topes y cuerdas, tenedores y vasos de plástico, manoplas para ver la tele, ligeras maniobras de inmovilización…
Y luego, la frasecita:
—Nena, a la 101 se rompe. Y te lo descuento de la paga.
Como si decirme eso no fuera exactamente motivo suficiente para comprobarlo. Yo creo que incluso pensaba: «¿Cuántos llevaré? ¿50? A ver si es verdad: 51, 52, 53…». Pero nunca llegaba porque, antes, mi perspicaz mente recibía un buen cojinazo, una siempre sorpresiva colleja, una amable invitación para irme a mi cuarto, y, si estaba cerca de la vez 99, una nada amable invitación para irme a la mierda. Mi madre no decía «mierda», pero ya os he comentado que yo era muy perspicaz y sé que me estaba mandado a la mismísima mierda.
Alguna vez que anduve menos perspicaz incluso me gané una ración extra de vainas por martillear con un tenedor el plato, darle vueltas a un tapón encima de la mesa, o por golpear con insistencia el canto de una puerta.
Por si después de 100 consejos, todavía no me conocéis lo suficiente, cuando hablo de insistencia no hablo de diez golpecitos, no. Hablo de girar las cosas rollo acelerador de partículas del CERN.
Vamos, que me dejas un plato y una cuchara y te hago un Big Bang que te creo un nuevo mundo sin que te des cuenta. Es cansado. Y no creáis que cuando duermo, paro. A veces me levanto tan cansada de la cama de lo que me muevo, que pienso: «Joder, espero haber ganado yo en el sueño que haya tenido, porque con la paliza que llevo…»
La verdad es que yo a veces me agoto de mí misma. Di que esto también le pasaba a mi madre. Ella lo llamaba el baile de san Vito, bueno o «ese movimiento infernal de maraca humana que haría que el santo Job pidiera un valium». Ella no es de metáforas naif. Está más cerquica del gore. Es su estilo.
Excepciones para utilizarlo con mis posibles futuros hijos:
Pues es que todavía no lo sé; lo mismo, al llegar al consejo 101, el libro se rompe. Sería una pena porque en mi cabeza todavía quedan muchos clics maternales, miles de ellos. Ya sería pena que, justo en éste, tuvieran razón, y se fueran a quedar en el limbo de los consejos no criticados, como «si pica, es que se está curando», «no te queda nada que planchar a ti, nena», «la única herencia que te dejamos es tu educación». O frases habituales como «éstas no son horas de llamar a una casa decente», «te cuento hasta tres», que todavía no hay un niño vivo que haya oído decir a su madre «tres»… O «éste es el primer momento del día en que me siento».
También se perderían algunos lamentos como «¿qué vas a hacer cuándo yo falte?», el tantas veces repetido «me estás quitando la vida», o el «te crees que esto es una pensión». Y qué será del «¿te has lavado las manos?», o de mi querido «si quieres te lo pinto».
A los hijos de drama mamás se nos podría olvidar el «y yo quiero un negro que me abanique», o «no bebas más agua que vas criar ranas». También los aterradores «no hagas nada por ahí que no harías delante de mí», «voy no, ven ya» y «antes se pilla a un mentiroso que a un cojo».
Si es que se me amontonan, me salen a borbotones: «Más respeto, que soy tu madre», «te estás quedando en los huesos», «sí, claro, y yo nací ayer», «cuando tengas hijos, harás lo que quieras», «mientras vivas bajo mi techo, harás lo que yo diga», «tú te crees que los pájaros maman», «lo mejor del jamón es lo blanco», «te crees que la policía es tonta», «no arrastres la silla»…
Lo sé, futuros hijos míos, estáis aterrorizados. No me extraña. Prometo intentarlo. Palabrita. Al menos, no decir todos los consejos del tirón. Intentaré no confundiros con conceptos imposibles como manga por hombro, o castaño oscuro, crismas abiertas y demás. Intentaré no utilizar la palabra «pilingui» para hablar de vuestra ropa, ni tiraros de los pantalones hacia arriba. Intentaré no lavaros con mi saliva las manchas, y ser una buena madre. Aunque ya os digo que mi madre fue una madre cojonuda. Aunque me vaya a lavar la boca con jabón cuando se lea este libro, como poco. Menos mal que ya no me puede mandar interna…
Consecuencias del consejo:
Por primera vez lo admito: mi madre tenía razón. A la 101, las cosas se rompen.