Daos un beso y pedíos perdón
Bueno, tengo que admitir que la mayoría de las veces esta frase mi madre la formulaba diferente: «Dale un beso y pídele perdón.» Pero, hombre, alguna vez mi hermana también tenía la culpa. Alguna, digo.
Cuándo utilizaba el consejo:
Cada vez que nos peleábamos. Y, casi siempre, por mi culpa. Mi hermana es una de esas personas que raramente se enfada. Tiene una capacidad de entrega y una tranquilidad que hace que, a pesar de ser cuatro años más pequeña que yo, siempre haya parecido la mayor. Yo he sido la niña de las broncas, los chichones y los gritos. Probablemente, Dios pensó en compensar a mi madre. Y ella era la niña plácida que sabía reírse como nadie. En serio, tiene una risa contagiosa que deberían dar por la tele cuando el país anduviera deprimido. Bueno, pues a pesar de su personalidad, he conseguido sacarla de quicio. Es otra de mis virtudes, ésa y la de vomitar si me concentro. Lo sé, Dios ha sido generoso con sus dones.
Normalmente empezábamos suave: que si un empujón porque ese tangram es mío (hay que ser friki para pelear por un tangram, pero la necesidad hace milagros), que «de eso nada, que me lo regaló la mamá a mí», un empujón de vuelta, que te piso un pie disimuladamente porque «yo lo estaba usando primera como techo para mi casa de muñecas», pues yo te piso el pie sin disimulo porque «en la caja del tangram viene mi nombre», que si «me da igual porque soy la mayor y todo lo que me dé la gana es mío, para eso llegaste después» y te meto un pellizco pequeñito (que esto entre hermanos es algo parecido a la invasión de Polonia), y yo te tiro del pelo y «el tangram es supermío aunque sea la pequeña», y yo te meto un mordisco que «tú lo que eres es adoptada porque no te pareces en nada a los papás», y ahí sí, Hiroshima y Nagasaki juntos: tirones, pellizquitos mortales, patadas, mordiscos y ella gritando: «Eso no es verdad, que todo el mundo dice que soy igual que el abuelo. Retíralo ahora mismo, retíralo o te tragas el tangram pieza a pieza, la grande también.» Bueno, mientras tenía lugar esa amable y distendida charla entre hermanas, llegaba mi madre, nos pegaba cuatro gritos y decía:
—Que no os vuelva a oír discutir. Las hermanas se quieren, no se pegan. Y ahora, daos un beso y pedíos perdón.
Y nos dábamos un beso, que si el aliento pudiera matar, yo a mi hermana la hubiera petrificado varias veces, y ella decía:
—Perdóname. —Pero yo oía perfectamente dentro de su cabeza: «Perdóname, pero ya estás corriendo en cuanto salga la mamá porque te pienso pisar la cabeza, bonita.»
Porque Dios, imagino que también para compensar, hizo que mi hermana menor pudiera, a los pocos años, hacerme placajes y sentarse encima de mí para dejarme inmovilizada. Dios, sus dones y sus actos de justicia a veces no me han hecho ni una pizca de gracia.
Consecuencias del consejo:
Primera: soy realmente buena escapando a una inmovilización. Mi nombre de guerra era la Lagartija.
Segunda: si alguien me dice «perdóname», me dan ganas de salir corriendo, por si después me quiere pisar la cabeza.
Tercera: abusé durante años del recurrente «eres adoptada» al ver que funcionaba tan bien. Ella abusó durante años del placaje. Así que, cuarta consecuencia: algunos dedos del pie rotos contra los quicios de las puertas, derrapando para huir de mi hermana. Quinta consecuencia: trato cercano con el pediatra de urgencias con el que mi madre conserva, veinticinco años después, una agradable amistad.
Sexta consecuencia: no entiendo eso que dice la gente de que pedir perdón es difícil. A mí me sale solo. Ahora, de ahí a que perdone de verdad…
Excepciones para utilizarlo:
Futuros hijos míos, tener una hermana es la leche. Ojalá tengáis la suerte de tener una como la mía: que te acompañe en todos los juegos y te crea cuando le dices que puede volar, una hermana que aguante broncas por ti, que te traiga chocolate cuando te castigan, que te apoye en los actos de rebeldía aunque no vayan con ella, que se coma tus acelgas cuando tu madre se da la vuelta y que, de adulta, siga conservando esa risa que lo llena todo. Pero incluso con una hermana como la mía, cuando invadáis Polonia no pienso decir: «Daos un beso y pedíos perdón», porque sé que es inútil. Es como cuando te mandaban al rincón de pensar. ¿A pensar en qué? ¿Realmente hay algún adulto que crea que el niño está pensando en que ha hecho mal en romper un jarrón por jugar al balón dentro de casa? El niño está pensando: «Esto me pasa por imbécil, la próxima vez le echo la culpa a mi hermana.» Aunque luego jamás lo haga, porque todos sabemos que una cosa es un pellizco mortal y otra muy distinta chivarse de una hermana. Eso no hay Dios que lo compense.
Versiones:
«En mi casa la invasión de Polonia era un buen mordisco. Una vez me rompieron una pulsera en la cabeza como represalia. A veces me parece que la principal diferencia entre los conflictos infantiles entre hermanos y los de los dirigentes políticos de los países está en el calibre de sus armas. Qué más quisiera Bush que unos dientes de leche. Se iban a enterar los talibanes.» Víctor Zurdo
«Mi versión del “eres adoptada” era un “mamá y papá me querían tanto cuando nací que tuvieron otra para ver si era como yo. Y después de ti, nunca vino otra más; yo no quiero decir nada…” Creo que hundí a mi pobre hermana muchos años.» Buttercüp
La opinión del experto:
«Procura ignorar las disputas menores. Los niños aprenden a solucionar las cosas ellos solos si no acudes siempre al rescate. No intentes averiguar quién ha empezado o quién tiene la culpa. Si se pelean, ambos son culpables. Si uno arremete contra el otro y se produce una agresión física real, toma medidas inmediatamente. Usa la técnica del aislamiento o la de “a la próxima te vas”.» Jo Frost. (Supernanny. Consejos prácticos y sensatos para educar a tus hijos.)
Lo que no dice la supernanny es si un pellizco es una disputa menor… Para mí que sí, un pellizquito de nada, hombre. Lo importante es eso de «no intentes averiguar quién ha empezado, ambos son culpables». Bueno, aunque también dice que mandar a pensar a un niño es buenísimo para tranquilizarlo… «No sólo sirve para que el niño vea de forma clara y eficaz que se ha pasado de la raya y ha incumplido una norma importante, sino que además le resta tensión a la situación.» Listilla…
Y no es la única: «A veces emplear la táctica de “tiempo fuera”, que quiere decir “vamos a sacar al chico del entorno” de una vorágine conductual explosiva, es bueno. Vamos a ver, vete a un sitio, serénate, contrólate, deja pasar el tiempo y a partir de ahí puede venir un pensamiento, un interrogante, cuando la emoción no sea tan condicional. La idea es buena si no se utiliza muchas veces y si los tiempos para pensar son cortos.» Javier Urra
Yo este señor no se lo presento a mi madre, os lo digo, eso iba a ser una regañina constante.