CAPÍTULO 82

Lo poco agrada, lo mucho cansa

«Y tú eres muy cansada», era la continuación del consejo.

Cuándo lo utilizaba:

Pues chica, yo llevo oyéndolo toda la vida. Soy intensita. Las cosas como son. Yo me emocionaba con una amiga nueva, y no hablaba de otra cosa.

—Nena, ven a desayunar ya.

—Pues mi amiga Cristina dice que es mejor desayunar más tarde.

—Pues tú desayunas ahora porque lo digo yo.

—Pues Cristina dice que las madres no lo sabéis todo.

—Eso será la madre de Cristina. Yo sí lo sé todo. A desayunar.

—Cristina siempre desayuna cereales. Yo también quiero cereales.

—Nena, en casa desayunamos tostadas, como toda la vida, porque es lo más sano.

—Pues los cereales de Cristina tienen fibras y más cosas que las tostadas.

—Mira, nena, como digas una vez más la palabra «Cristina» te pongo las tostadas de sombrero. ¡Qué cansada eres!

Cuando me daba por algo, pongamos los bailes regionales, era capaz de tirarme bailando la purrusalda un mes: al levantarme de la cama, en la ducha, desayunaba bailando, iba por la calle bailando.

—Nena, lo poco agrada, lo mucho cansa; para ya. Que ni siquiera te sale bien.

—Por eso tengo que practicar, mamá. —Mirad qué niña más maja, más llena de ilusión.

—Pues sí, practica, pero en clase. ¿Te parece normal estar en el autobús agarrada al palo con esa pinta de mono convulso?

—Es que con una hora no es suficiente… —Una niña completamente entregada, lo dicho.

—Ni con treinta horas, que tú bailarina no vas a ser, que tú más que seguir el ritmo, lo persigues. —Ale, a tomar por saco la ilusión—. Y para ya, que has pisado dos veces a esa señora. Y que no te vuelva a ver bailando en la bañera, que como te abras la crisma, encima te enteras.

Siempre he sido intensa, pero a corto plazo. Luego se me pasaba rápido, y de la purrusalda me lanzaba a tocar la batería, a hacer macramé, o carpintería. Lo que fuera, pero como si no hubiera mañana. Vamos, que yo solita podría hacer el temario de cursos del CCC. He estudiado un poco de francés, poco, pero lo suficiente para andar todo el día: Je suis éstudiant. Mon amour. Lulu c’est moi. También me dio por el italiano, lo que me tuvo un mes gesticulando con las manos y gritando por el pasillo: Mamma mia, quando arrivo a casa. Guitarra: aprendí una canción, era mi época grunge y elegí Come As You Are de Nirvana, hasta que erosioné las cuerdas y a mi madre:

—Nenaaaaa, por Dios, elige otra canción; Enrique Granados o algo de Paco de Lucía, y no esa pesadez. Que son tres notas lo que tocas, que se te ve. Y todo el santo día igual.

—Pero es que no me sale la cejilla.

—Si es que te lo dije, que más que manos tienes muñones. Pero no. Tú con tus cosas. Ahora, que terminas el curso, eso te lo digo, que para algo hemos comprado la guitarra.

Hice ballet clásico, me aburrí; funky, me hice daño; flamenco, algo que una niña intensa nunca debería probar; jazz, lo que mejor se me daba: no hay melodía, no hay ritmo. A mi aire, vamos. Aprendí ganchillo, punto de cruz, macramé, y estuve muy pesada con el encaje de bolillos. También natación, baloncesto y esquí. Y, realmente, nunca pasé de los tres meses en ninguna de las actividades.

Pero nada fue tan terrible como cuando me dio la pasión por el bricolaje, lo que ahora llaman el «Do it yourself», que en mi caso era «my self» y el «self» de mi padre. Y juntos descubrimos algo importante: compartimos el gen de la inutilidad total para las manualidades. Oye, hay gente que se tira toda la vida sin saberlo; al menos, yo lo descubrí pronto. Debo de ser la única niña de España que suspendía los trabajos que le hacía su padre. Como os lo cuento. Que yo llegaba al cole pensando: «Me van a pillar, se van a dar cuenta de que esta caja para guardar cartas la ha hecho mi padre.» Pues no, suspendía; bueno, suspendíamos. Y yo llegaba a casa con mi cero y los dos nos sentábamos en el sofá a reflexionar en qué habíamos fallado:

—Habrá sido que no se puede utilizar pegamento —decía él—, o igual esa esquina que no quedaba muy bien…

—Pues a mí me parece superchula, papá, igual nos ha quedado un poco irregular, que yo he visto las de los otros niños y las cartas no se caían de dentro… Igual podemos intentarlo otra vez. ¿Voy a comprar más chapacumen?

—De eso nada, se acabó la sierra en esta casa. —Ésta es mi madre, por si no lo habéis notado en su entrada abrupta—. Llevamos un gasto en tiritas y mercromina que me han regalado un cupón en la farmacia, por no hablar de que la mesa del cuarto de la nena está serrada hasta casi la mitad. Que de verdad no lo puedo entender, si esos pelos se parten con nada y vosotros habéis conseguido entrar unos 40 centímetros en una mesa de madera maciza. Con lo que nos costó. Se acabó el bricolaje y no se hable más.

Y no se habló más.

También suspendimos dibujo técnico y pretecnología. Menudo disgusto nos llevamos. Al final, tuve que pedir ayuda a una amiga porque ya vi que el «self» de mi padre y el mío me llevaban directa al fracaso escolar.

Consecuencias:

Pues sé un poco de miles de cosas, así que me hice periodista. ¿Sabéis eso de un océano de sabiduría de un centímetro de profundidad? Pues lo inventaron para mí. Puedo hablar cinco minutos de cualquier cosa. Sólo cinco. Bueno, menos de manualidades, que puedo hablar dos. Pero, oye, en varios idiomas.

Segunda consecuencia: soy buenísima en el Trivial.

Tercera consecuencia: cierta falta de concentración en cualquier cosa por mucho tiempo; ahora, eso sí, yo le dedico los cinco minutos más intensos a todo. Descubro el cilantro y pienso: «Cómo he podido vivir yo sin esto.» Y se lo echo a todo: ensaladas, salsas, a las tostadas del desayuno… Luego se me pasa, lo que es agradecido porque imagínate todas esas intensidades juntas y prolongadas.

Excepciones para utilizarlo:

Pues sí, futuros hijos míos, lo poco agrada y lo mucho cansa. Imaginaos que me hubiera centrado sólo en una cosa, yo que sé, el punto: pues haría unos jerséis que ni Dolce & Gabbana, pero a mí me parece más divertido una madre que medio sabe bailar la purrusalda, y que grita por los pasillos «mamma mia», y que toca Come As You Are como nadie, y que conoce miles de tonterías como que los esquimales no digieren el azúcar, aunque a vuestro jersey le falte una manga, que tampoco pasa nada. Se llama jersey deconstruido y va a ser la última moda, que lo digo yo, que soy vuestra madre.

Versiones:

«Mi frase favorita para “lo poco agrada, lo mucho cansa” no procede de mi drama mamá, sino de una amiga: “Gustar no gustas, pero jartas.” Yo nunca he sido cansada, he sido y soy jartible y apretá, o sea, lo mismo pero en andalú.» Morti

«La variante de mi madre es “lo poco agrada y lo mucho enfada”. Ahora, cuando mis hijos repiten una y otra vez algo, y ya no puedo más, les digo: “Ya sabéis que lo poco agrada y lo mucho enfada.” Se quedan con la cara de lela con que me quedaba yo.» Arantxa