CAPÍTULO 78

No te toques el pelo, que pareces

un mono

Ya sé qué estáis pensando: ¿cómo te tocas el pelo para parecer un mono? Pues chico, yo pienso lo mismo. Que miro un mono, me miro a mí, y no encuentro ningún parecido. Así os lo digo. Pero ella no, ella lo ve clarísimo. Es más, incluso cuando no me toco el pelo, ella ve un mono en la tele y dice: «Mira, nena, como tú.» Y yo me callo, porque me desconcierta. Bueno, realmente vivo desconcertada con mi madre, es otro de sus poderes.

Cuándo utilizaba el consejo:

Pues siempre. Y siempre incluye este fin de semana. Tengo 33 años, una carrera, un trabajo, soy independiente, responsable, educada… ¡Soy un lujo de hija! No hay más que ver «Hijos de papá», los ninis o «Callejeros». Yo quedo bastante bien a su lado. Digo yo. Pues, a pesar de eso, mi madre quiere educarme todavía. La mujer no se cansa y, si yo unto la salsa del pollo encebollado, pues me llevo un tenedorazo como Dios manda. Si arrastro la silla, ahí que está ella para darme una colleja. Si apoyo los codos, pues me mete un empujón para desequilibrarme. Si pongo los pies en la mesa, entra en estado de trance, con los ojos en blanco, y da unos gritos que los del edificio de enfrente salieron a la ventana, que yo tengo la sensación de haber cometido la mayor herejía del mundo, y bueno, si se me ocurre tocarme el pelo…

—¿Tienes piojos o qué? Porque eso es lo que pareces: una piojosa. Todo el día tocándote el pelo. Qué manía más fea. Te pienso atar las manos, a ver si se te pasa. Y tu hermana, igual. Ale, que no tengo dos hijas, tengo dos monos. Cualquiera que os vea… Que queda muy feo. Que yo no sé de dónde habéis cogido esa manía de tiraros del pelo.

Pues yo sí lo sé, de mi amiga Maite, que tenía una hermana que se tocaba el pelo. Y ya sabes, la típica tontería de:

—¿Te has fijado alguna vez que tienes algunos pelos como picados, más rugosos que el resto? —Ésta es mi amiga Maite, la culpable.

—Yo no tengo de eso. —Ésta soy yo, la superinocente.

—Anda, mira, todo el mundo tiene. Te estoy viendo uno ahora mismo. —Super, superculpable—. ¿Te lo quito?

—A ver… —Y hasta hoy.

Maite, Maite, Maite…

Y tú dirás «pues no es para tanto eso de tocarse el pelo». Mi madre diría que no tienes ni idea. Así que ha intentado todo tipo de técnicas:

—Nos ponía manoplas de cocina para ver la tele.

—Nos ataba los dedos índice y corazón para dormir.

—Nos cortaba el pelo al cero como tratamiento de choque. Sobre todo de choque contra el álbum familiar, porque hay que ver la pinta de refugiada que luzco en algunas fotos. Entre el corte de pelo y la ropa heredada de táctel con coderas, me doy una pinta… Yo creo que si me vierais me dabais limosna. Mucha. Lo voy a pensar…

—Nos gritaba sin descanso. (Bueno, esto no era mucha novedad, la verdad.)

—Nos castigaba a pensar. (Tampoco era novedad, la novedad residía en que pensábamos con guantes, que nos daba una pinta como de mimos desubicados.)

—Nos hacía trenzas tan tirantes que ríete tú de la cara de susto de Nicole Kidman.

Consecuencias del consejo:

Tengo un poco cara de sorpresa constante, porque las cejas se me han quedado ligeramente elevadas de semejantes trenzas. Parezco asustada siempre.

Segunda consecuencia: me voy a ahorrar un pastón en Botox.

Tercera: a Maite en mi casa la miran mal. Con razón.

Cuarta consecuencia: no me gustan las manoplas. Cada vez que veo a un niño con ellas pienso «pobrecico, qué habrá hecho».

Un día descubrí que esa manía tiene un nombre según los psicólogos: tricotilomanía. Y con mi cara de sorpresa habitual, más la sorpresa añadida, se lo dije a mi madre pensando que la palabra de un psicólogo serviría para calmarla. Ese mismo día descubrí que mi madre cree más en los kiwis que en los psicólogos: «Anda, anda, nena, que te crees cualquier cosa. Que le ponen un nombre raro a un yogur y tú ya andas pensando que es el elixir de la vida eterna. Pues no, un yogur es un yogur, y tu manía es la manía de un mono. Ya me gustaría ver a esos psicólogos con una hija como tú. Vas a ver cómo se cansaban de nombres raros.»

Así que, quinta consecuencia: no creo en las palabras largas. Todas me suenan a mentira. ¿Quién va a creer que «colonoscopia» es una palabra seria? Por no hablar de «otorrinolaringólogo»; vamos, hombre, que no es serio.

Excepciones para utilizarlo:

Si los hijos aprenden lo que ven de sus padres, la llevamos clara, futuros hijos míos. Pero, por favor, que no os vea la abuela, que tenéis la colleja asegurada.

Versiones:

«En mi casa era más bien: “No te rasques, que pareces un mono”, aunque te hubieran atacado doscientos mosquitos furibundos con nocturnidad y alevosía. Y nosotras: “Jo, mamá, es que pica…” Y mi madre: “Pues soplaos.” Desde aquí deciros, madres del mundo: soplar una picadura (o lo que sea) no alivia los picores, lo que alivia es rascarse, hombre ya con la tontería.» Bequipequi

«En mi casa era: “No te toques el pelo, que pareces tonta. Todas las tontas se tocan el pelo.” ¿Qué tendrían nuestras drama mamás en contra de que nos tocáramos el pelo?» Mortiziia