CAPÍTULO 83

Culo veo, culo quiero

Los niños, las metáforas, pues a veces no las entienden. Bueno, yo no sé qué hago hablando del resto de los niños… Yo esta metáfora no la entendía. Aunque ya ha quedado claro que tampoco es que yo fuera un dechado de perspicacia infantil.

Así que siempre que me lo decía, pensaba: «Pero por qué habla de culos, yo no he visto ningún culo, no quiero el culo de nadie, yo lo que quiero es un estuche nuevo como el de Martita, con su organillo y su goma de olor. ¿Qué tendrán que ver los culos con los estuches?» Lo dicho: perspicaz, perspicaz, pues no era.

Cuándo lo utilizaba:

Pues siempre que pedías algo que tenía otra persona. Lo que para mí era inspiración, para ella era pura envidia. Aunque bueno, algo de razón tenía. ¿Qué me pasa? ¿Le he dado la razón a mi madre? Me acabo de morir un poco.

Lo que pasa es que yo era muy indecisa; bueno, decir «era» es ser realmente muy optimista, yo sufro hasta para elegir el champú cuando todos sabemos que me va a quedar encrespado, sobre todo mi madre.

Así que uno de los peores momentos era el de elegir el helado. Mi madre, mi hermana y la susodicha nena frente a «El Heladero», el Rey Mago del verano. Y había que elegir sabor. Que mucha gente pensará: «Qué tontería, pues hoy de uno, mañana de otro.» ¡Ja! Ésos son hijos de madres normales, no de una drama mamá. A mí me compraban un helado en junio y me tenía que durar todo el mes. Y si me portaba mal, me quitaban el de julio y el de agosto, porque en septiembre ya no se come helado «que empiezan los primeros fríos, y la garganta es traicionera, a ver si vamos a empezar el curso faltando y te quedas retrasada. Porque tú no querrás ser una repetidora, ¿no? Pues eso, los helados hasta agosto, ¡ea!».

El heladero era un ser mágico, simpático, con un bigote inmenso y un olor a vainilla que hacía que me quisiera quedar pegada a él durante horas, pero mi madre no tenía tanto tiempo libre, claro está:

—Venga, elige uno que tu hermana ya sabe el suyo.

—¿De qué va a pedir?

—De fresa, pero tú coge de otra cosa y así compartís.

—Yo no quiero helado con babas, el mío es sólo para mí.

—Bueno, pues pide ya, que tengo que ir a la pescadería y luego sólo consigo los pescados pochos.

—Es que no sé de qué quiero. ¿Se puede mezclar dos sabores? —Y miraba al señor heladero con pena porque conocía la respuesta.

—Claro que sí, bonita, te pongo dos bolas.

—De eso nada, que vale como dos helados y sólo tiene un cucurucho. Te pides uno y punto.

—Pues me pido dos cucuruchos… —Ya sabéis, el típico día en el que la nena se levantaba suicida.

—¡Dos tortas te voy a dar yo a ti! Que elijas uno ya o te quedas sin nada.

—Jo… Bueno, pues de fresa. —El señor heladero iba a coger el de fresa y entonces empezaba mi eterna indecisión—: No, no, mejor de chocolate. Espere, por favor, de limón, quiero uno de limón…

—Ya vale, ¿a que lo elijo yo?

—Bueno, pues de ése, quiero de ése —decía señalando uno que tenía trocitos marrones.

Y el heladero, extrañado, me dijo:

—¿Seguro que quieres de ése? Que es de stracciatella…

Pero aquí entraba otra de mis virtudes: la cabezonería del ignorante.

—Seguro no, segurísimo.

Y me lo daba. Yo esperaba que mi hermana se hubiera comido un poco el suyo, para darle envidia de que el mío estaba entero todavía, luego le pedía probar el de fresa, ella (que es más buena que el pan) me daba, y entonces sí, probaba el mío. Y siempre, inevitablemente, me había equivocado de sabor y prefería el suyo.

—Mamá, a mí la extraperla esta no me gusta mucho. Quiero el de mi hermana.

—Ya estamos, culo veo, culo quiero. —Aquí mi cerebro se perdía en debates mentales: «Pero de qué culo habla, estamos hablando de helados, yo no quiero otro culo, vivo feliz con el mío, blablablá»—. Pues de eso nada, te comes ése y punto. Con la lata que has dado, y se dice stracciatella. Habla bien.

—Pero es que sabe raro, yo creí que era de chocolate.

—Yo creí, yo creí… Ya te ha advertido el heladero. Ahora te lo comes.

—Jou, yo quería de fresa.

Y, en realidad, ésta es una de las historias que acaban bien, en la que yo me comía el helado, porque las más de las veces, con tanto quejarme, remolonear, intentar darle el cambiazo a mi hermana (que es muy buena persona pero no veas cómo se agarraba la jodía al cucurucho, que parecía que se iba a caer al abismo si lo soltaba), pues la mayoría de las veces mi bola acababa en el suelo, que era toda una tragedia, o encima de mi camiseta, que entonces sí que era la supertragedia porque encima mi madre me llevaba gritando todo el camino a casa por ensuciarme, a veces incluso me amenizaba el camino con un par de pellizcos.

Consecuencias del consejo:

Oye, aborrezco los helados con toda mi alma. Con la ilusión con que yo miraba al señor heladero y ahora es que ver uno y se me revuelve el estómago.

Segunda consecuencia: me pasé mucho tiempo pensando que te podías cambiar de culo. (En realidad, fui una avanzada a mi tiempo.) Y mirando el mío pensando si otras personas lo querrían.

Tercera consecuencia: llegó un momento en que decidí pedir siempre el sabor de mi hermana, para sufrir menos. Ahora, que su sabor preferido acabó siendo el turrón, que ya es mala suerte.

Cuarta consecuencia: aborrezco también el turrón.

Excepciones para utilizarlo:

Futuros hijos míos, este consejo no me gusta, intentaré no enredarme con metáforas sobre culos que os despisten de la idea principal. Eso sí, un consejo: la stracciatella es un asco.

Versiones:

«Una pena que el heladero no llevara “napolitano”, así se acababan tus indecisiones. Fresa, vainilla y chocolate en un mismo helado: creo que fue especialmente hecho para indecisas. Seguro que a quien se le ocurrió también tenía una drama mamá.» Valeria

A nosotros nos pasaba con el Frigopie y el Frigodedo: mi hermano SIEMPRE pedía un Frigopie y sólo se comía el dedo gordo… Luego se ponía a llorar que no le gustaba, pero daba igual, porque al día siguiente pedía el mismo y había pelea con mi padre: “¿Seguro que esta vez sí que te lo vas a comer?” “Que síiiiiiiiii, quierooooooooo, tengo hambreeeeeeeeeeee”, y daba igual, lo más que se comía eran los dedos… Se lo terminaba comiendo mi madre.» Naiara