CAPÍTULO 70

Las marcas son un invento para

cobrar el doble por la misma leche

Cuando éramos pequeñas, en mi casa nunca entró nada de marca; bueno, al menos de una de verdad. Tuvimos una Nintendo que no era Nintendo, con todos los juegos piratas. Así que mi recuerdo del Mario Bross difiere un poco de la realidad. En nuestro juego no había setas, sino una especie de paraguas rosas con lunares:

—Es igual, igual, nena, que te quejas por todo. Pero si es gris también, además trae montones de juegos, la original sólo uno, y cada cartucho es carísimo. Ahora tú ya los tienes todos, y trae pistola para los patos, que me lo ha dicho el vendedor, que es igual, igual, pero mucho más barata.

Y así con todo. Tuve unas Jota Jaiber, tal cual, unas Nike que no eran Nike, unos Levi’s que parecían Levi’s, pero no, no eran Levi’s. Todo era un «casi» pero no.

Cuándo utilizaba el consejo:

Siempre que le pedías algo bajo el concepto «marca». Que no os vayáis a pensar que pedíamos un Louis Vuitton, no, a mi madre la leche Kaiku le parecía una marca y era suficiente motivo para no comprarla.

Ella pensaba que si nos habituábamos a algún producto en concreto, íbamos a ser unas niñas caprichosas el resto de nuestras vidas. Y tuvo una técnica en concreto que desmontó todas las peticiones.

—Mami, a mí no me gusta esta leche, sabe muy fuerte. Prefiero la Kaiku.

—Todas las leches son leches, y lo del nombre es tontería. Las marcas son un invento para cobrar el doble por la misma leche. Y yo no voy a ser la que pague más, así te lo digo, nena, que no estamos para derrochar.

—Pero mami, que yo le noto otro sabor y además ésta hace una nata que me da arcadas.

—Nena, a ti el aire te da arcadas. La Kaiku es más cara sólo por el nombre, así que te tomas ésa y punto.

Y yo vomitaba. Soy así, si me concentro puedo vomitar. Ése es mi don. No sirve para mucho, la verdad, pero tampoco lo elegí yo. Ella comenzó su técnica: «Si no me crees, me vas a creer, vamos que si me vas a creer.» Compró una botella de Kaiku y la estuvo rellenando con la leche de oferta cada día. Sí, mi madre tiene mucha paciencia y mucha mala idea, de eso también tiene. Y pasado el mes, ahí me estaba esperando, con toda su mala idea:

—Qué bien te tomas esa leche, ¿eh, nena? —Ella tranquila, relajada, fregando los platos.

—Sí, es que ésta me gusta mucho. —Imbécil, imbécil, imbécil.

—Y no te da ni un poco de arcadas, ¿eh? —Ella fregando un vaso, feliz, triunfal.

—Ni una, mami, porque no tiene nata. —Imbécil, imbécil, imbécil.

—Claro, claro, es que tienes un paladar muy sensible… —Ya está a punto. Yo notaba algo, tanta felicidad no le pegaba.

—No sé, mami, es que esta leche está más buena. —Muy imbécil, muy imbécil, muy imbécil.

—¡Más buena! ¡Más buena te voy a dar yo a ti! Mira, nena, esa leche es la de oferta, que te llevo un mes rellenando la botella de Kaiku. ¿Me oyes? ¡Un mes! Y como tú has dicho, ni una arcada. Sí, sí, como lo oyes. Mucha tontería es lo que tú tienes, que llevas un mes tomándotela tan tranquila. Así que ya lo sabes, a partir de ahora, leche de oferta y no quiero oír una arcada porque te enteras.

Y yo del susto vomitaba. Ya lo he dicho, es un don.

Consecuencias del consejo:

Desconfianza total de lo que comía. Además del episodio de la leche, hizo lo mismo con el Cola Cao, el chocolate Milka, el pan Bimbo… Compraba uno de la marca, lo rellenaba con el de oferta, nos lo hacía comer un tiempo y luego, tachán: nos llamaba imbéciles y volvíamos al de oferta a cara descubierta. Y sí, mi hermana y yo muy despiertas no éramos.

Segunda consecuencia: mi recuerdo de algunos productos probablemente sea equivocado, porque una vez comí Nocilla, pero el resto, a saber.

Tercera consecuencia: no le tengo fe a mi paladar. No sé si las cosas me gustan realmente. Si pruebo un vino que me gusta pienso: «Lo mismo si me lo dan en otra botella, me gustaría más.» Así que vivo desnortada, me da lo mismo Nocilla que Nutella, Rioja que Ribera… No tengo criterio.

Cuarta consecuencia: si alguien me pregunta «¿te ha gustado el solomillo?», pues no sé qué decir porque creo que es una pregunta trampa. «¿Y si no era solomillo? Igual no era solomillo, igual estaba malo, o bueno, o igual es el mejor solomillo del mundo.» ¡Por Dios! Y me dan ganas de vomitar.

Quinta consecuencia: una tía mía me regaló una vez unos pantalones Bonaventure de verdad, con su piedra azul en el botón y sus chapitas en el culo. Los llevé puestos hasta que se desintegraron. Porque aquellos vaqueros no se desgastaron, no, llegó un día en que se volatilizaron del uso y aquel día yo fui la niña más infeliz del mundo sabiendo que volvía a los Levi’s que no eran Levi’s, porque la leche será leche, pero tú sabes que no llevas unos Levi’s de verdad, y tus amigas también.

Excepciones para utilizarlo:

Futuros hijos míos: la leche es leche. Lo siento, pero este consejo me lo quedo. No tendré mucho criterio para elegir vinos, pero me he ahorrado un dineral a lo largo de mi vida comprando de oferta y con la total tranquilidad de que no me perdía nada, sobre todo eso. Y como os pongáis tontos, prometo tener la misma paciencia que mi madre y, también, la misma mala idea. Dicho está.

Versiones:

«A mí no me gustaban las alubias blancas pero mi madre me decía que no eran alubias, eran “chichiribichis”, y ésas me encantaban. Sí, yo muy despierta tampoco era.» Aqua

«Yo tuve unas botas Dr. Martínez (que por si alguien es muy joven, en mi época se llevaban Dr. Martens), y mi madre siempre le cambiaba a mi hermano las galletas María del desayuno por las que estuvieran de oferta. El pobre siempre decía: “Ahora que me he acostumbrado a éstas, me las vuelves a cambiar.”» Pilar

«Niñas con drama madres: ¿dónde estabais cuando yo iba al cole? Porque yo era la única con zapatillas Reevok y pantalones Jevi’s en la clase del cole.» Morti