CAPÍTULO 81

Porque lo digo yo, y punto

Éste es el porqué más absurdo, seguido de cerca del «porque sí» y el «porque no». Allí iban los tres juntos, a reventarte la infancia.

Cuándo lo utilizaba:

A mi madre, la voluntad de darte explicaciones no le faltaba. Las cosas como son.

—Mamá, ¿por qué me tengo que comer los garbanzos?

—Porque si no, no vas a crecer. Y si no creces, te dejaremos de querer.

Otra cosa es que la respuesta te compensara.

—Mamá, ¿por qué no me puedo comer las uñas?

—Porque se te clavarán en la barriga y te harán agujeros, y los garbanzos se te escaparán por ahí, no crecerás y te dejaremos de querer.

Ahí, relajada, educativa…

Pero había una serie de preguntas que terminaban en el frustrante «porque lo digo yo, y punto». Y uno de los que más me frustraba tenía que ver con mi cumpleaños. Yo no sé vosotros, pero cuando yo era pequeña, el cumpleaños perfecto era de la siguiente manera:

Con una semana de antelación, entregabas unas invitaciones monísimas a tus amigas especiales, unas 14 afortunadas de poseer tu amistad.

Las invitaciones eran a poder ser de Hello Kitty o de Tarta de Fresa, y si eran con olor, es que eras de clase alta y la estrella total durante varias semanas.

El día en cuestión ibas al colegio con 42 bolsas de chuches para tus compañeros (porque antes en clase éramos 42), que contenían varias gominolas, una bolsa de gusanitos y una piruleta de las que teñían la lengua y los labios de rojo.

Luego, al salir, las elegidas ibais a una hamburguesería o algo parecido a pasar la tarde. Y ellas te llevaban regalos monísimos de Hello Kitty o de Tarta de Fresa.

Bueno, pues mis cumpleaños comenzaban con mi madre llamando a las 42 madres de mis compañeras y diciéndoles que nada de regalos. Sólo libros, material de papelería o como mucho algo de ropa. Porque «¿qué es eso de elegir sólo a 14 niños? No, no. Tú no vas a ser de las que hacen grupitos. Tú invitas a todas y punto. Y olvídate de la tontería esa de comprar invitaciones. Que son carísimas. Si quieres te saco unos folios y que te los dibuje tu hermana, que así se entretiene. No quiero que nadie se sienta obligado a comprarte algo caro. Que habrá mamás que no tengan dinero para eso. Así que 42 libros y ya tienes algo que hacer en verano».

El día en cuestión mi me madre me mandaba con 42 chupachups minimalistas. Es decir, que no sólo no teñían la lengua, sino que además eran de esos pequeñitos que dentro tienen una burbuja de aire y que el palo se cae nada más abrirlos. Después, los 42 niños venían a mi casa. «Pero ¿tú te crees que tenemos dinero para pagar la merienda en Don Bocadillo para todos? No, no. En casa y hacemos unos sándwiches de Nocilla, chorizo y mortadela y listo. Y barra libre de gusanitos, Fanta y Coca-Cola. Te quejarás, nena, que voy a comprar hasta refrescos.»

Como éramos tantos, para que no destrozásemos la casa mi madre sacaba todos los muebles del salón, nos sentaba en el suelo y comenzaba lo que ella llamaba «El un, dos, tres del cole». Se calzaba unas gafas enormes, sentaba a mi padre con una calculadora al lado y ponía un enorme bol de gominolas de las de pela. Y allí que íbamos, a cumplir años con un increíble juego educativo. «Por dos gominolas por respuesta acertada, di tres ríos que pasen por Sevilla.» Ajá. Nos tirábamos la tarde con aquello. «Por dos gominolas por respuesta acertada, di tres invertebrados.» Para morirse. Yo muerta de vergüenza, mi madre gritando «Campana y se acabó», mi hermana haciendo sonar una campana como si el mundo se acabara si ella no reventaba aquel badajo y mi no drama papá poniendo cara de: «¿Cómo he llegado yo aquí?»

—Mamá, ¿y por qué yo no puedo tener cumpleaños normales como el resto de la gente?

—Pero si los tuyos son los mejores… Que me lo dicen todas las madres, que ellas no tendrían paciencia para hacer eso. Anda que no se van contentos tus amigos, y encima seguro que han aprendido algo nuevo.

—Mamá, los cumpleaños son para divertirse y recibir regalos, para aprender ya vamos al cole. ¿Por qué no les dejas al menos que me traigan lo que quieran?

—Porque lo digo yo, y punto.

Lo dicho. Frustrante.

Consecuencias:

Tengo una biblioteca infantil que ya quisieran muchos colegios.

Segunda consecuencia: hacia los 12 años, mi madre se hartó y me dio pasta para invitar a 14 amigos al Don Bocadillo. Pues increíblemente, a pesar de mi euforia, en mi clase me hicieron un vacío total por acabar con los mejores cumpleaños de la historia del colegio y privarles de ganar al «Un, dos, tres del cole». Cualquiera entiende a los niños.

Tercera consecuencia: oigo una campanilla y busco a mi hermana. «Por aquí debe de andar la loca esa agitándola.»

Cuarta consecuencia en mi no drama papá y en mí: pesadillas recurrentes en las que nos persiguen Mayra Gómez Kemp y la Ruperta.

Excepciones para utilizarlo:

Pues intentaré daros buenas razones y evitar el frustrante «porque lo digo yo, y punto». Y, sobre todo, paso del «Un, dos, tres del cole», que no es plan de tirar años de terapia a la basura borrando esa melodía de la cabeza: «Un, dos, tres…, aquí estamos con usted otra vez…» ¡Mierda! ¡Ha vuelto!

Versiones:

«Mi madre no tenía tanta paciencia con las explicaciones, por lo que esa frase la he oído hasta el infinito. Eso sí, en los cumples (que siempre han sido en casa, por cierto). Dejaba que me regalaran lo que quisieran y hacía una tarta de chocolate casera de esas de galleta del tamaño de dos pizzas familiares juntas. ¡Buah! ¡Era la pera!» No Soy Inútil

«Mi cumple es en verano, así que nada de llevar chuches al cole ni na de na. Para mí era un drama que no sabes tú bien. Eso sí, porquesís, porquenós y porquelodigoyós también me he tragado unos cuantos.» Miss Amanda Jones

«Mi madre decía “porque lo digo yo, y está dicho pa ciento y un días”. Que tú te quedabas pensando: ¿por qué justo pa 101, con lo feo que es el numerito? También estaba la versión “porque lo digo yo, que soy grande y voto”.» Vero

La opinión del experto:

«“Porque lo digo yo, y punto” no es la respuesta ideal, pero tampoco dar extensas explicaciones de por qué hay que hacer las cosas (sobre todo cuando los niños son pequeños). Lo más eficaz es decir las cosas una sola vez, contar qué ocurrirá cuándo el niño lo haga y qué si no lo hace, y cumplirlo.» Rocío Ramos-Paul

Yo creo que igual el sistema fallaba entonces por lo de no dar extensas explicaciones. Tenía que ser eso.