Nena, come zanahorias, que es bueno para la vista
Mi merienda durante años, vamos, desde que aprendí a masticar hasta la adolescencia, incluía una zanahoria y un consejo:
—Anda, no te quejes y sigue mordiendo, que la zanahoria va muy bien para la vista, que lo han dicho en la tele y, además, te pones morenita, que estás más guapa.
Ese atracón de zanahorias duró hasta que me pusieron gafas, con 14 años. Ahí ya me negué.
Cuándo utilizaba el consejo:
Pues eso, siempre que me hacía comer una.
—Mami, no quiero más zanahorias, que están muy malas.
—Tú sí que estás muy mala. Que te la comas, o no te doy bocadillo después, que es buena para la vista. Si yo lo hago por ti.
—Mami, pero si yo veo bien. Mira, ahí pone «Enciclopedia Larousse». Lo leo perfectamente.
—Porque comes todos los días una, si no estarías cegata del todo y no podrías ver ni tus juguetes y te aburrirías mucho. —Ahí, aterrorizando un poco—. Mira los conejos, que ven de maravilla porque comen muchas.
—¿Y cómo sabe la gente que los conejos ven bien? Los conejos no hablan…
—Porque lo digo yo ven bien los conejos, pesada, que eres una pesada. Come eso ya y deja de entretenerme.
—Pero, mami, Martita no come zanahorias para merendar y no lleva gafas.
—Pero las llevará, nena, tiempo al tiempo. Y acábate ésa, que me estás hartando.
—Es que se me hace bolo.
—Mira, nena, a nadie en el mundo se le hace bolo una zanahoria, a nadie. Que tienes mucho cuento o eres la niña más rara del mundo; no puede ser. Porque tú haces saliva, ¿no? Es que no me cabe en la cabeza. Me agotas, me agotas del todo. Todo el día igual con esta niña, todo es una pelea. —Cuando mi madre hablaba de mí, como si yo no estuviera delante, ¡PELIGRO!—. Todo el día preocupándome porque coma bien, duerma bien, estudie, y la niña siempre dando guerra. Ahora, que un día me voy a hartar y te voy a dejar hacer todo lo que quieras, y entonces ya verás. Cuando tu vida sea un desastre y te cojas todas las enfermedades, entonces te acordarás de mí. ¡Y traga ese bolo ya! Que al final la vamos a tener.
Consecuencias del consejo:
Nunca llegó ese día en el que me dejaba hacer lo que yo quisiera, ni siquiera ahora, a los 33. Estuve años pensando: «Hoy es el día, hoy me deja hacer lo que quiera.» Pero no, no se animaba. Así que no he podido corroborar si mi vida se iría al garete. Tengo mis dudas.
Segunda consecuencia: un tono bronceado todo el año durante mi infancia.
Tercera: odio las zanahorias con toda mi alma, y crudas es que me dan náuseas.
Cuarta: incredulidad absoluta ante el poder curativo de los alimentos. Así que Saber vivir me parece un cuento chino. No veo de lejos. Tengo miopía, cinco dioptrías en cada ojo. Vamos, que si me quito las lentillas no me veo las manos: eso ya es lejos para mí. Tanta zanahoria para nada.
—Mira, mamá, ya voy por cinco dioptrías, pues sí que me han servido todas esas zanahorias que me has hecho comer —le dije con retintín la última vez que fui al oculista. ¡Ay! A estas alturas y no aprendo. El retintín con una drama mamá es como un boomerang, te vuelve y te da en toda la cara.
—Pues nena, da las gracias a esas zanahorias, que, en vez de cinco, tendrías quince dioptrías si no te hubiera dado tantas. Así que hoy, para comer, voy a echarte unas pocas en la ensalada, por si acaso.
Ahí tienes tu retintín de vuelta. Por lista.
Excepciones para utilizarlo:
Futuros hijos míos, pasamos de las zanahorias. He buscado en Google y unos señores (que debieron de tener una madre como la mía) han hecho un experimento: han comido 30 kilos de zanahorias en tres semanas (que ya hay que tener ganas de quitarle la razón a tu madre para comer tantas). Y han demostrado que no sirve para nada. ¿Lo oyes, mamá? Para nada. Que dicen que el mito se originó durante la segunda guerra mundial, «cuando el ministro británico de Aviación declaró a la prensa que sus pilotos disfrutaban de una gran agudeza visual que les permitía abatir a los aviones alemanes desde muy lejos, incluso por la noche, gracias a una dieta muy rica en zanahorias. En realidad, esta falsa propaganda sólo pretendía esconder una nueva tecnología de radar que habían desarrollado sus científicos, la cual permitía localizar y apuntar a los aviones alemanes antes de que cruzaran el canal de la Mancha».
O sea, que yo he comido ingentes cantidades de zanahoria por culpa de un radar. ¡Qué daño ha hecho la propaganda de guerra a generaciones de niños! No me jodas, hombre, y encima cualquiera se lo cuenta a mi madre, ya estoy viendo el retintín explotarme en la cara.
Versiones:
«Cuando yo preguntaba: “¿Y cómo sabe la gente que los conejos ven bien? Los conejos no hablan…” Ella iba y me soltaba: “¿A que nunca has visto un conejo con gafas?” O: “Pues eso, porque comen zanahorias.” Qué manera de reírme de sus ocurrencias ahora, después de vieja. Lo mejor es que yo le digo lo del conejo y las gafas a mi hija.» Dayte
«Si sirve de consuelo, a mi hermana y a mí nos hacían beber el agua con la que hervían las zanahorias, puesto que las zanahorias eran para la cena. Si esto lo cuentas ahora parece que en vez de infancia tuvimos un campamento militar americano.» Anónimo