Nena, tira bien de la cadena
Yo sé que muchos de vosotros pensáis que soy una exagerada. Bueno, vale, soy una exagerada. Algunos incluso que soy fantasiosa. Bueno, vale, soy bastante fantasiosa. Me estoy perdiendo un poco. A lo que iba, os traigo un documento gráfico reciente y calentito para que veáis que ni tan exagerada, ni tan fantasiosa. Hala.
Cuándo lo utiliza:
La foto que ilustra el capítulo la saqué un sábado a las dos de la madrugada. Ese sábado a las dos de la madrugada yo tenía 33 años. Y ese mismo sábado mi madre me había repetido durante todo el día unas cien veces que la cadena soltaba agua y cómo debía tirar de ella. No digo cien veces de manera figurada, no, igual fueron ciento veinte. Mi madre me lo había repetido hasta la saciedad. Antes de ir de viaje a su casa, por teléfono. Con una extensa explicación acerca de las pérdidas de agua, y de no sé qué tía mía a la que le llegó una factura de 600 euros por una cadena que perdía agua, y también sobre una depurada técnica: pulsar dos veces el botón y rezar un avemaría para que deje de salir agua, y algo acerca de un fontanero con depresión que no quería ir a arreglarla, y sobre un molesto ruido que podía volver locos a los vecinos si nos despistábamos; y «cuando uno se vuelve loco puede hacer cualquier cosa. Imagínate que prende fuego al piso o algo. Menudo disgusto, todo por no tirar bien de una cadena».
Ese mismo discurso nos lo repitió nada más llegar, a mí y a mi pobre novio, que ponía cara de pensar: «¿La cadena suelta agua o es que si no tiras bien produce una fusión nuclear y todo el norte de España se desintegra?» Mientras yo ponía cara de: «¿Por qué estará deprimido el fontanero? ¿Le deprimirá arreglar cadenas?» Mi madre, que me conoce mejor que yo, dijo: «Nena, que bajes a la tierra, y, por favor, te acuerdas de tirar bien de la cadena. Y el fontanero está deprimido porque el hijo no le quiere heredar el negocio. Que va a ser músico, dice. Menudo disgusto tiene el pobre, y con razón. Con la de dinero que da la fontanería. Trompetas va a acabar comiendo ése, ya vas a ver.»
Por si acaso nuestro cerebro no era capaz de recordar una orden simple como «tira bien de la cadena», ese sábado nos lo repitió cada vez que íbamos al baño, que en verano es con frecuencia. Y luego la pillé espiando alguna vez si habíamos tirado bien. Así las cosas, a las dos de la madrugada de ese sábado en el que yo tenía 33 años y había oído unas cien veces, o igual fueron ciento cuarenta, que debía tirar bien de la cadena, me encontré esta sucesión de tres post-it pegados en el espejo del baño:
«¡Buenas noches! (ella es muy risueña). Amaya, procura (el verbo “procurar” en mi madre es un eufemismo de “ni se te ocurra no hacerme caso”) ser la última en tirar de la cadena (esto es que a mi novio no le tiene confianza, vía post-it), porque sigue funcionando mal y ya sabes (qué más dará si lo sé, ella me lo repite) que hay que apretar el botón y esperar un poco y volver a presionar. Pues si no, puede que esté toda la noche yéndose el agua (y menos mal que los post-it son pequeñicos que, si no, me hubiera recordado lo de mi tía, y lo del fontanero deprimido, y lo del vecino loco pirómano). Que descanses.» ¡Pero cómo voy a descansar! Me pasé la noche entera soñando que me ahogaba en un inodoro gigante.
Consecuencias del consejo:
El domingo bajamos a mear al bar de abajo. Yo no podía soportar tanta tensión. Imagínate tú que por lo que sea se nos olvida tirar bien. Imagínate por un momento lo que tendría que soportar. Un pis no merece la pena. Ahora, que en el bar nos miran raro.
Excepciones para utilizarlo:
Futuros hijos míos, si nuestra cadena no interfiere en ningún proceso de fusión nuclear y no tiene ninguna relación con un apocalipsis, no pienso utilizarlo. Al menos, no ciento cincuenta veces en cuarenta y ocho horas.
Versiones:
«Lo de rezar el avemaría para que no salga el agua no lo he pillado bien: ¿espera un milagro tu madre? ¿O es el tiempo en que tarda en cargar la cisterna? Mi suegra me recomendaba rezar tres padrenuestros para pasar un huevo.» Lola